Ni hay que creer tampoco que sería necesaria una gran divergencia de
estructura para atraer la vista al criador de aves; éste percibe diferencias
sumamente pequeñas, y está en la naturaleza humana el encapricharse
con cualquiera novedad, por ligera que sea, en las cosas propias. Ni debe
juzgarse el valor que se habría atribuido antiguamente a las ligeras dife-
rencias entre los individuos de la misma especie por el valor que se les
atribuye actualmente, después que han sido bien establecidas diversas
razas. Es sabido que en las palomas aparecen actualmente muchas dife-
rencias ligeras; pero éstas son rechazadas como defectos o como desviac-
iones del tipo de perfección de cada casta. El ganso común no ha dado
origen a ninguna variedad marcada; de aquí que la casta de Tolosa y la
casta común, que difieren sólo en el color -el más fugaz de los caracte-
res-, han sido presentadas recientemente como distintas en nuestras ex-
posiciones de aves de corral.
Esta opinión parece explicar lo que se ha indicado varias veces, o sea
que apenas conocemos nada del origen o historia de ninguna de nuestras
razas domésticas. Pero, de hecho, de una casta, como de un dialecto de
una lengua, difícilmente puede decirse que tenga un origen definido. Al-
guien conserva un individuo con alguna diferencia de conformación y
obtiene cría de él, o pone mayor cuidado que de ordinario en aparear sus
mejores animales y así los perfecciona, y los animales perfeccionados se
extienden lentamente por los alrededores inmediatos; pero difícilmente
tendrán todavía un nombre distinto y, por no ser muy estimados, su his-
toria habrá pasado inadvertida. Cuando mediante el mismo método, len-
to y gradual, hayan sido más mejorados, se extenderán más lejos y serán
reconocidos como una cosa distinta y estimable, y recibirán entonces por
vez primera un nombre regional. En países semicivilizados, de comuni-
cación poco libre, la difusión de una nueva sub-raza sería un proceso len-
tísimo. Tan pronto como los rasgos característicos son conocidos, el prin-
cipio, como lo he llamado yo, de la selección inconsciente tenderá
siempre -quizá más en un período que en otro, según que la raza esté
más o menos de moda; quizá más en una comarca que en otra, según el
estado de civilización de los habitantes- a aumentar lentamente los ras-
gos característicos de la raza, cualesquiera que sean éstos. Pero serán in-
finitamente pequeñas las probabilidades de que se haya conservado al-
guna historia de estos cambios lentos, variantes e insensibles.
Circunstancias favorables al poder de selección del hombre
Diré ahora algunas palabras sobre las circunstancias favorables o des-
favorables al poder de selección del hombre. Un grado elevado de
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variabilidad es evidentemente favorable, pues da sin limitación los mate-
riales para que trabaje la selección; no es esto decir que simples diferenc-
ias individuales no sean lo bastante grandes para permitir, con sumo cui-
dado, que se acumule de una modificación muy intensa en casi todas las
direcciones deseadas. Y como las variaciones manifiestamente útiles o
agradables al hombre aparecen sólo de vez en cuando, las probabilida-
des de su aparición aumentarán mucho cuando se tenga un gran número
de individuos; de aquí que el número sea de suma importancia para el é-
xito. Según este principio, Marshall hizo observar anteriormente, por lo
que se refiere a las ovejas de algunas comarcas de Yorkshire, que, «como
generalmente pertenecen a gente pobre y están comúnmente en peque-
ños lotes, nunca pueden ser mejoradas». Por el contrario, los jardineros
encargados de los semilleros, por tener grandes cantidades de la misma
planta tienen generalmente mejor éxito que los aficionados al producir
variedades nuevas y valiosas. Un gran número de individuos de un ani-
mal o planta sólo puede criarse cuando las condiciones para su propaga-
ción sean favorables. Cuando los individuos son escasos se les dejará a
todos criar, cualquiera que sea su calidad, y esto impedirá de hecho la se-
lección. Pero, probablemente, el elemento más importante es que el ani-
mal o planta sea tan estimado por el hombre, que se conceda la mayor
atención aun a la más ligera variación en sus cualidades o estructura. Sin
poner esta atención, nada puede hacerse. He visto señalado seriamente
que fue una gran fortuna que la fresa empezase a variar precisamente
cuando los hortelanos empezaron a prestar atención a esta planta. Indu-
dablemente, la fresa ha variado siempre desde que fue cultivada; pero
las ligeras variaciones habían sido despreciadas. Sin embargo, tan pronto
como los hortelanos cogieron plantas determinadas con frutos ligera-
mente mayores, más precoces y mejores, y obtuvieron plantitas de ellos,
y otra vez escogieron las mejores plantitas y sacaron descendencia de
ellas, entonces -con alguna ayuda, mediante cruzamiento de especies dis-
tintas-, se originaron las numerosas y admirables variedades de fresa que
han aparecido durante los últimos cincuenta años.
En los animales, la facilidad en evitar los cruzamientos es un impor-
tante elemento en la formación de nuevas razas; por lo menos, en un país
que está ya provisto de otras. En este concepto, el aislamiento del país re-
presenta algún papel. Los salvajes errantes y los habitantes de llanuras
abiertas rara vez poseen más de una raza de la misma especie. Las palo-
mas pueden ser apareadas para toda su vida, y esto es una gran ventaja
para el criador, pues así muchas razas pueden ser mejoradas y manteni-
das puras, aunque estén mezcladas en el mismo palomar, y esta
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