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embargo, hay una tendencia a considerarlos como apéndices de una
obra mayor o como un desvío impuesto por el Instituto de Inves-
tigación Social. Con todo, el “Baudelaire”, como Benjamin se re-
fiere al conjunto de temas que desplegará en torno a este poeta (su
época, la cultura y sociedad de la segunda mitad del siglo xix), fue
un problema al que nunca terminó por darle forma definitiva. Sus
primeros escarceos con el poeta francés posiblemente se expresen
en la traducción de
Tableaux parisiens [Estampas parisinas], publica-
do en 1923, pero cuyas iniciales traducciones datan de 1914-1915.
13
La traducción de los poemas de Baudelaire facilitó que Ben-
jamin comenzara a elaborar una teoría de la traducción. Contra las
ideas que trece años después realizó sobre la pérdida del aura en
La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, la traducción
partía del reconocimiento del aura, pero bajo el concepto de fama
o gloria. La traducción no tendría por fin comunicar o transmitir
un mensaje, sino develar el parentesco originario entre las lenguas.
14
Este parentesco no se podía reconocer sólo en su desarrollo his-
tórico, en las obras literarias o en los vínculos entre las palabras,
sino en un rasgo suprahistórico al que Benjamin denominó como
lenguaje puro. El autor asimila lo suprahistórico con la totalidad de
intenciones a las que apuntan
los lenguajes y lo relaciona con el
fi-
nal mesiánico de la historia.
15
Por ello, afirma Benjamin, las gran-
des obras literarias nunca terminan por entregar definitivamente su
última significación y toca al traductor laborar esa supervivencia,
abrir infinitamente sus contenidos y “recrear en el seno de la lengua
propia, con amor y minuciosidad, la manera especial de referirse
que es la propia del original, de modo que éste y la traducción sean
reconocibles cual fragmentos de un lenguaje mayor”.
16
A través de
la traducción y la reflexión del lenguaje que motiva, Baudelaire
se le muestra como un destacado escritor que posibilita reconocer
en el lenguaje puro tanto la lengua propia como la lengua tradu-
cida, y, de esa manera, redimirla de las limitaciones instrumentales,
comunicativas e históricas de la experiencia moderna.
Sin embargo, estas primeras ideas en las que inserta a Bau-
delaire en el marco de una filosofía mesiánica del lenguaje y de la
traducción, se transforman a partir de la década de los años veinte
cuando se introduce en el marxismo y en las preocupaciones socia-
les.
17
En este periodo se opera una suerte de
materialismo del mesia-
nismo, y su heterodoxa teología se verá recubierta por las relaciones
materiales de producción y la crisis que el progreso y el capitalismo
venían tramando en la historia. Este viraje materialista se manifiesta
de forma nítida en el cifrado político que Benjamin hizo del poeta.
Este ciframiento no debe interpretarse desde una óptica
politologi-
zante de la política; es decir, reductora de la política a las tareas de
los órganos de Estado, a las actividades de los representantes o a
las derivas de un contrato social o, incluso, como mera lucha por
el poder político. Tampoco se trata de la reducción marxista de la
política a epifenómenos de las relaciones de producción. El cifra-
miento político de la poesía debe entenderse, en un sentido amplio,
como crítica a la experiencia neutralizada por las lógicas operativas
del capitalismo, como contralectura liberadora de las fuerzas histó-
ricas y como praxis disruptiva para condensar el instante y cargarlo
de actualidad.
Benjamin: Contingency, History, Modernity”, en
Comparative Literature, vol. 64,
núm. 4, 2012, pp. 407-428.
13. Walter Benjamin, The Correspondence of Walter Bejnamin, 1910-1940, op. cit.,
pp. 75, 85, 173.
14. Walter Benjamin, “Charles Baudelaire, Tableaux Parisiens”, en Obras, libro iv, vol.
1, Madrid, Abada, 2010, p. 12.
15. Ibid., p. 14.
16. Ibid., pp. 18-19.
17. Bernd Witte, op. cit.; Heinz Wismann, op. cit.; Bruno Tackels, Walter Benjamin,
Valencia, Universidad
de Valencia, 2012.
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II
En la interpretación materialista que Benjamin realiza de Baude-
laire, destaca la configuración que hace de éste como parte de las
relaciones materiales de producción en la última parte del siglo xix.
El Segundo Imperio francés (entre 1852-1870, aproximadamente)
en el que Baudelaire había publicado
Les Fleurs du Mal (1857) era
parte de un periodo de profundos cambios y contradicciones en el
capitalismo con efectos de largo alcance en la cultura y sociedad.
Según afirma Benjamin en
Parque central, se asistía a una etapa en la
que “el entorno objetual del hombre asume con menos contem-
placiones cada vez la expresión de la mercancía”.
18
La fuerza de la
sociedad industrial era tal que permeaba en todos los componentes
culturales y los insertaba en el proceso de mercantilización. Para
esto, nos dice Benjamin, el mercado no escatimaba esfuerzos: inclu-
so a los objetos más vacíos y frívolos se les intentaba humanizar me-
diante estuches, envoltorios y fundas, para
de esa manera trasformar
su frío sentido comercial en objetos queridos y amados: dotarlos
de un lugar en el hogar humano. Esta peculiar fuerza productiva y
empobrecedora del capitalismo que arroja todos los objetos al mer-
cado y los trasforma en mercancías, no podía dejar fuera la propia
actividad del poeta.
En
La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Ben-
jamin apunta que “al interior de los grandes intervalos históricos,
junto con los modos globales de existencia que se corresponden a
los colectivos humanos se transforman también, al mismo tiempo,
el modo y la manera de su percepción sensible”.
19
Con esta tesis,
Benjamin sentaba la doble dimensión en la que haría sus estudios
histórico-materialistas, estéticos y sobre la obra de Baudelaire. Por
un lado, el examen de las condiciones materiales de la sociedad,
y, por el otro, las trasformaciones en la percepción y la praxis del
arte. Ésta era otra singular forma de volver a engranar la estructura
y la superestructura de la que habla Marx en
La contribución a la
crítica de la economía política,
20
pero ahora orientada a comprender es-
pecíficamente las condiciones
expresivas y materiales de producción
y transformación del arte y la sociedad.
A diferencia del materialismo tradicional que reducía el
arte, la literatura y la cultura a epifenómenos de las condiciones
materiales de producción y al Estado a un mecanismo violento
de dominación de la clase capitalista,
21
Benjamin destaca las po-
sibilidades inquietadoras,
desnormalizadoras y revolucionarias de las
manifestaciones culturales. En el
Libro de los pasajes plantea la dife-
rencia entre el causalismo económico y las
expresiones materiales
de la cultura. Sostiene que si Marx exponía “el entramado causal
entre la economía y la cultura”, él, en cambio, trataba de “exponer
la economía en su cultura”.
22
Esto significa que Benjamin partió
del reconocimiento de que la cultura estaba condicionada por las
relaciones de producción, pero también de que era un medio plás-
tico de intervención política y de condensación del pasado en el
que habría que saber leer su índice oculto. Esta línea argumental
también le permitirá desarrollar la idea de que las manifestaciones
reproductivas del arte (la fotografía, pero sobre todo el cine) son
“utilizables para la formación de exigencias revolucionarias en la
política artística”.
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18. Walter Benjamin, “Parque central”, op. cit., p. 278.
19. Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”,
op. cit., p. 56.
20. Karl Marx, La contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo xxi,
2000, p. 4.
21. Karl Marx y F. Engels, Manifiesto
del Partido Comunista, Moscú, Progreso, 1990.
22. Walter Benjamin, Libro
de los pasajes, Madrid, Akal, 2009, p. 462.
23. Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”,
op. cit., p. 51.
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