saber: la naturaleza del organismo y la naturaleza de las condiciones de
vida. El primero parece ser, con mucho, el más importante, pues variac-
iones muy semejantes se originan a veces, hasta donde podernos juzgar,
en condiciones diferentes; y, por el contrario, variaciones diferentes se
originan en condiciones que parecen ser casi iguales. Los efectos en la
descendencia son determinados o indeterminados. Se pueden considerar
como determinados cuando todos, o casi todos, los descendientes de in-
dividuos sometidos a ciertas condiciones, durante varias generaciones,
están modificados de la misma manera. Es sumamente difícil llegar a
una conclusión acerca de la extensión de los cambios que se han produci-
do definitivamente de este modo. Sin embargo, apenas cabe duda por lo
que se refiere a muchos cambias ligeros, como el tamaño, mediante la
cantidad de comida; el color, mediante la clase de comida; el grueso de la
piel y del pelaje, según el clima, etc. Cada una de las infinitas variaciones
que vemos en el plumaje de nuestras gallinas debe haber tenido alguna
causa eficiente; y si la misma causa actuase uniformemente durante una
larga serie de generaciones sobre muchos individuos, todos, probable-
mente, se modificarían del mismo modo. Hechos tales como la compleja
y extraordinaria excrecencia que invariablemente sigue a la introducción
de una diminuta gota de veneno por un insecto productor de agallas nos
muestran las singulares modificaciones que podrían resultar, en el caso
de las plantas, por un cambio químico en la naturaleza de la savia.
La variabilidad indeterminada es un resultado mucho más frecuente
del cambio de condiciones que la variabilidad determinada, y ha desem-
peñado, probablemente, un papel más importante en la formación de las
razas domésticas. Vemos variabilidad indeterminada en las innumera-
bles particularidades pequeñas que distinguen a los individuos de la
misma especie y que no pueden explicarse por herencia, ni de sus pa-
dres, ni de ningún antecesor más remoto. Incluso diferencias muy marca-
das aparecen de vez en cuando entre los pequeños de una misma cama-
da y en las plantitas procedentes de semillas del mismo fruto. Entre los
millones de individuos criados en el mismo país y alimentados casi con
el mismo alimento, aparecen muy de tarde en tarde anomalías de estruc-
tura tan pronunciadas, que merecen ser llamadas monstruosidades; pero
las monstruosidades no pueden separarse por una línea precisa de las
variaciones más ligeras. Todos estos cambios de conformación, ya suma-
mente ligeros, ya notablemente marcados, que aparecen entre muchos
individuos que viven juntos, pueden considerarse como los efectos inde-
terminados de las condiciones de vida sobre cada organismo dado, casi
del mismo modo que un enfriamiento obra en hombres diferentes de un
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modo indeterminado, según la condición del cuerpo o constitución, cau-
sando toses o resfriados, reumatismo o inflamación de diferentes
órganos.
Respecto a lo que he llamado la acción indirecta del cambio de condic-
iones, o sea mediante el aparato reproductor al ser influido, podemos in-
ferir que la variabilidad se produce de este modo, en parte por el hecho
de ser este aparato sumamente sensible a cualquier cambio en las condic-
iones de vida, y en parte por la semejanza que existe -según Kölreuter y
otros autores han señalado- entre la variabilidad que resulta del cruzam-
iento de especies distintas y la que puede observarse en plantas y anima-
les criados en condiciones nuevas o artificiales. Muchos hechos demues-
tran claramente lo muy sensible que es el aparato reproductor para lige-
rísimos cambios en las condiciones ambientes. Nada más fácil que aman-
sar un animal, y pocas cosas hay más difíciles que hacerle criar ilimitada-
mente en cautividad, aun cuando el macho y la hembra se unan.
¡Cuántos animales hay que no quieren criar aun tenidos en estado casi li-
bre en su país natal! Esto se atribuye en general, aunque erróneamente, a
instintos viciados. ¡Muchas plantas cultivadas muestran el mayor vigor
y, sin embargo, rara vez o nunca producen semillas! En un corto número
de casos se ha descubierto que un cambio muy insignificante, como un
poco más o menos de agua en algún período determinado del crecimien-
to, determina el que una planta produzca o no semillas. No puedo dar
aquí los detalles que he recogido y publicado en otra parte sobre este cu-
rioso asunto pero para demostrar lo extrañas que son las leyes que deter-
minan la reproducción de los animales en cautividad, puedo indicar que
los mamíferos carnívoros, aun los de los trópicos, crían en nuestro país
bastante bien en cautividad, excepto los plantígrados, o familia de los
osos, que rara vez dan crías; mientras que las aves carnívoras, salvo rarí-
simas excepciones, casi nunca ponen huevos fecundos. Muchas plantas
exóticas tienen polen completamente inútil, de la misma condición que el
de las plantas híbridas más estériles. Cuando, por una parte, vemos plan-
tas y animales domésticos que, débiles y enfermizos muchas veces, crían
ilimitadamente en cautividad, y cuando, por otra parte, vemos individ-
uos que, aun sacados jóvenes del estado natural, perfectamente amansa-
dos, habiendo vivido bastante tiempo y sanos -de lo que podría dar yo
numerosos ejemplos-, tienen, sin embargo, su aparato reproductor tan
gravemente perjudicado, por causas desconocidas, que deja de funcio-
nar, no ha de sorprendernos que este aparato, cuando funciona en cauti-
vidad, lo haga irregularmente y produzca descendencia algo diferente de
sus padres. Puedo añadir que, así como algunos organismos crían
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