Venus debía de hallarse trabado gravitatoriamente por el Sol, con un período de
rotación igual a su período de revolución de 224,7 días.
Lo que cambió la situación fue el desarrollo de técnicas de manejo del radar, de
emisión de rayos de microondas, que podían reflejarse en los objetos, y luego detectar
esos rayos reflejados. Durante la Segunda Guerra Mundial, el radar comenzó a usarse
para detectar aviones, pero los rayos de microondas también podían rebotar desde los
cuerpos celestes.
Por ejemplo, en 1946, un científico húngaro, Zoltan Lajos Bay, hizo rebotar un rayo de
microondas desde la Luna y recibió los ecos.
No obstante, la Luna era, comparativamente, un blanco más fácil. En 1961, tres
grupos norteamericanos diferentes, un grupo británico y otro soviético tuvieron todos
éxito al mandar rayos de microondas hacia Venus y regreso. Esos rayos viajaron a la
velocidad de la luz, que era entonces exactamente conocida. Por el tiempo empleado
por el rayo en alcanzar Venus y regresar, fue posible calcular la distancia de Venus en
aquel momento con mayor precisión que la que había sido posible hasta entonces. A
partir de esa determinación, pudieron calcularse de nuevo todas las demás distancias
del Sistema Solar, puesto que la configuración relativa de los planetas era bien
conocida.
Además, todos los objetos que no se hallen en realidad en el cero absoluto (y ningún
objeto lo está) emiten continuamente rayos de microondas. Según la longitud de onda
del rayo, es posible calcular la temperatura del cuerpo emisor.
En 1962, se detectó que las microondas eran radiadas por el lado oscuro de Mercurio,
la porción de la esfera visible que no está expuesta a la luz del Sol. Si el período de
rotación de Mercurio era realmente de 88 días, una cara del planeta se hallaría para
siempre enfrentada al Sol y estaría muy caliente, mientras que la cara opuesta se
encontraría siempre alejada del Sol y se hallaría muy fría. No obstante, según la
naturaleza de las microondas radiadas, el lado oscuro tenía una temperatura
considerablemente más elevada de lo que cabría esperar, y de este modo, en un
momento u otro, se hallaría expuesta a la luz solar.
Cuando un rayo de microondas rebota desde un cuerpo en rotación, el rayo sufre
ciertos cambios en la reflexión a causa del movimiento superficial, y la naturaleza de
tales cambios permite calcular la velocidad de la superficie en movimiento. En 1965,
dos ingenieros electrónicos norteamericanos, Rolf Buchanan Dyce y Cordón H.
Pettengill, trabajando con reflejos de rayos de microondas, descubrieron que la
superficie de Mercurio giraba más de prisa de lo esperado: Mercurio rotaba sobre su
eje en 59 días, por lo que cada porción de su superficie estaba iluminada por la luz del
Sol en un momento u otro.
La cifra exacta de la rotación demostró ser la de 58,65 días: exactamente dos tercios
del período de revolución de 88 días. Esto indica también una traba gravitatoria, pero
menos importante que cuando la rotación y la revolución son iguales.
90
Las sondas de Venus
Venus ofrece sorpresas aún más desconcertantes. A causa de que su tamaño es casi el
mismo que el de la Tierra (con un diámetro de 12.418 kilómetros, en comparación de
los 13.080 kilómetros de la Tierra), se le considera a veces la hermana gemela de la
Tierra. Venus está más cerca del Sol, pero tenía la protección de una capa de nubes,
que debería impedir que se mantuviese demasiado caliente. Se dio por sentado que las
nubes estaban compuestas por gotas de agua, y que la misma Venus debía poseer un
océano, tal vez incluso uno más extenso que en la Tierra, y que por lo tanto sería más
rica en vida marina. Se han escrito muchas historias de ciencia ficción (incluyendo una
mía) referentes a semejante planeta tan rico en agua y en vida...
Pero en 1956 se produjo la primera conmoción. Un equipo de astrónomos
norteamericanos, encabezados por el coronel H. Mayer, estudiaron las microondas
radiadas por el lado oscuro de Venus y llegaron a la conclusión de que dicho lado debía
tener una temperatura muy por encima del punto de ebullición del agua. Venus estaría
muy caliente y, por lo tanto, poseería una radiación muy alta.
Esta conclusión resultaba casi increíble. Parecía requerirse algo más impresionante que
una débil radiación de rayos de microonda. Una vez pudieron enviarse con éxito
cohetes a las vecindades de la Luna, pareció lógico mandar unas sondas similares a los
diferentes planetas.
El 27 de agosto de 1962, Estados Unidos lanzó la primera sonda con éxito a Venus, el
Mariner II. Llevaba instrumentos capaces de detectar y analizar las microondas
radiadas por Venus y remitir los resultados a través de decenas de millones de
kilómetros de vacío hasta la Tierra.
El 14 de diciembre de 1962, el Mariner II pasó a 36.000 kilómetros de la capa de
nubes de Venus, y ya no cupo la menor duda. Venus estaba infernalmente caliente en
toda su superficie, tanto cerca de los polos como en el ecuador, en el lado nocturno o
en el diurno. La temperatura superficial era de unos 475° C, más que suficiente para
derretir el estaño y el plomo y hacer hervir el mercurio.
Y aquello no fue todo en 1962. Las microondas penetraban en las nubes. Las
microondas radiadas hacia Venus penetraron las nubes hasta llegar a la superficie
sólida y rebotaron. Esas ondas pudieron «ver» la superficie como los seres humanos,
que dependen de las ondas luminosas, no pueden hacer. En 1962, a partir de la
distorsión del rayo reflejado, Roland L. Carpenter y Richard M. Goldstein descubrieron
que Venus giraba en un período de algo así como 250 días terrestres. Posteriores
análisis llevados a cabo por el físico Irwin Ira Shapiro mostraron que se trataba de
243,09 días. Esta lenta rotación no era el resultado de una traba gravitatoria por parte
del Sol, puesto que el período de revolución era de 224,7 días. Venus giraba sobre su
eje más lentamente que su revolución en torno del Sol.
Y lo que es más: Venus gira sobre su eje en «una dirección equivocada». Mientras que
la dirección general del giro, cuando se ve (con la imaginación) desde un punto
elevado por encima del Polo Norte de la Tierra, es en sentido opuesto a las agujas del
reloj, Venus gira sobre su eje según las agujas del reloj. No existe una buena
explicación hasta ahora del porqué de esa rotación retrógrada.
Otro misterio consiste en que cada vez que Venus se halla más cerca de nosotros, gira
sobre su eje, de esa manera equivocada, exactamente cinco veces y así presenta la
misma cara hacia la Tierra en su aproximación más cercana. Al parecer, Venus se halla
trabado gravitatoriamente en relación con la Tierra, pero esta última es demasiado
pequeña para influir en Venus a través de la distancia que las separa.
Tras el Mariner II, otras sondas venusinas fueron lanzadas tanto por Estados Unidos
como por la Unión Soviética. Las de la Unión Soviética se diseñaron para penetrar en la
atmósfera de Venus y caer luego en paracaídas en un aterrizaje suave. Las condiciones
fueron tan extremadas que ninguna de las sondas Venera soviéticas duró mucho
después de su entrada, pero consiguieron cierta información acerca de la temperatura.
91
En primer lugar, la atmósfera era sorprendentemente densa, 90 veces más densa que
la de la Tierra, y está formada sobre todo por dióxido de carbono (un gas presente en
la Tierra sólo en muy pequeñas cantidades). La atmósfera de Venus tiene un 96,6 %
de dióxido de carbono (anhídrido carbónico) y un 3,2 % de nitrógeno. (En este
aspecto, dado lo densa que es la atmósfera de Venus, la cantidad total de nitrógeno es
tres veces la de la Tierra.)
El 20 de mayo de 1978, Estados Unidos lanzó el Pioneer Venus que llegó a Venus el 4
de diciembre de 1978, y se colocó en órbita alrededor del planeta. Pioneer Venus
pasaba muy cerca de los polos de Venus. Varias sondas salieron de Pioneer Venus y
entraron en la atmósfera venusina, confirmando y ampliando los datos soviéticos.
La capa de nubes principal de Venus tiene un grosor de más de 3 kilómetros y se
encuentra a 45 kilómetros por encima de la superficie. La capa de nubes consiste en
agua que contiene cierta cantidad de azufre, y por encima de la capa principal de
nubes se encuentra una neblina de corrosivo ácido sulfúrico.
Debajo de la capa de nubes se halla una neblina hasta una altura de 30 kilómetros por
encima de la superficie y, por debajo de esto, la atmósfera de Venus es
completamente clara. La atmósfera inferior parece estable, sin tormentas o cambios de
tiempo, y con un calor increíble en todas partes. Sólo existen vientos suaves, pero
teniendo en cuenta la densidad del aire, incluso un viento ligero tiene la fuerza de un
huracán terrestre. Tomando todo esto en consideración, resulta difícil pensar en un
mundo más desapacible que esta «hermana gemela» de la Tierra.
De la luz solar que llega a Venus, casi su mayor parte es o reflejada o absorbida por
las nubes, pero, el 3 % penetra hasta las profundidades más desviadas, y tal vez el
2,3 % alcanza el suelo. Teniendo presente el hecho de que Venus está más cerca del
Sol y que percibe una luz solar más brillante, la superficie de Venus recibe una sexta
parte de la luz de la Tierra, a pesar de las gruesas y permanentes nubes existentes en
Venus. Venus debe ser muy poco brillante en comparación con la Tierra, pero si de
alguna forma pudiésemos sobrevivir allí veríamos perfectamente en su superficie.
Asimismo, tras aterrizar una de las sondas soviéticas pudo tomar fotografías de la
superficie de Venus. Las mismas mostraron un esparcimiento de rocas, con bordes
cortantes, algo que indica que no ha existido demasiada erosión.
Las microondas que alcanzan la superficie de Venus y que se reflejan, pueden
emplearse para «ver» la superficie, exactamente igual como lo hacen las ondas de luz,
si los rayos reflejados se detectan o se analizan por medio de instrumentos que
empleen ondas de luz tales como el ojo o la fotografía. Las microondas, que son más
largas que las ondas de luz, «ven» más borrosamente pero esto es mejor que nada.
Así, a través de las microondas, Pioneer Venus trazó el mapa de la superficie venusina.
La mayor parte de la superficie de Venus parece ser de la clase que asociamos con los
continentes, más que con los fondos marinos. Mientras que la Tierra tiene un vasto
fondo marino (lleno de agua), que ocupa las siete décimas partes de la superficie del
planeta, Venus posee un enorme supercontinente que cubre las cinco sextas partes de
la superficie total, con pequeñas regiones de tierras bajas (sin agua), que constituyen
la restante sexta parte.
El supercontinente que recubre Venus parece ser llano, con algunos indicios de
cráteres, pero no demasiados. La densa atmósfera puede haberlos erosionado y hecho
desaparecer. Sin embargo, existen posiciones elevadas en el supercontinente, dos de
ellas de gran tamaño.
En lo que en la Tierra sería la región ártica, en Venus es una amplia meseta, a la que
se ha denominado Ishtar Terra, se halla la cordillera de los Montes Maxwell, con
algunos picos que alcanzan alturas de más de 12.000 metros por encima del nivel
general exterior de la meseta. Tales picos son muchísimo más altos que cualquier otra
cumbre de las montañas de la Tierra.
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En la región ecuatorial de Venus existe otra meseta aún mayor, a la que se ha llamado
Aphrodite Terra. Pero sus principales elevaciones no alcazan la altura de las de Ishtar
Terra.
Resulta difícil decirse si alguna de las montañas de Venus son en realidad volcanes.
Dos pueden serlo, por lo menos extintos, y uno de ellos, el Rhea Mons, se extiende por
un área equivalente a la de Nuevo México.
las sondas de Mercurio
La superficie de Mercurio no presenta los problemas de la de Venus. En Mercurio no
existe atmósfera, ni tampoco capa de nubes. Sólo se necesita mandar una sonda.
El 3 de noviembre de 1973, se lanzó el Mariner X. Pasó muy cerca de Venus el 5 de
febrero de 1974, desde cuyas vecindades remitió datos útiles, y luego prosiguió viaje
hacia Mercurio.
El 29 de marzo de 1974, el Mariner X pasó a 718 kilómetros de la superficie de
Mercurio. Luego avanzó hasta ponerse en órbita alrededor del Sol, de tal forma que
realiza la revolución en 176 días, es decir, el doble del año de Mercurio. Esto le hace
regresar a Mercurio en el mismo lugar anterior, puesto que, por cada uno de los
circuitos del Mariner X alrededor del Sol, Mercurio completa dos. El 21 de setiembre de
1974, el Mariner X pasó por Mercurio por segunda vez, y el 16 de marzo de 1975 una
tercera, llegando hasta unos 325 kilómetros de la superficie del planeta. Para
entonces, el Mariner X había consumido el combustible que le mantenía en una
posición estable, y a partir de ese instante careció ya de utilidad para posteriores
estudios planetarios.
En sus tres pasadas, el Mariner X fotografío unas tres octavas partes de la superficie
de Mercurio, y mostró un paisaje que se parecía mucho al de la superficie lunar. Había
cráteres por todas partes, de hasta más de 200 kilómetros de diámetro. Sin embargo,
Mercurio tiene muy pocos «mares». La región más grande y relativamente libre de
cráteres tiene una longitud de 1.450 kilómetros. Se le ha llamado Caloris («calor»),
porque se encuentra casi directamente debajo del Sol cuando Mercurio se halla en su
aproximación más cercana (perihelio) a aquel cuerpo celeste.
Mercurio posee también largos acantilados, de más de 160 kilómetros de extensión y
con alturas de hasta 2,5 kilómetros.
MARTE
Marte es el cuarto planeta desde el Sol, el que está más allá de la Tierra. Su distancia
media al Sol es de 234.000.000
de kilómetros. Cuando la Tierra y Marte se hallan en el mismo lado del Sol, los dos
planetas se aproximan, en promedio, hasta los 83.000.000 de kilómetros uno de otro.
Dado que la órbita de Marte es más bien elíptica, existen ocasiones en que Marte y la
Tierra se hallan separados por sólo unos 48.000.000 de kilómetros. Tales
aproximaciones tan cercanas tienen lugar cada treinta y dos años.
Mientras que el Sol y la Luna cambian sus posiciones más o menos firmemente,
avanzando de Oeste a Este, contra el fondo estelar, los planetas poseen un
movimiento más complicado. La mayor parte del tiempo, se mueven de Oeste a Este,
en relación a las estrellas, de una noche a otra. En algunos puntos el movimiento de
cada planeta se enlentece, llega a ser por completo la mitad y luego comienza a
moverse «hacia atrás», de Este a Oeste. Este movimiento retrógrado nunca es tan
grande como el movimiento hacia delante, por lo que, en conjunto, cada planeta de
mueve de Oeste a Este y, llegado el momento, realiza un circuito completo en el
firmamento. El movimiento retrógrado es mayor y más importante en el caso de
Marte.
¿Por qué es esto así? La antigua descripción del sistema planetario con la Tierra como
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centro, tuvo grandes problemas para explicar el movimiento retrógrado. El sistema
copernicano, con el Sol en el centro, lo explicó con facilidad. La Tierra, que se mueve
en una órbita más próxima al Sol que la de Marte, tiene una distancia más corta que
cubrir al completar su revolución. Cuando la Tierra se encuentra en el mismo lado del
Sol, como lo está Marte, adelanta a Marte, por lo que éste parece moverse hacia atrás.
La comparación del movimiento orbital de la Tierra con cualquiera de los otros
planetas, explica todas las apariencias retrógradas, un factor de gran importancia que
forzó la aceptación del sistema planetario con centro en el Sol.
Marte se encuentra más alejado del Sol que la Tierra, y recibe una luz solar de menor
intensidad. Es un planeta pequeño, de sólo 6.965 kilómetros de diámetro (un poco
más que la mitad del de la Tierra), y posee una atmósfera muy tenue que no refleja
mucha de la luz que recibe. Por otra parte, tiene una ventaja en comparación con
Venus. Cuando Venus se halla más cerca de nosotros, se encuentra entre nosotros y el
Sol, y sólo podemos ver su lado oscuro. Sin embargo, Marte, cuando está más cercano
a nosotros, está más allá de nosotros, al encontrarse más alejado del Sol, y vemos su
lado iluminado (una especie de «Marte lleno»), lo cual se añade a su brillo. No
obstante, ese brillo sólo se consigue cada treinta y dos años, cuando Marte se
encuentra desacostumbradamente cerca. Cuando se halla en aquella parte de su órbita
que lo coloca en el otro lado del Sol respecto de nosotros, está demasiado alejado y
sólo posee el brillo como una estrella razonablemente luminosa.
A partir de 1580, el astrónomo danés Tycho Brahe realizó unas cuidadosas
observaciones de Marte (sin telescopio, puesto que aún no se había inventado), a fin
de estudiar sus movimientos y realizar unas predicciones más exactas de sus
posiciones futuras. Tras morir Tycho, su ayudante, el astrónomo alemán Johannes
Kepler, empleó esas observaciones para elaborar la órbita de Marte. Comprobó que
debía abandonar la noción de órbitas circulares, que los astrónomos habían
patrocinado durante 2.000 años y, en 1609, mostró que los planetas se movían en
órbitas elípticas. La versión kepleriana del sistema planetario sigue vigente hoy e,
indudablemente, en esencia, seguirá así para siempre.
Otra contribución básica de Marte al plan del Sistema Solar se produjo en 1673 (como
ya he contado antes), cuando Cassini determinó el paralaje de Marte y, por primera
vez, consiguió tener una idea acerca de las verdaderas distancias de los planetas.
Gracias al telescopio, Marte se convirtió en algo más que un punto de luz. En 1659,
Christian Huyghens observó una marca oscura triangular a la que llamó Syrtis Maior
(es decir, «gran ciénaga»). Al seguir esta marca, pudo mostrar que Marte giraba sobre
su eje en unas 24,5 horas. (La cifra actual es la de 24,623 horas). Al estar más alejado
del Sol que la Tierra, Marte posee una órbita más larga y viaja con más lentitud bajo la
atracción gravitatoria del Sol. Tarda 687 días terrestres (1,88 años terrestres) en
completar una revolución, o 668,61 días marcianos.
Marte es el único planeta que sabemos que tiene un período de rotación muy parecido
al de la Tierra. Y no sólo eso sino que, en 1781, William Herschel mostró que el eje
marciano estaba inclinado de una forma muy semejante al de la Tierra. El eje terrestre
posee una inclinación de 23,45 grados desde la vertical, por lo que el hemisferio Norte
está en primavera y verano cuando el Polo Norte se inclina hacia el Sol, y en otoño e
invierno cuando el Polo Norte se inclina hacia el otro lado, mientras que el hemisferio
austral tiene las estaciones invertidas, a causa de que el Polo Sur se inclina apartado
del Sol cuando el Polo Norte se inclina hacia él, y viceversa.
El eje de Marte tiene una inclinación de 25,17 grados en relación a la vertical, como
Herschel expresó al observar de cerca la dirección en que las marcas de Marte se
movían al girar el planeta. Así, Marte posee estaciones lo mismo que la Tierra, excepto
que cada estación dura casi dos veces más que las de la Tierra y, naturalmente, son
más frías.
En 1784 se mostró otra semejanza, cuando Herschel observó que Marte tiene
casquetes de hielo en sus polos norte y sur. En conjunto, Marte es más parecido a la
Tierra que cualquier otro mundo que hayamos observado en el firmamento. A
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diferencia de la Luna y de Mercurio, Marte tiene una atmósfera (observada por primera
vez por Herschel), pero no una atmósfera densa cargada de nubes como le ocurre a
Venus.
La similaridad de Marte y la Tierra no se extiende a los satélites. La Tierra tiene un
gran satélite, la Luna, pero Mercurio y Venus no poseen satélites en absoluto. También
Marte pareció no tener satélites al principio. Por lo menos, más de dos siglos y medio
de observación con telescopio no revelaron ninguno.
No obstante, en 1877, cuando Marte estaba realizando una de sus mayores
aproximaciones a la Tierra, el astrónomo estadounidense Asaph Hall decidió investigar
en las cercanías marcianas en busca de algún indicio de satélites. Dado que hasta
entonces no se les había encontrado, creyó que debían de ser muy pequeños y hallarse
muy cerca de Marte, con lo que, probablemente, los oscurecía la luz del planeta.
Noche tras noche, prosiguió sus observaciones y el 11 de agosto de 1877, decidió
dejarlo. Su mujer, Angelina Stickney Hall, le urgió para que lo intentara una noche
más, y en aquella noche en particular descubrió dos diminutos satélites cercanos a
Marte. Los llamó Fobos y Deimos por el nombre de los hijos de Marte en la mitología.
(Los nombres significan «miedo» y «terror», muy apropiados para los hijos del dios de
la guerra.)
Pobos, el más interior de los dos satélites, se encuentra a tan sólo 9.585 kilómetros del
centro de Marte y, por lo tanto, a 6.100 kilómetros por encima de la superficie
marciana. Completa un giro alrededor de su pequeña órbita en 7,65 horas, o menos de
una tercera parte del tiempo que emplea Marte en girar sobre su eje, por lo que
mientras Pobos realiza su carrera, continuamente se adelanta respecto de la superficie
de Marte. Por tanto, Pobos sale por el Oeste y se pone por el Este cuando se le observa
desde Marte. Deimos, el más alejado de los dos satélites, se halla a más de 24.000
kilómetros del centro de Marte y completa una revolución en torno del planeta en 30,3
horas.
Como los satélites eran demasiado pequeños para mostrar algo más que unos puntos
de luz con los mejores telescopios, durante un siglo después de su descubrimiento, no
se supo nada más acerca de ellos, excepto su distancia desde Marte y sus tiempos de
revolución. Dada la distancia y el movimiento de los satélites, resultó fácil calcular la
fuerza del campo gravitatorio de Marte y, por ende, su masa. Marte demostró poseer
casi exactamente una décima parte de la masa de la Tierra, y la gravedad de su
superficie era sólo tres octavas partes de la de la Tierra. Una persona que pese 68
kilos en la Tierra, pesaría sólo 25,5 kilos en Marte.
Sin embargo, Marte es un mundo claramente más grande que la Luna. Posee 8,7 veces
la masa de la Luna, y la gravedad en la superficie de Marte es 2,25 veces la de la
Luna. Hablando grosso modo, Marte es en este aspecto algo intermedio entre la Luna y
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