Introducción. El alba de una nueva era: esclavitud total 11


CAPÍTULO 2 EL COUNCIL ON FOREIGN RELATIONS (CFR)



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CAPÍTULO 2
EL COUNCIL ON FOREIGN RELATIONS (CFR)
LA COMISIÓN TRILATERAL NO DIRIGE SECRETAMENTE EL MUNDO.
ESO LO HACE EL CFR.

Sir WINSTON LORD,

Presidente del CFR (1978)

y asistente del secretario de Estado

de los Estados Unidos
Durante mucho tiempo, el Club y yo hemos estado jugando al escondite. Habitualmente, realizo mis investigaciones sobre este grupo de manera absolutamente discreta. Sin embargo, una vez al año, salgo de mi escondite y penetró en la boca del lobo. La reunión internacional de los amos del mundo, en la que los únicos periodistas invitados son –los adeptos, es demasiado tentadora para mí. Así que Stresa, Italia, era mi próximo destino.
Para acceder a este tranquilo pueblo turístico, que vive de jubilados alemanes de pieles quemadas por el sol y británicos e irlandeses incapaces de hablar otra cosa que no sea su idioma, se debe volar hasta el Aeropuerto Internacional de Malpensa, en Milán.
Me gusta Milán. Puedo imaginar en el hueco de la vocal que separa a la M de la L, una réplica en miniatura de su famosa catedral, la humedad de sus puestas de sol en primavera, los ecos de las pisadas marcando un ritmo staccato en sus plazas adoquinadas.
Así que me sentía feliz de volver a esa ciudad, de caminar en dirección opuesta a las hordas de turistas que ya regresaban a sus hogares. Turistas incapaces de apreciar la elegancia de la ciudad y su esplendor oculto.
Mientras recorría la terminal del aeropuerto, mi mente deambuló soñolienta sobre algo que había leído en la revista del avión, un sencillo artículo sobre Novodevichy o «el Convento de las Nuevas Doncellas», el cementerio más reverenda-do de Moscú. El artículo se veía forzado a compartir el espacio de.la página con una mujer fatal con un escotado vestido rojo, que se llevaba una botella de licor celestial a sus húmedos y carnosos labios, y una útil lista de visitas imprescindibles elaborada por el Departamento ruso de Turismo. Entre lo más destacable, el mausoleo de Lenin, el cuartel general del KGB en Lublianka y el GUM, «el centro comercial más grande del mundo».
¡Novodevichy! Algunos de los escritores y poetas rusos más venerados están enterrados allí. Chejov fue uno de los primeros en residir en el lugar, en 1904, y los restos de Gógol fueron trasladados allí desde el monasterio de Danilov poco después. Los escritores del siglo xx, Mayakovsky y Bulgakov, están sepultaos en él, así como los reconocidos directores y fundadores del Teatro del Arte de Moscú, Nemírovich-Danchenko y Stanislavsky.
Pensé en la ulterior imprevisibilidad del futuro. El pasado era para mí no una rígida sucesión de hechos, sino algo así como un almacén de imágenes recordadas y pautas ocultas que contienen la clave del misterioso diseño de nuestra vida.
Visité en mi imaginación la tumba de Gógol, simbólicamente vinculada a la de otro famoso escritor, Bulgakov, autor de El maestro y Margarita. La tumba de Gógol fue, en un momento dado, trasladada dentro del mismo cementerio de Novodevichy. En el traslado se renovó parte de la piedra original, quedando una gran losa almacenada durante años, hasta que la esposa de Bulgakov la vio y la incorporó a la última morada de su esposo. Más tarde se descubrió que aquella piedra había pertenecido a la sepultura de Gógol.
Belleza y luminosidad, por un lado; meditación filosófica, por otro... .
Buona sera. Sería tan amable de acompañamos, por favor'
Una voz aguda y penetrante dispersó mis pensamientos que fluían, plácidamente y sin propósito, por los confines de mi imaginación.
Alcé la vista.
Un tipo, embutido en una gabardina se dirigía hacia mí. Me sorprendió su atuendo considerando que el cielo era de un azul muy intenso. Entre los pliegues de su gabardina pude ver el brillo de una arma automática. Como la estrella invitada de un espectáculo de feria, rodeado de jorobados, enanos y mujeres barbudas, este insignificante hombre, comparsa perfecta en cualquier carnaval, invadió mi espacio personal, chasqueó los talones y se llevó dos dedos a la frente prescntándose a sí mismo.
—Soy el detective fulanito de tal —dijo en un perfecto retrámetro iámbico—. Haga el favor de acompañarnos, si no le importa. .
Una intensa sensación de tragedia anunciada o, más exactamente, una sombra pesada, se cernió sobre mi- mente recordándome el peligro que envolvía a mi forma de ganarme la vida.
El detective y yo, flanqueados por dos guardias locales y un agente de narcóticos con un doberman, entramos en una diminuta sala de detención donde agentes de aduanas y guardias de seguridad solían zarandear a pequeños y grandes delincuentes esperando la recompensa de sus rivales del hampa. La sala albergaba un escritorio, absurdamente ancho, y cerca de él una mesa baja con una lámpara.
Todo parecía asombrosamente tranquilo. Se podía oír el viento contra el cristal, el sonido ametrallante de una serie de sollozos seguida de rítmicos gemidos y pesados pasos recorriendo el pasillo.
—Puede quitarse el abrigo —dijo uno de los guardias moviendo la cabeza en dirección a una percha clavada a la pared.
Me desabroché mecánicamente el anorak que llevaba.
En retrospectiva, me avergüenzo de cómo me dejé arrinconar e intimidar, de la ansiedad que sentí.
Me estiré para colgar el paravientos en la percha pero, como estaba mal puesta, se cayó tirando dos chaquetas y una americana al suelo. Los cuatro objetos se desplomaron haciendo un ruido embarazoso.
Lei come si chiama? (¿Cómo se llama?)
Respondí con mi nombre.
—¿Cuál es su nacionalidad?
Se la dije.
Di che parte di Canada é lei? (¿De qué parte de Canadá es usted?) Lei done abita? (Dónde vive?) Qual é il saco numero di telefono? (¿Cuál es su número de teléfono?) (¿Desde dónde vuela?) E la prima volta che viene in Italia? (¿Es la primera vez que visita Italia?)

Durante todos estos años que he estado cubriendo las reuniones del Club Bilderberg he aprendido a evitar el innecesario enfrentamiento con los intimidantes guardias de fronteras y policías. He conocido a varios periodistas que han sido devueltos a casa sólo por irritar a la autoridad.


—Nos gustaría examinar su equipaje. Tenemos razones para creer que puede estar transportando drogas —dijo el detective.
—Si tiene drogas, es mejor que nos lo diga antes de que abramos la maleta —se sumó el agente de narcóticos.
No estaba preocupado por las drogas, porque simplemente no tomo drogas, no las fumo y mucho menos las transporto a otro país en una maleta.
Sin embargo, estaba cubriendo el encuentro anual del Club Bilderberg y mi nombre era conocido por todas las divisiones del servicio secreto, desde el Mossad al KGB, del MI6 a la CIA. Todos los periodistas que cubren estos encuentros secretos anuales son fotografiados, se registran sus datos personales y toda esa información pasa de la Interpol, controlada por los Rockefeller, a todas las agencias de protección internacional.
No sería la primera vez que alguien intentaba comprometer mi seguridad. En Toronto, en 1996, un agente encubierto intentó venderme un arma robada. En Sintra, en 1999, me enviaron a la habitación del hotel a una mujer que había sido programada mediante técnicas de hipnosis y lavado de cerebro, con el mandato de desnudarse y tirarse inmediatamente por la ventana, después de recibir una cierta llamada telefónica. Su intención era acusarme de asesinato (es una técnica más habitual de lo que pensamos en las luchas de poder de los grandes). Por suerte para todos, rechacé sus insinuaciones. No me pregunten por qué. Una de las habilidades que he desarrollado siguiendo a los bilderbergs por todo el mundo es el sexto sentido. Sonidos extraños en el coche, ruidos repetitivos, caras que me suenan Familiares, amigos repentinos que se ofrecen para ayudar... uno aprende a ir con cuidado. Había algo fuera de lo normal en la conducta de esa mujer. Demasiado voluntariosa, demasiado forzada. Su lenguaje corporal no coincidía con su lenguaje verbal. Pensé, ¡eso es! Lo que me llamó la atención fue su aparente falta de coordinación entre su cuerpo y su discurso. Cuando oí los golpes en la puerta, pensé que era el servicio de habitaciones, con el pollo con almendras y la tarta de manzanas que había pedido para cenar. En vez de eso, al abrir la puerta me encontré con una mujer escultural, con el pelo largo, negro y rizado y unos ojos verdes que parecían embotellar rayos de luna.
Daniel, por fin te encuentro —me dijo mientras se deslizaba dentro de la habitación—, confía en mí... necesitaba verte.., estoy obsesionada contigo... —Y apoyándose ligeramente sobre la mesa de madera que estaba ahora enfrente de mí, fue deslizando suavemente las manos por sus curvilíneas caderas, mientras hacía subir y bajar la seda de su vestido rojo para dejarme ver sus muslos envueltos en encaje negro—. Siento que sin ti no hay nada... te deseo... quiero que dejes tus huellas en mi piel.., tenecesito... soy tuya y tú eres mío....
Subía las manos para acariciarse los pechos y se iba desabrochando los botones del escote, dejándome entrever unos pezones pequeños y oscuros. —Me muero de deseo... fóllame cómo no has follado a nadie —dijo avanzando hacia mí despacio. Su mirada era muy extraña_ Cuando no me miraba a mí, dejaba los ojos fijos. absortos en el recuerdo; podría haberse puesto delante de ella el mismo Satanás y no hubiera advertido su presencia. No sé cómo, vino a mi mente en ese momento la mujer fatal de la botella de líquido celestial. Marketing, publicidad, mentira, manipulación.
Volviendo a Milán, a aquella habitación de la comisaría del aeropuerto .y a las miradas de los policías sobre mí, me pregunté, ¿es posible que me hayan metido drogas en la maleta?
Cubriendo los bilderbergs, siempre tomo todas las precauciones. Nunca embarco el equipaje. Sólo llevo una maleta de mano, que nunca pierdo de vista. Volviendo de Escocia en 1998 (que constituyó una de mis investigaciones sobre el Club Bilderberg más provechosa, pues Jim Tucker, de American Free Press, y yo descubrimos los planes de g- .erra del Club Bilderberg en Kosovo. Primero, iban a despertar las hostilidades entre Grecia y Turquía por Chipre, para después extenderla a los Balcanes) tuve la sensación de que alguien había estado revolviendo en mi equipaje: lo dejé en el aeropuerto con toda mi ropa y documentos de la conferencia _de Turnberry...
Así que, moviéndome hacia un lado de la sala, me encontré en la parte

sombría del ancho escritorio.


El detective que estaba sentado en el_ borde del banco observaba atento todos mis movimientos, las manos apoyadas en el cañón de su arma. De repente, se puso de pie y con la punta de su bota dobló una esquina del grueso felpudo que arrugaba el doberman.
Uno de los guardias desapareció dentro de mi maleta. Todo lo que podía ver eran los agudos ángulos de sus codos moviéndose arriba y abajo.
Noté un peso en mi corazón. Buscaba algo positivo en mi mente, pero no pude encontrar una brizna de alegría. Lo mejor que me podía pasar era que me metiera:: en un avión de vuelta a casa.

De repente, el guardia me miró, dio un grito mezcla de curiosidad e incertidumbre y sacó de la maleta un delgado y usado volumen en ruso de Fet, gran escritor ruso del siglo XIX.


Todo el mundo empezó a hablar a la vez.
Un joven guardia con gafas cogió el libro diciendo que había estado en Rusia y sabía hablar un poco el idioma. Por ejemplo, sabía decir borsch (sopa de remolacha), raduga (arco-iris) y privet (hola). Al menos, la actitud de ese guardia hacia mí cambió completamente.
Registrando los más profundos rincones de su memoria, intentó en vano unir aquellos retazos idiomáticos en una frase coherente. Me resultó imposible entender lo que decía. Escuché con atención y la boca medio abierta: su conocimiento de ruso me recordaba la vasta estepa, una palabra, una casa, esa isla de esperanza entre la enormidad del vacío. El paradójico proceso de intentar entender mi dócil lenguaje me causaba dolor.
El detective, que se había aproximado al guardia, se sentó a mi lado. Yo estaba todavía de pie, apoyado contra la pared, y sentí su desagradable calidez. Se puso un caramelo de menta en la boca y le arrebató el libro al guardia.
Pasó los dedos por el lomo del libro, lo abrió y empezó a husmear entre las páginas. Como todo aquel que lee poco, bisbiseaba siguiendo con los labios la lectura.
Aprovechando la calma de la conversación, hice un estudio detallado del hombre: corpulento, moreno, no muy joven, nariz afilada, bien peinado, párpados prominentes y uñas mordidas.
En la habitación de al lado, alguien reía sonoramente. Una silla atravesó violentamente la estancia en la sala de enfrente. El hombre con el doberman llevaba unos pantalones estrechos y apretados que cubrían unas piernas larguiruchas. Le murmuró algo al guardia, aunque las palabras se perdieron en el conjunto de las voces.
La puerta, cuya existencia había pasado por alto, se abrió de repente con fuerza. Un hombre vestido de paisano entró de repente con un arma. El guardia lo vio primero, soltó un grito y levantó las manos con sus diez dedos danzando en el aire. Él y el detective, que ya se había a cansado de hojear mi libro, pues no llevaba fotos, se saludaron efusivamente, con palmadas y apretones de manos fervorosos.
Empezó una breve conversación. En ese momento, el detective, el hombre de paisano, los dos guardias y el manifiestamente pasivo agente de narcóticos formaban una piña_ El doberman dormía sobre el felpudo.
La conversación transcurría en un tono discreto, lo que suponía una monumental hazaña para cualquier italiano, y de ella pude captar fragmentos aislados de frases: «Cosa vuol di-re...? (¿Qué quiere decir...?)», «Non tapisco nulla (¡No entiendo nada!)» «Chi cerca (;A quién busca?)». Después de un breve intercambio, todo el mundo se puso cómodo. El detective se sentó frente a mí, los guardias recuperaron su puesto en la puerta y el policía de narcóticos se sentó sobre el escritorio. El hombre de paisano se apoyaba contra la pared.
—Déjeme ver de dónde le conozco —empezó.
La voz aterciopelada del detective añadía una sensación dramática a esa obra teatral cuyos mal dibujados protagonistas no acertaban a animarse.
Dove siete alloggiati? (¿Dónde se aloja?)
Me pidió los billetes de avión y la reserva del hotel. Se los entregué rebuscando entre el habitual desorden de mi equipaje.
—Qué razón podría usted tener para venir a Stresa en esta época del año?
Sopesaba todas y cada una de las palabras que decía para darles todo el sentido común que podía.. Yo no respondí. En ese momento, mis nervios estaban inusualmente receptivos después de una inacabable hora de interrogatorio.
Mecánicamente, alcancé mi Fet, mi única fuente de calidez y seguridad. Inmediatamente, el detective me pidió que dejase el libro y prestase atención.
El detective sacó una fotografía de la carpeta roja que sostenía con la mano derecha. Apenas podía creerlo. Enfrente, tenía una copia en blanco y negro de la fotografía de mi carnet de identidad español.
—,Qué ha venido a hacer a Stresa? —repitió en un perfecto inglés.
Me habían descubierto. No había otra posibilidad. Alguien del Ministerio del Interior español les había facilitado mi fotografía a las fuerzas de seguridad italianas. Los italianos 9bíafl de mi venida y me estaban esperando. Y lo que era peor, el Ministerio del Interior español estaba colaborando con el Club Bilderberg para detener mi investigación. ;Quién podía haber sido? ¿Cómo sabían dónde esperarme? ¿Fue la compañía aérea quien les había facilitado mis datos (que eran confidenciales) a los italianos? -Quién los había pedido? ¿Qué habían obtenido a cambio?
Miré intensamente un pedazo de papel de aluminio que había en el suelo.
De repente, entendí algo que había estado intuyendo sin 5er consciente: la razón de que me hubiesen detenido, de que me estuviesen interrogando, de que me hiciesen perder el tiempo. No me podían retener porque no había hecho nada. Tampoco me podían dejar ir, porque tenían órdenes de dejarme en la estacada. Los guardias de fronteras, sin saberlo, formaban parte de la invisible maquinaria del Club Bilderberg.
Me levanté.
—Señores -dije—, tienen dos opciones. O me detienen y me imputan algún cargo o me dejan ir. Se ha acabado esta mascarada. Ustedes saben perfectamente por qué estoy aquí y yo sé que ustedes saben que conozco su juego.
Me fijé en la sombra que proyectaba el trozo de papel de aluminio del suelo. Hastiado de todo aquello, enfadado de mí, del mundo, de que la gente no supiese nada, de que no quisiese saber nada, de que no les importase nada. Intenté fundir aquel objeto insignificante en la ordenada existencia del momento.
De nuevo, discutieron entre todos el próximo movimiento. Sin embargo, ahora, ya sabía que en unos minutos un coche me estaría llevando a las orillas del lago Maggiore, a Stresa y a la conferencia anual del Club Bilderberg; allí me encontraría con un grupo de investigadores indomables, mis amigos. Personas que, contra todo pronóstico, se las habían arreglado para llegar a esa perdida ciudad. Pocos sabían las adversidades que habían tenido que superar para conocer el plan maestro para el Gobierno Mundial del Club Bilderberg.
—Queda usted libre para irse, señor Estulin —dijo el detective—. Pero recuerde, sabemos dónde encontrarlo. Ahora está en Italia.
Si se mete en algún problema, irá a parar a la cárcel.
Eso, se lo prometo.
Recogí mi maleta, metí mi libro en uno de los bolsillos laterales y dije «Da svidania, daragoy» (Adiós, amigo). La cara del guardia se iluminó momentáneamente y miró con recelo al detective. Sin detenerme a mirar, seguí mi camino. Por fin, libre.

Mientras caminaba por la terminal del aeropuerto, pensé en la veleidad de la fortuna y en. las exigencias de la amistad. Una y otra vez, el peligro y la muerte llamaban a mi puerta, aunque mi misión seguía inalterada. Un joven de cabello rubio con ropas orientales y la nariz vendada entró en un café. Cerca, un camarero limpiaba las mesas con un paño húmedo. En el escaparate de una tienda de recuerdos, un desgastado cartel anunciaba la visita de un .circo. Una de las esquinas del papel estaba suelta. Había tina mosca muerta en el alféizar de la ventana.


Salí a la calle. No había viento, aunque el aire era cálido y olía ligeramente a gasolina.
Un hombre, blandiendo el periódico local, se sentó en un banco frente a mí. Por alguna inexplicable razón, se quitó los zapatos y los calcetines.
Qual é it prezzo a Stresa? (¿Cuánto cuesta ir a Stresa?) Possono portarmi il bagaglio? (-Puede usted llevar mi maleta?) El taxista, que poseía una enorme nariz, accedió a llevarme y cargó mis pertenencias en su Mercedes Benz.
Me encanta el proceso de viajar y los medios de transporte: el cómodo asiento de piel, la anticipación de nuevos descubrimientos, el lento desfilar de las luces del aeropuerto.
El taxista, que tenía una pequeña y pálida cara y, por la forma de su nariz, se diría que era aficionado a la bebida, empezó una conversación. Me explicó que su yerno trabajaba en una próspera aseguradora de Roma. En el salpicadero se podía ver una gastada fotografía de una mujer mayor y corpulenta, de nariz roja y ojos cerrados. La mujer del taxista. El hombre se quejaba de ser pobre, tener que trabajar demasiadas horas y no ver lo suficiente a su familia.
Ésa era la historia de su vida, una vida con poco sentido, la precaria e insulsa existencia de la tercera generación de inmigrantes napolitanos.
En algún recóndito compartimento de mi mente podía oír el intrincado sonido de su parloteo; sin embargo el resto de mi consciencia había pasado a otro mundo, mi tan preciado universo privado...
Alguien dijo una vez que escribir no es estar ausente, sino adquirir la ausencia; ser alguien para después irse, dejando sólo trazas.
(C., mi amor y mi vida. Tú eres mi cielo y mi infierno. Sólo podrías ser ambos. Tú eres mi felicidad, mi vida entera, aunque también el encuentro violento entre dos lenguajes. Porque el lenguaje, incluso la más brillante lengua, es una especie de sinrazón, el gemido al que aspira la más perfecta felicidad. No porque nuestra felicidad esté condenada, o porque el destino sea injusto, sino porque la felicidad es inteligible sólo bajo la amenaza; tan inteligible como su propia amenaza.)
Intenté concentrarme en lo que me estaba esperando en Stresa. Días de veintidós horas de trabajo, llamadas para comprobar fuentes, ser continuamente seguido por el Servicio Secreto, amenazas, registros no autorizados, reuniones y más reuniones con aquellos pocos valientes que amenazaban revelar los preciosos secretos del Club Bilderberg y su diabólico plan. Pero, simplemente, no podía concentrarme. Me venían a la mente incoherentes imágenes del más intenso horror moral. Esclavitud Total. Hambrunas provocadas por el ser humano que se llevaban millones de vidas a la tumba. Sufrimiento, más sufrimiento. Un sacrificio inhumano indescriptible. ¿Por qué? ,Es posible que alguien pueda infligir tanto mal sólo por su propio beneficio? Luchaba para no derramar lágrimas mientras recordaba que la búsqueda de-la verdad es una reivindicación de la decencia a expensas de la crueldad.
Pensé en un final feliz para un cuento, aún por escribir, sobre el paraíso perdido: nuestro afligido mundo. ¿Cómo sería que se disipase la felicidad para siempre? El paraíso y su pérdida se complementan. No sólo es cierto que los paraísos son siempre paraísos malogrados, sino que también es indudable que no hay edén sin su pérdida. Si no puedes perderlo, no se trata de un paraíso.
Bilderberg es una metáfora del miedo, la imagen misma de la locura. Más allá de todo, está la comprensión, por supuesto, de que el tiempo y el espacio, como el amor y la muerte, nos alteran y nos afirman, se nos pegan y nos exploran, implican lo irrevocable y nos convierten en lo que somos.
Qué es el tiempo sino un pasaje brutal, una decadencia y una forma de consciencia_ El nacimiento de la consciencia que sesabe temporal. Y menos aún entiendo cuál es el propósito de un destino que se empeña en unir mi vida a la del Club Bilderberg.
No debería sorprendernos el hecho de que exista a nivel internacional una organización equivalente al Club Bilderberg. Este grupo se llama a sí mismo CFR, es decir, Council on Fo- reign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores). El CFR forma parte de un grupo internacional ya citado y que se llama Round Table o Mesa Redonda. Otras de sus sucursales son el Royal Institute of International Affairs del Reino Unido y los Institute of International Affairs de Canadá, Australia, Sudáfrica, India y Holanda, y los Institute of Pacific Relations de China, Rusia v Japón.
El CFR tiene su cuartel general en la ciudad de Nueva York, en el edificio Harold Pratt House, una mansión de cuatro pisos en la esquina de Park Avenue y la calle 68, que fue donada por la viuda del señor Pratt, heredera de la fortuna de la Standard Oil Rockefeller. El CFR se compone de aproximadamente 3.000 miembros de la élite de poder estadounidense. Aunque el CFR tiene mucha influencia en el Gobierno, son muy pocos los americanos medios que conocen su existencia, en realidad menos de uno de cada diez mil, y muchos menos aún son conscientes de su propósito real.
Durante sus primeros cincuenta años de existencia, el CFR prácticamente no apareció en los medios de comunicación. Y Si tenemos en cuenta que entre los miembros del CFR figuran los más importantes ejecutivos del New York Times, el WaShtngton Post, Los Angeles Times, el Wall Street Journal, la NBC, la CBS, la ABC, la FOX, Time, Fortune, Business Week, US News t World Report, y muchos otros, no hay duda de que tal ..onimato no es accidental; es deliberado.
Para valorar las dimensiones del poder que manejan las organizaciones secretas más importantes del mundo, es decir, el Club Bilderberg, el CFR y la CT, basta con recordar que :.` controlan a todos los candidatos a la presidencia de ambos partidos, a la mayor parte de los senadores y congresistas de EE. UU., la mayoría de los puestos relevantes para la política del país (especialmente en el campo de los Asuntos Exteriores), a la mayor parte de la prensa, a todos los componentes de la CIA, el FBI y el IRS (Hacienda Pública), y a la mayoría del resto de organizaciones gubernamentales de Washington. Casi todos los puestos de trabajo del gabinete de la Casa Blanca están ocupados por miembros del CFR. Todos estos datos provienen de un informe de 1987 publicado por el propio CFR, disponible para el público en su sitio web. Obviamente uno se pregunta, ante la actual proliferación de libros sobre sociedades secretas, cómo es posible que una organización secreta tan poderosa, que controla la política exterior de EE. UU., publique abiertamente sus informes. Pero el lector debe ser consciente de que esa información es la que ellos quieren que usted vea para quitarle importancia al asunto. Las decisiones realmente diabólicas se toman en esferas internas de la organización, como veremos a lo largo de este capítulo, en que podemos imaginar la inmensidad de la filtración del CFR en la sociedad. Según se dice en ese informe, 262 de sus miembros son «periodistas, corresponsales y directivos de empresas de comunicación».
Pregunte a cualquiera de estas personas qué sucedió en el último encuentro social del CFR y probablemente se encuentre con que su preocupación por la libertad de prensa se ha evaporado. Katherine Graham, la legendaria editora del Washington Post, por ejemplo, afirmó en un encuentro de la CIA, una organización que ha estado babo el control virtual del L1~K desde su creación: «Hay algunas cosas sobre nosotros que el público no necesita ni debería saber.»
Todos los directores de la CIA han sido miembros del CFR, a excepción de James R. Schlesinger, que ocupó breve- 1 mente el cargo en 1973. Schlesinger, sin embargo, era un protegido de Daniel Ellsberg, miembro del CFR, famoso por haber hecho públicos los «Papeles del Pentágono» sobre el Vietnam. Por lo tanto, su nombramiento también estaba manipulado por el hombre clave del CFR, Henry Kissinger.
Cada cuatro años, los estadounidenses tienen el privilegio de escoger á su presidente. En 1952 y 1956, Adlai Stevenson (miembro del CFR) se enfrentó a Eisenhower (también miembro del CFR). En 1960, la batalla la libraron Nixon (miembro del CFR) y Kennedy (también miembro del CFR). En 1964, el ala conservadora del Partido Republicano «dejó aturdida al estamento del poder» nominando como candidato a Barry Goldwater por delante de Nelson Rockefeller. Rockefeller y el ala CFR de su partido pintaron a «Barry Goldwater -como un peligroso radical que quería abolir la seguridad social, tirar bombas atómicas sobre Hanoi y convertirse en una reencarnación de Mussolini» (Gary Allen, El expediente Rockefeller). En las siguientes elecciones, Lyndon Johnson consiguió una victoria aplastante sobre un humillado Goldwater. En 1968 se enfrentaron una vez más dos miembros del CFR, Nixon frente al demócrata Hubert Humphrey. En 1972, el presidente Nixon se impuso sobre el candidato demócrata George McGovern (también miembro del CFR). En 1976, el presidente republicano, Gerald Ford, del CFR, se enfrentó a Carter (miembro del CFR y la CT) y salió derrotado. En 1980, el presidente Carter fue derrotado por Ronald Reagan que, aunque no era miembro del CFR, tenía a George Bush como vicepresidente, que sí lo era. Lo primero que hizo Reagan al estrenar el cargo fue nombrar rápidamente en su gabinete a 313 miembros del CFR. El tercer candidato independiente en las elecciones de 1980 fue John Anderson, también miembro del CFR. En 1984, el presidente Reagan derrotó al candidato demócrata del CFR, Walter Mondale. En 1988, el contendiente republicano George Bush, Cr~efe de la CIA y miembro del CFR ganó a Michael Dukakis, gobernador poco conocido de Massachussetts y, por supuesto, miembro del CFR. En 1992, el presidente Bush tuvo como commpetidor a un oscuro gobernador de un estado poco imporante, Arkansas, de nombre Bill Clinton, miembro del Club B¡lderberg y del CFR. En 1996, Clinton tuvo a un duro comPeúdor en Robert Dole, veterano republicano y miembro del CFR. En 2000, el demócrata Al Gore (también miembro del CFR) se enfrentó al gobernador de Texas, el republicano George W. Bush. Bush hijo no es miembro del CFR pero, como ha sido siempre el caso, está bien representado por el estamento del poder. Todo el equipo de Bush, Condoleezza Rice, Dick Cheney, Richard Perle, Paul Wolfowitz, Lewis Libby, Colin Powell y Robert Zoellick, son miembros del CFR. En 2004, como ya mencioné anteriormente, el presidente en ejercicio Bush derrotó al demócrata John Kerry, miembro del CFR y el Club Bilderberg.

De hecho, desde 1928 a 1972, siempre ha ganado las elecciones presidenciales un miembro del CFR (excepto en el caso de Lyndon Johnson que compensó con creces al estamento del poder colocando en puestos clave del Gobierno a miembros del CFR).


El engaño público es completo porque aunque cambian las administraciones, que pasan sucesivamente de republicanos a demócratas, los puestos los ocupan siempre miembros del CFR. Como escribió, en julio de 1958, el conocido periodista Joseph Kraft en la revista Harper. «El Council desempeña un papel fundamental en el acercamiento de los dos grandes partidos, aportando, de forma extraoficial, un elemento de continuidad cada vez que se da un cambio de guardia en Washington.» No es nada sorprendente.
El presidente Clinton, también miembro del CFR, el Club Bilderberg y la Comisión Trilateral, empleó a casi cien miembros del CFR en su administración.
George Bush padre tenía a 387 miembros del CFR y la C¡F en su administración. Ronald Reagan, 313_ Nixon, al inicio de su administración, colocó a 115 miembros del CFR en las posiciones claves de su equipo ejecutivo. De los 82 primeros nombres que formaron parte del gabinete del presidente Kennedy, 63 pertenecían al CFR, según un informe del 1 de septiembre de 1961 de Arnold Beichman para Christian Science Monitor, titulado simplemente «CFR». El CFR ha sido una auténtica agencia de empleo para los gobiernos demócratas y republicanos. Como verá el lector una y otra vez a lo largo de este capítulo, la mayor parte de los puestos en la administración americana, sea bajo presidente republicano o demócrata, están ocupados por miembros del CFR. El equipo de Clinton y Gore fue financiado y apoyado también por el CFR_
El presidente del CFR es David Rockefeller. Los presidentes de los gobiernos van y vienen, pero el poder del CFR, y sus objetivos, permanecen. George \XTallace, candidato presidencial demócrata en cuatro ocasiones en la década de 1960-1970, hizo famoso el eslogan de que no hay un gramo de diferencia entre los partidos demócrata y republicano. ¿No se ha preguntado nunca por qué no cambian las políticas gubernamentales a pesar de que se hayan producido cambios en la «filosofía» de gobierno? Independientemente de que se trate de un demócrata, un republicano, un conservador o un liberal el que esté en el poder, la diferente retórica que emplean los candidatos parece tener muy poca influencia en quién gana realmente las elecciones, que es siempre la misma gente que mueve los hilos de las marionetas. La razón de esto, afirma Gary Allen en su brillante y agotado éxito de ventas El expediente Rockefeller, es «que mientras demócratas y republicanos de base generalmente tienen diferentes visiones sobre economía, actividades fede- 1 rales y demás acciones políticas, a medida que se sube la pirámide política, los dos partidos se parecen más y más».
;Qué están intentando conseguir los Rockefeller con su CFR? De hecho, como veremos a continuación, el objetivo del ! círculo de poder del CFR no ha cambiado desde su fundación en 1921 en el Hotel Majestic de París.
En el número de celebración del 50 aniversario de Foreign Affairs, la publicación trimestral oficial del CFR, Kingman grewster Jr_, embajador estadounidense en el Reino Unido y Presidente de la Universidad de Yale, escribió el artículo principal titulado «Reflexiones sobre nuestro propósito nacional». }( no se contuvo a la hora de definir ese propósito: «Nuestro propósito nacional debería ser abolir la nacionalidad americana y, al mismo tiempo, arriesgarnos invitando a otros países a compartir su soberanía con nosotros...» Dichos (al Gobierno Mundial en interés de lo que él llama la «Comunidad Mundial», sinónimo de lo que a los medios de comunicación les gusta denominar ahora «la Comunidad Internacional »_ Estas propuestas secretas reflejan el trabajo de docenas de diferentes agencias y comisiones, que describiremos detalladamente más adelante en este capítulo, aunque ahora podemos encontrar un avance de todo ello en el informe Nuestro Vecindario Global de la Comisión del Gobierno Global, un proyecto que dibuja el futuro papel de la ONU como Supergobierno Global (la cursiva es mía).
Richard N. Gardner, ex asistente del secretario de Estado, escribió en abril de 1974, en la revista Foreign Affairs, que «en breve, "la Casa del Orden Mundial" tendrá que construirse de abajo a arriba y no al revés... una erosión paulatina de la soberanía nacional dará muchos más frutos que el típico asalto a la antigua». James Warburg, hijo del fundador del CFR Paul Warburg y miembro del Equipo de Pensadores de Franklin D. Roosevelt (formado por personas externas al Gobierno, entre los que se incluían profesores, abogados y otros, que iban a Washington a aconsejarlo sobre cuestiones económicas), declaró ante el Comité de Asuntos Exteriores del Senado, el 17 de febrero de 1950, que «tendremos un Gobierno Mundial queramos o no, con nuestro consentimiento o sin él». Y todavía lo dice más claramente el mismo Henry Kissinger, en un discurso pronunciado en la reunión del Club Bilderberg de Evian, Francia, el 21 de mayo de 1992, transcrito de una grabación llevada a cabo por uno de los delegados suizos cuyo nombre no puede ser revelado por las terribles represalias que se tornarían contra él: «Los estadounidenses de hoy se indignarían si tropas de la ONU entraran en Los Ángeles para restaurar el orden, -pero qué duda cabe que al día siguiente esas mismas personas nos lo agradecerían!, y más aún si se les dijese que hay una amenaza externa en algún lugar, real o inventada, que pone en peligro la existencia de todos. La gente suplicaría entonces la intervención de los líderes mundiales para librarlos de tal amenaza. Todo ser humano teme a lo desconocido. Si les presentamos ese escenario, estarán más que dispuestos- a cedernos sus derechos individuales para que un Gobierno Mundial les garantice el bienestar.»`
En su libro, The Future of Feckralism, Nelson Rockefeller proclamó: «Ninguna nación puede defender hoy su libertad o satisfacer las necesidades y aspiraciones de su propio pueblo desde dentro de sus propias fronteras o a través de sus únicos recursos... Y así, la nación-estado, sola, amenazada de tantas formas, nos parece tan anacrónica ahora como las ciudades-estado griegas en los tiempos antiguos.»
De hecho, el CFR ha estado planificando el Nuevo Orden Mundial desde antes de 1942. Un editorial publicado en la página 2 dei Baltimore News-Post del 7 de diciembre de 1941, el día del ataque a Pearl Harbour, muestra cómo los pensamientos del CFR se insinúan en las mentes de las masas, a veces, mucho antes de que se hable explícitamente de los temas en cuestión.
Según el número del 7 de diciembre de este periódico, Wright cree que la nueva liga mundial formulará una «declaración básica de los derechos humanos» y, efectivamente, esa declaración fue más tarde adoptada por las Naciones Unidas. Así es como trabaja la insinuación. Wright explica en el artículo, escrito en 1941, que «para proteger esos derechos, el sistema se reservará el poder de castigar a las personas en determinados casos». Hasta ahora, la ley internacional trataba casos relativos a naciones, dejando la regulación de las personas individuales a las autoridades nacionales. Ahora, la ONU tiene el derecho de secuestrar a determinados individuos y llevarlos a juicio ante el Tribunal de La Haya. Ante tal travestismo de la justicia, no hay protestas internacionales, eso sí, hasta que uno de los miembros de nuestra familia es secuestrado y asesinado por comentar algo que el Nuevo Orden Mundial encuentra ofensivo a sus intereses más remotos.
El doctor Quincy Wright, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Chicago, hizo la más clara y temprana declaración sobre el Nuevo Orden Mundial cuando en 1941 describió el Nuevo Orden Mundial como lo contrario al Nuevo Orden de Hitler. Wright dejó claro que la soberanía nacional y la independencia de las naciones individuales estarían limitadas por un Gobierno Mundial. Terry Boardman, en su charla sobre el Nuevo Orden Mundial en la Rudolf Steiner House de Londres, el 25 de octubre de 1998, explicó a un auditorio de 1.500 personas que el doctor Wright se refería en su tiempo a los tres sistemas continentales, unos «Estados Unidos de Europa», un Sistema Asiático y una Unión Panamericana. Wright también predijo que cada sistema continental tendría una fuerza militar común y que los ejércitos nacionales serían drásticamente reducidos o directamente prohibidos.

La escritora estadounidense J. Miriam Reback (19001985), que escribió bajo los seudónimos Taylor Caldwell, Marcus Holland y Max Reiner, fue una combativa patriota que luchó vigorosamente por la libertad y la justicia, por lo tanto, en contra del Club Bilderberg y el CFR. Esta autora escribió durante muchos años en la única publicación norteamericana libre e independiente, Liberty Lobby (antiguos propietarios de la ahora difunta revista Spotlight, que renació de sus cenizas para asumir un nombre incluso mejor, American Free Press, donde trabaja mi amigo James Tucker Jr., auténtico sabueso del Club Bilderberg). En uno de sus últimos artículos en The Review ofthe News (predecesor de The New American), el 29 de mayo de 1974, poco antes de sufrir la embolia que la dejó sorda e incapaz de hablar en 1980, dijo: «Muchos de nosotros todavía nos atrevemos a protestar y continuaremos haciéndolo mientras Dios nos dé aliento. Para ser eficaces, sabemos que debemos dirigir nuestros ataques a los auténticos criminales, a los ricos y poderosos, a esa ¿lite secreta que conspira día y noche para esclavizarnos_ Incluso nuestro propio Gobierno es ahora su víctima, ya que son ellos quienes escogen a nuestros gobernantes, los nominan y los defenestran mediante el asesinato o la calumnia. He luchado contra esos enemigos de la libertad en todos los libros que he escrito. Pero pocos son los que me han escuchado a mí o a quienes han hablado de esta conspiración. Y ya empieza a ser tarde. Los estadounidenses deben escuchar y actuar o asumir la oscura noche de esclavitud que nos acecha y que será peor que la muerte.»


El plan, según dijo la escritora, es gradual y astuto: «Los conspiradores del CFR saben bien que los estadounidenses ama-i la libertad y que nunca aceptarán voluntariamente el yu¢ - de la esclavitud de un Superestado Mundial. Ésa es la razón de que hayan desarrollado un plan tan taimado y enrevesado durante todos estos años. La libertad no es gratuita. Cuesta tiempo, dinero y esfuerzo. La esclavitud sí lo es.»
De todas formas, con el advenimiento de un Gobierno Mundial,- Ejército Mundial, una Religión Universal y Moneda nica, ¿por qué querría la familia Rockefeller someter una soberanía, un poder gubernativo y una riqueza estadounidense que ya controla en aras de un Gobierno Mundial? ¿Ese Gobierno Mundial no amenazaría su poder financiero? ¿No es esa posibilidad, por lo tanto, la última cosa que desearían? ¡A no ser, por supuesto, que los Rockefeller, el Club Bilderberg y el CFR esperen controlar también el Gobierno Mundial! ¿Podría ser que el último objetivo del Gobierno Mundial fuese crear un solo Mercado Globalizado, controlado por un Gobierno Mundial, que controlase a su vez los tribunales, las escuelas, los hábitos de lectura y los pensamientos de las personas, vigilado por un Ejército Mundial, regulado financieramente por un Banco Mundial a través de una sola moneda global y poblado por una población conectada a un Ordenador Global a través de microchips? ¿Podría ser que Taylor Caldwell estuviese en lo cierto cuando afirmaba que solamente la esclavitud es gratis?`

Es importante entender que las conferencias y encuentros del CFR, el Consejo de las Américas, el RIJA, el Instituto de Relaciones Pacíficas, la Comisión Trilateral, la Fundación Gorhachov, la Fundación Bill Gates, etcétera, no son los lugares donde se toman las decisiones más importantes o se definen las nuevas estrategias. Esos encuentros sociales capitalizan el trabajo de los grupos de discusión y estudio del CFR. Según el capítulo «HowThe Power Elite Make Foreign Policy» del libro The Higuer Circles (1970), de G. William Domhoff, un escritor e investigador de los métodos usados por las organizaciones elitistas para conseguir el consenso, el CFR ha operado históricamente de la siguiente manera: «Pequeños grupos de unos 25 líderes procedentes de las seis categorías confabuladas (industriales, financieros, ideólogos, militares, especialistas profesionales (abogados, médicos, sindicatos...) se reúnen para hablar de diferentes temas de asuntos exteriores. Estos grupos de debate exploran los temas de una manera general, intentando definir problemas y alternativas. Tales grupos frecuentemente conducen a la ulterior creación de un grupo de estudio. Los grupos de estudio trabajan bajo los auspicios de una Beca del Council (financiada por Carnegie, Ford y Rockefeller) o un miembro del personal.»


G. William Domhoffcita al politólogo Lester Milbrath en su libro, según el cual el CFR, financiado por la Fundación Ford, ha funcionado históricamente de la siguiente forma: «El CFR, aunque no esté financiado por el Gobierno, trabaja tan estrechamente con él que es difícil distinguir lo que hace autónomamente de lo que hace estimulado por el Gobierno... La fuente de ingresos del CFR la constituyen las empresas y fundaciones más importantes del país.» En cuanto a las fundaciones, la mayor financiación ha procedido de la Fundación Rockefeller, la Corporación Carnegie y la Fundación Ford.
G. William Domhoff concluye diciendo que «todas las fundaciones que apoyan al CFR están, a su vez, dirigidas por hombres de la Bechtel Construction, del Chase Manhattan, de Kimberly-Clark; de Monsanto Chemical y docenas de otras empresas. Y, más aún, para completar el círculo, la mayor parte de los directores de esas fundaciones son miembros del CFR. A principios de la década de 1960, Dan Smoot halló que doce de los veinte miembros del Consejo de la Fundación Rockefeller, diez de los quince miembros de la Fundación Ford y diez de los catorce miembros de la Corporación Carnegie eran miembros del CFR».3
En 1968, el ex directivo de la Fundación Ford v ex agente de la CIA, Bissell, le dijo al grupo de discusión del CFR lo siguiente: «Para que la agencia sea eficaz, tendrá que hacer un uso creciente de instituciones privadas, aunque las relaciones ya muy deterioradas no puedan resucitarse. Necesitamos trabajar con un mayor nivel de secretismo y prestar más atención al uso de intermediarios. La cara exterior de la CIA, su contacto con el mundo exterior, necesita ser protegida. Si los diferentes grupos no hubiesen conocido la fuente de sus ingresos, el perjuicio subsiguiente de las revelaciones hubiera sido mucho menor. Por lo tanto, debe mejorarse el punto de contacto entre la CIA y los grupos privados, incluidas asociaciones de estudiantes y empresarios.» La CLA se relaciona con varios grupos privados, como explica Richard Cummings en su libro The Pied Piper sobre «Allard K. Lowenste¡n y el sueño liberal», un congresista de los EE. UU. que destacó en las décadas de 1960 y 1970 por reclutar a blancos en el Movimiento de los Derechos Civiles y por liderar al grupo opositor a la reelección del presidente Johnson.
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