permite al agricultor, no sólo modificar los caracteres de su rebaño, sino
cambiar éstos por completo. Es la vara mágica mediante la cual puede
llamar a la vida cualquier forma y modelar lo que quiere». Lord Somer-
ville, hablando de lo que los ganaderos han hecho con la oveja, dice:
«parecería como si hubiesen dibujado con yeso en una pared una forma
perfecta en sí misma y después le hubiesen dado existencia». En Sajonia,
la importancia del principio de la selección, por lo que se refiere a la ove-
ja merina, está reconocido tan por completo, que se ejerce como un ofic-
io: las ovejas son colocadas sobre una mesa y estudiadas como un cuadro
por un perito; esto se hace tres veces, con meses de intervalo, y las ovejas
son marcadas y clasificadas cada vez, de modo que las mejores de todas
pueden ser por fin seleccionadas para la cría.
Lo que los criadores ingleses han hecho positivamente está probado
por los precios enormes pagados por animales con buena genealogía, y
éstos han sido exportados a casi todas las regiones del mundo. General-
mente, el perfeccionamiento no se debe, en modo alguno, al cruce de di-
ferentes razas; todos los mejores criadores son muy opuestos a esta prác-
tica, excepto, a veces, entre sub-razas muy afines; y cuando se ha hecho
un cruzamiento, una rigurosísima selección es aún mucho más indispen-
sable que en los casos ordinarios. Si la selección consistiese simplemente
en separar alguna variedad muy distinta y hacer cría de ella, el principio
estaría tan claro que apenas sería digno de mención; pero su importancia
consiste en el gran efecto producido por la acumulación, en una direc-
ción, durante generaciones sucesivas, de diferencias absolutamente ina-
preciables para una vista no educada, diferencias que yo, por ejemplo,
intenté inútilmente apreciar. Ni un hombre entre mil tiene precisión de
vista y criterio suficiente para llegar a ser un criador eminente. Si, dotado
de estas cualidades, estudia durante años el asunto y consagra toda su
vida a ello con perseverancia inquebrantable, triunfará y puede obtener
grandes mejoras; si le falta alguna de estas cualidades, fracasará segura-
mente. Pocos creerían fácilmente en la natural capacidad y años que se
requieren para llegar a ser no más que un hábil criador de palomas.
Los mismos principios siguen los horticultores, pero las variaciones,
con frecuencia, son más bruscas. Nadie supone que nuestros productos
más selectos se hayan producido por una sola variación del tronco primi-
tivo. Tenemos pruebas de que esto no ha sido así en diferentes casos en
que se han conservado datos exactos; así, para dar un ejemplo muy sen-
cillo, puede citarse el tamaño, cada vez mayor, de la grosella. Vemos un
asombroso perfeccionamiento en muchas flores de los floristas cuando se
comparan las flores de hoy día con dibujos hechos hace veinte o treinta
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años solamente. Una vez que una raza de plantas está bastante bien esta-
blecida, las productores de semillas no cogen las plantas mejores, sino
que, simplemente, pasan por sus semilleros y arrancan los rogues, como
llaman ellos a las plantas que se apartan del tipo conveniente. En anima-
les también se sigue, de hecho, esta clase de selección, pues casi nadie es
tan descuidado que saque cría de sus animales peores.
Por lo que se refiere a las plantas hay otro modo de observar el efecto
acumulado de la selección, que es comparando, en el jardín, la diversi-
dad de flores en las diferentes variedades de las mismas especies; en la
huerta, la diversidad de hojas, cápsulas, tubérculos o cualquier otra par-
te, si se aprecia en relación con la de las flores de las mismas variedades;
y en el huerto, la diversidad de frutos de la misma especie en compara-
ción con la de las hojas y flores del mismo grupo de variedades. Véase lo
diferentes que son las hojas de la col y qué parecidísimas las flores; qué
diferentes las flores del pensamiento y qué semejantes las hojas; lo mu-
cho que difieren en tamaño, color, forma y pilosidad los frutos de las di-
ferentes clases de grosellas, y, sin embargo, las flores presentan diferenc-
ias ligerísimas. No es que las variedades que difieren mucho en un punto
no difieran en absoluto en otros; esto no ocurre casi nunca -hablo des-
pués de cuidadosa observación- o quizá nunca. La ley de variación corre-
lativa, cuya importancia no debe ser descuidada, asegura algunas dife-
rencias; pero, por regla general, no se puede dudar que la selección conti-
nuada de ligeras variaciones, tanto en las hojas como en las flores o fru-
tos, producirá razas que difieran entre sí principalmente en estos
caracteres.
Puede hacerse la objeción de que el principio de la selección ha sido re-
ducido a práctica metódica durante poco más de tres cuartos de siglo;
ciertamente, ha sido más atendida en los últimos años y se han publicado
muchos tratados sobre este asunto, y el resultado ha sido rápido e impor-
tante en la medida correspondiente. Pero está muy lejos de la verdad el
que el principio de la selección sea un descubrimiento moderno. Podría
dar yo referencias de obras de gran antigüedad en las que se reconoce to-
da la importancia de este principio. En períodos turbulentos y bárbaros
de la historia de Inglaterra fueron importados muchas veces animales se-
lectos y se dieron leyes para impedir su exportación; fue ordenada la
destrucción de los caballos inferiores a cierta alzada, y esto puede com-
pararse al roguing, en las plantas, por los que cuidan de los semilleros. El
principio de la selección lo encuentro dado claramente en una antigua
enciclopedia china. Algunos de los escritores clásicos romanos dieron re-
glas explícitas. Por pasajes del Génesis es evidente que en aquel tiempo
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