Capítulo
2
La variación en la naturaleza
Variabilidad
Antes de aplicar a los seres orgánicos en estado natural los principios a
que hemos llegado en el capítulo pasado, podemos discutir brevemente
si estos seres están sujetos a alguna variación. Para tratar bien este asunto
se debería dar un largo catálogo de áridos hechos; pero reservaré éstos
para una obra futura. Tampoco discutiré aquí las varias definiciones que
se han dado de la palabra especie. Ninguna definición ha satisfecho a to-
dos los naturalistas; sin embargo, todo naturalista sabe vagamente lo que
él quiere decir cuando habla de una especie. Generalmente, esta palabra
encierra el elemento desconocido de un acto distinto de creación. La pa-
labra variedad es casi tan difícil de definir; pero en ella se sobrentiende
casi universalmente comunidad de origen, aunque ésta rara vez pueda
ser probada. Tenemos además lo que se llama monstruosidades; pero és-
tas pasan gradualmente a las variedades. Por monstruosidad supongo
que se entiende alguna considerable anomalía de conformación, general-
mente perjudicial o inútil para la especie. Algunos autores usan la pala-
bra variación en un sentido técnico, simplificando una modificación de-
bida directamente a las condiciones físicas de la vida; y las variaciones en
este sentido se supone que no son hereditarias; pero ¿quién puede decir
que el nanismo de las conchas de las aguas salobres del Báltico, o las
plantas enanas de las cumbres alpinas, o la mayor espesura del pelaje de
un animal del extremo Norte no hayan de ser en algunos casos hereditar-
ios, por lo menos durante algunas generaciones? Y en este caso, presumo
yo que la forma se denominaría variedad.
Puede dudarse si las anomalías súbitas y considerables de estructura,
como las que vemos de vez en cuando en nuestros productos domésti-
cos, y especialmente en las plantas, se propagan alguna vez con perma-
nencia en estado natural. Casi todas las partes de todo ser orgánico están
tan hermosamente relacionadas con sus complejas condiciones de vida,
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que parece tan improbable el que una parte haya sido producida súbita-
mente perfecta, como el que una máquina complicada haya sido inventa-
da por el hombre en estado perfecto. En domesticidad, algunas veces,
aparecen monstruosidades que se asemejan a conformaciones normales
de animales muy diferentes. Así, alguna vez han nacido cerdos con una
especie de trompa, y si alguna especie salvaje del mismo género hubiese
tenido naturalmente trompa podría haberse dicho que ésta había apare-
cido como una monstruosidad; pero hasta ahora no he podido encontrar,
después de diligente indagación, casos de monstruosidades que se ase-
mejen a conformaciones normales en formas próximas, y sólo estos casos
tienen relación con la cuestión. Si alguna vez aparecen en estado natural
formas monstruosas de estas clases y son capaces de reproducción (lo
que no siempre ocurre), como se presentan rara vez y en un solo individ-
uo, su conservación dependería de circunstancias extraordinariamente
favorables. Además, durante la primera generación y las siguientes se
cruzarían con la forma ordinaria, y así su carácter anormal se perdería
casi inevitablemente. Pero en otro capítulo tendré que insistir sobre la
conservación y perpetuación de las variaciones aisladas o accidentales.
Diferencias individuales
Las muchas diferencias ligeras que aparecen en la descendencia de los
mismos padres, o que puede presumirse que han surgido así por haberse
observado en individuos de una misma especie que habitan una misma
localidad confinada, pueden llamarse diferencias individuales. Nadie su-
pone que todos los individuos de la misma especie estén fundidos abso-
lutamente en el mismo molde. Estas diferencias individuales son de la
mayor importancia para nosotros, porque frecuentemente, como es muy
conocido de todo el mundo, son hereditarias, y aportan así materiales
para que la selección natural actúe sobre ellas y las acumule, de la misma
manera que el hombre acumula en una dirección dada las diferencias in-
dividuales de sus producciones domésticas. Estas diferencias individua-
les afectan generalmente a lo que los naturalistas consideran como partes
sin importancia; pero podría demostrar, mediante un largo catálogo de
hechos, que partes que deben llamarse importantes, tanto sí se las mira
desde un punto fisiológico como desde el de la clasificación, varían algu-
nas veces en los individuos de una misma especie. Estoy convencido de
que el más experimentado naturalista se sorprendería del número de ca-
sos de variación, aun en partes importantes de estructura, que podría re-
copilar autorizadamente, como los he recopilado yo durante el transcur-
so de años. Hay que recordar que los sistemáticos están lejos de
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complacerse al hallar variabilidad en caracteres importantes, y que no
hay muchas personas que quieran examinar trabajosamente órganos in-
ternos e importantes y comparar éstos en muchos ejemplares de la mis-
ma especie. Nunca se hubiera esperado que las ramificaciones de los ner-
vios principales junto al gran ganglio central de un insecto fuesen varia-
bles en la misma especie; podría haberse pensado que cambios de esta
naturaleza sólo se habían efectuado lenta y gradualmente, y, sin embar-
go, Sir J. Lubbock ha mostrado la existencia de un grado de variabilidad
en estos nervios principales en Coccus, que casi puede compararse con la
ramificación irregular del tronco de un árbol. Puedo añadir que este na-
turalista filósofo ha mostrado también que los músculos de las larvas de
algunos insectos distan mucho de ser uniformes. Algunas veces, los au-
tores ratonan en un círculo vicioso cuando dicen que los órganos impor-
tantes nunca varían, pues, como lo han confesado honradamente algunos
naturalistas, estos mismos autores clasifican prácticamente como impor-
tantes aquellas partes que no varían y, desde este punto de vista, nunca
se hallará ningún caso de una parte importante que varíe; pero desde
cualquier otro punto de vista se pueden presentar seguramente muchos
ejemplos.
Existe un punto relacionado con las diferencias individuales que es en
extremo desconcertante: me refiero a aquellos géneros que han sido lla-
mados proteos o polimorfos, en los cuales las especies presentan una ex-
traordinaria variación. Por lo que se refiere a muchas de estas formas, di-
fícilmente dos naturalistas se ponen de acuerdo en clasificarlas como es-
pecies o como variedades. Podemos poner como ejemplo Rubus, Rosa y
Hieracium, entre las plantas; algunos géneros de insectos y de braquió-
podos. En la mayor parte de los géneros polimorfos, algunas de las espe-
cies tienen caracteres fijos y definidos. Los géneros que son polimorfos
en un país parecen ser, con pocas excepciones, polimorfos en otros paí-
ses, y también -a juzgar por los braquiópodos- en períodos anteriores.
Estos hechos son muy desconcertantes, porque parecen demostrar que
esta clase de variabilidad es independiente de las condiciones de vida.
Me inclino a sospechar que, por lo menos en algunos de estos géneros
polimorfos, vemos variaciones que no son ni de utilidad ni de perjuicio
para la especie, y que, por consiguiente, la selección natural no ha recogi-
do ni precisado, según se explicará más adelante.
Como todo el mundo sabe, los individuos de la misma especie presen-
tan muchas veces, independientemente de la variación, grandes diferenc-
ias de conformación, como ocurre en los dos sexos de diversos animales,
en las dos o tres clases de hembras estériles u obreras en los insectos, y
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