Medstar II: Curandera Jedi Michael Reaves y Steve Perry Versión 1



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Las fragatas MedStar eran lo mejorcito de la flota médica de la República. Estaban equipadas con instalaciones xeno y biomédicas de última tecnología que rivalizaban con las de muchos hospitales planetarios, y diseñadas para admitir pacientes estabilizados en el Uquemer, enfermos o heridos, y continuar con su tratamiento en caso necesario. Se trataba de naves extremadamente caras, y actualmente había pocas en servicio activo. Dada la naturaleza y la duración de la guerra, los astilleros Kuat estaban construyendo más con toda la premura posible.

En la guerra, el camino hacia la victoria, o hacia la derrota, siempre se construía a través de montañas de cuerpos.

Columna, sentado en el transporte que se dirigía hacia la MedStar, miraba por el pequeño y grueso ojo de buey ni verde paisaje que disminuía cada vez más. El gravicampo de la nave garantizaba que los pasajeros y la tripulación permanecieran en una cómoda constante planetaria, pero a juzgar por la velocidad a la que se alejaba de Drongar, el espía calculó que el transporte debía de Viajar al menos a cinco g. El motivo de tan rápido ascenso cm atravesar rápidamente los estratos de esporas. Columna miró por la ventana mientras multitud de colonias de aquellos proto-animalículos unicelulares chocaban contra el transpariacero como insectoides contra un parabrisas. Manchas de color, casi todas en distintos tonos rojizos o verdosos, chorreaban por la superficie gracias a la velocidad de la nave.

En Drongar la vida era tanto mutagénica como adaptogénica, y su tasa de evolución parecía ser más constante que puntual, así como extremadamente rápida. Los estudios demostraban que las especies de aquel planeta poseían un ADN que confería propiedades de diferenciación a casi todas las células de su organismo, permitiéndoles adaptarse a las amenazas medioambientales en un periodo de tiempo asombrosamente corto. Esta rápida mutabilidad era todo un peligro para los alienígenas que acudían al planeta a recolectar bota. Las esporas, las bacterias, los virus, los rizomas y seguro que otros millones de pequeñas formas de vida todavía por descubrir entraban en todo lo que había en Drongar, atascándolo. Una nave viajando a través de las nubes de esporas tenía que darse prisa. Si se demoraba demasiado, la rebosante proto-forma de vida atacaba sus sellos, y a veces llegaba a carcomer el material tan rápidamente como un potente agente cáustico. Podía hacer lo mismo, y solía hacerlo, con los sistemas biológicos alienígenas como pulmones, hígados, riñones, tripas, espiráculos y demás. Por suerte, las concentraciones más dañinas de enjambres de esporas solían estar por encima de las copas de los árboles, lo bastante alto como para que la gente que se movía a nivel del suelo pudiera mantener unas condiciones de vida saludables. Nadie estaba seguro de por qué no descendían. Quizá fuera por las corrientes de aire, pensó Columna. O quizá por el calor. Fuera cual fuese la razón, todos agradecían que la ingente forma de vida drongariana no se ensañara más con los forasteros.

Columna suspiró, sabiendo que si pensaba tanto en la fauna y la flora local era solo para no pensar en la tarea que se le avecinaba. Acarició con un dedo los controles del holoproyector, cambió la imagen de una vista aérea de Drongar a una aumentada de la MedStar que esperaba en la órbita superior geosincronizada. Lo que tenía que hacer no era muy agradable el' eso no cabía duda. Había ocasiones en las que un espía no se limitaba a ser un simple recabador de información. Había ocasiones en las que se le requería un papel más activo. En ocasiones, había que entrar en el territorio del sabotaje. Era parte del trabajo: era difícil, pero era inevitable.

Columna reflexionó por lo que parecía ser enésima vez en aquella triste pero necesaria realidad. Pero pensar en ello no cambiaba nada. Aquello era la guerra. La gente moría en la guerra; algunos se lo merecían, otros no, y por mucho que desearan lo contrario, los espías y saboteadores del campamento enemigo teman que asumir la responsabilidad de los actos violentos.

Si no lo hacía Columna, lo haría otra persona. Le gustaba pensar que ese otro agente podía no tener tantos escrúpulos respecto a la muerte y la destrucción.

No es que Columna se considerase muy escrupuloso: en los últimos meses había sido el responsable directo de acciones que se habían cobrado, vidas y daños materiales. Acciones que, como dijo una vez el revolucionario ithoriano Andar Suquand, eran como «echar arena en las piezas de la maquina». No iban a acabar con la guerra por sí solas, pero sí contribuirían a colapsarlo todo.

En ocasiones, era lo único que uno podía hacer.

La siguiente acción sería como tirar piedras en lugar de arena, al menos localmente. Cuando Columna hubiera terminado, esos engranajes metafóricos He detendrían, los árboles de levas se romperían y las reparaciones requerían tiempo, dinero y valiosa mano de obra; y todas esas cosas serían una china en el zapato de la República. No muy grande, claro, dada la longitud, la profundidad y la amplitud de las Guerras Clon, que era como se empezaba a llamar a todas esas batallas relacionadas, y apenas llamaría la atención. Pero las guerras no se ganan con grandes golpes, sino con muchas pequeñas grietas. Hasta los agujeros más diminutos, cuando se dan en número suficiente, pueden vaciar el contenedor más grande.

Columna miró de nuevo el holoproyector instalado en el respaldo del asiento delantero. La MedStar crecía lentamente en la imagen, completamente sola contra el fondo negro del espacio. Columna suspiró de nuevo. Tenía un deber que cumplir. Así era la guerra.
~
Jos acababa de terminar una serie de procedimientos simples y aburridos, puntos de sutura rutinarios que podía realizar cualquier residente de primer año. Pero, por simples que fueran, llevaban tiempo cuando se amontonaban en medias docenas o más.

Cuando tiraba el delantal sucio a la cesta de reciclaje, Uli salió de la SO con pinta de haber dormido diez horas seguidas, haberse dado una ducha sónica y haberse tomado una taza de bajjah calentito.

Que mal repartido estaba el mundo.

—¿Qué tal, Jos? —dijo el chico—. Hoy no han parado de llegar, ¿eh?

—Sí, a veces pasa. Demasiadas veces. ¿Qué tal todo?

—Genial. Dos resecciones intestinales, un trasplante cardíaco y una reparación de hígado. Todos siguen vivos y apenas me ha costado esfuerzo.

Jos sonrió y negó con la cabeza. Ninguno de esos procedimientos era fácil ni siquiera en la galaxia real. Lo que para aquel chaval era coser y cantar, a Jos le hubiera tenido sudando ácido de batería en su tercer año como residente. Tenía un vibroescalpelo, y Uli también, eso no se podía cuestionar. La inseguridad que Jos había visto en el chico en su primer día había sido sustituida rápidamente por una confianza que rayaba en la chulería. Jos sabía que, aunque Uli se había pasado el día recuperando vidas desde el umbral de la eternidad, la muerte seguía siendo un concepto abstracto para alguien tan joven.

—¿Y tú te las apañas bien?

Ligeramente sorprendido por la pregunta, Jos miró al chico.

—Claro. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque, bueno, ya sabes… como Tolk no está y eso…

—No es la única enfermera de cirugía del equipo.

—Ya, pero es la única con la que tú tienes, eh, algo.

Jos arqueó una ceja.

—¿Qué te hace pensar eso?

Uli sonrió socarrón, algo propio de su edad.

—Venga ya, Jos. Somos compañeros de tienda. Y no es tan grande como para que un par de paneles centrales de plastoide puedan aislarte acústicamente.

Jos se sintió incómodo.

—Creía que habíamos sido discretos.

—La verdad es que no. Además, es obvio incluso para los que no comparten cuchitril contigo. ¿Ella está bien?

—Está bien. Ha tenido que ir a la MedStar para un curso de EMC.

Volverá en un día o dos.

—La echas de menos.

No era una pregunta, y Jos supuso que podría haberle dado una bofetada por aquello, pero sonaba como un comentario de ánimo y no de peloteo.

—Sí, la echo de menos.

Hubo un silencio incómodo.

—Creo que iré a por algo de comer —dijo Jos—. ¿Te vienes?

—Luego. Antes tengo que ver a un paciente.


~
Barriss era cuidadosa durante sus entrenamientos con el sable láser desde que se cortó. Al principio actuaba insegura, con una preocupación que frenaba sus movimientos, pero eso fue desapareciendo gradualmente, y ya había recuperado su velocidad normal. Fuera cual fuese el problema, no había vuelto a pasar, así que había recuperado la confianza, aunque seguía sin tener ni idea de lo que pudo provocar aquel error. Un movimiento que había ejecutado decenas de miles de veces no era algo en lo que pensara normalmente; de hecho, no debería ni pararse a pensar en ello. Pensar era lento.

Tampoco tenía ni la menor idea de lo que provocó la repentina corriente de aire frío. Preguntó a otros seres que estaban por allí, así como a algunos técnicos. Nadie lo había experimentado, y nadie tenía una explicación para aquel fenómeno.

Resultaba tentador pensar que sólo había sido su imaginación, pero sabía que no era así. Barriss había sentido una especie de perturbación en la Fuerza, al margen de la causada por los arbustos graznadores.

Ella confiaba en la Fuerza. Confiaba desde la primera vez que brotó en ella y comprendió lo que era. Y pronto aprendió también lo que no era. En primer lugar, y lo más importante, es que no era ni una protección ni un arma, ni un tutor, aunque en ocasiones pudiera ser una de esas tres cosas. La fuerza era lo que era, ni más, ni menos. Los errores de utilización eran responsabilidad exclusiva del usuario.

Acababa de terminar la sección de la Forma III en la que se enfrentaba a cuatro oponentes imaginarios, todos ellos empuñando pistolas láser. Ni el mejor jedi de la historia hubiera podido detener cuatro disparos simultáneos desde cuatro puntos distintos, pero ésa no era la cuestión. Los principios del combate Jedi se fundamentaban en el concepto de la constante búsqueda de la perfección. Un Jedi entraba en la batalla con la idea de enfrentarse a multitud de atacantes armados y hábiles. Si se entrenaba para el combate pensando que podían atacarte en mayor número y más armados, y que aun así podías vencer, tendrías bastantes más posibilidades que si pensabas que serías derrotado por tener todas las circunstancias en contra.

Alguien se acercaba a Barriss desde atrás. Ella utilizó la Fuerza…

Era Uli.

—Hola —dijo él.

Barriss se giró, encantada de haberle identificado antes de oír su voz, y a la vez, divertida por enorgullecerse por una cosa tan trivial.

—Hola a ti también.

—¿Qué tal el pie? ¿No te han quedado daños secundarios?

—No, está bien. Está completamente curado. —Él sonrió con admiración ante su capacidad curativa—. ¿Vuelves a cazar alas-bengala?

El negó con la cabeza.

—Acabo de terminar mi turno en la SO y necesitaba estirar las piernas. —La miró, aunque esquivando sus ojos—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Barriss apagó el sable láser.

—Claro.


—¿Cómo puedes ser curandera y utilizar el sable láser como lo utilizas?

—Práctica, Muchísima práctica.

Uli sonrió y negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Barriss dijo:

—Tú te refieres al porqué y no al cómo, ¿a que sí?

El asintió.

—Así es.


Un picotón pasó zumbando, buscando una presa más pequeña que aquellos dos seres en pie bajo el sol ardiente. Barriss señaló a la sombra de un enorme árbol y se acercaron hasta ella.

—Desde que empezó la guerra, los Jedi son sobre todo guerreros —dijo ella—. Se han hecho más poderosos por sus habilidades con la Fuerza. A lo largo de la historia, siempre hemos buscado emplear nuestro poder para hacer el bien, como guardianes, lo cual se traduce en defensa más que en agresión. Aun así, un guerrero debe saber combatir a niveles que van de la batalla, hasta el duelo. Y uno parle de eso implica responsabilizarnos de lo que hacemos.

»Creemos que, si tienes que matar a alguien, si tienes que privarle de su vida, se debe mirar a ese ser directamente a los ojos mientras lo haces. El asesinato de otro ser vivo, aunque sea alguien que se lo merezca, no es algo que deba tomarse a la ligera. Como no debe hacerse fácilmente. Hay que estar lo bastante cerca de él como para comprender lo que conlleva ese acto, para comprender el dolor y el miedo que sufre el enemigo cuando es asesinado. Hay que padecer su muerte, en parte.

—Por eso utilizáis los sables láser.

—Por eso utilizamos los sables láser. Porque sirven para acercarte al enemigo, cara a cara, no a una distancia alejada. Se puede emplear un rifle láser con holomira para encasquetar un tiro a tu enemigo a un kilómetro de distancia… Es más eficaz y entraña muchos menos riesgos, pero te impide escuchar el crujido de la muerte y oler el miedo, y no tienes que limpiarte la sangre de tu enemigo de la cara. Si se debe matar a alguien, hay que ser consciente de lo mucho que supone eso… para tu oponente y para ti.

—Vale, esa parte la entiendo, pero…

—¿Cómo puedo ser curandera y guerrera al mismo tiempo?

El asintió.

—Son las dos caras de la misma moneda. Te llevas una vida, devuelves otra… Siempre hay un equilibrio. En casi todas las culturas, el individuo es una combinación del bien y el mal, rara vez es una cosa o la otra. Casi todos los pueblos tienen un concepto de decencia innata. Viven vidas más o menos virtuosas, pero siempre tienen la opción de escoger entre el bien y el mal.

»Yo no puedo crear vida, Uli, pero puedo restaurarla. Ser curandera me permite equilibrar el hecho de que he acabado con vidas… y que volveré a hacerlo. Algunas veces, el enemigo no se merece la pena máxima y yo puedo conseguir mi objetivo amputando un brazo o una pierna. Estaría mal permitir que ese enemigo muera. Por tanto, es muy valioso poder reparar el daño que he causado.

—Pero no todos los Jedi son curanderos —le indicó Uli.

—Ya, pero todos los Jedi reciben una formación básica de medicina y de técnicas de primeros auxilios. Y, claro, hay veces en las que tenemos que curar a nuestros amigos, o a uno de los nuestros, además de a nuestros enemigos.

Él volvió a asentir.

—Sí, ya entiendo.

—¿Por qué me lo preguntas?

Él miró al suelo, como si sus botas fueran de repente de lo más fascinante. Luego volvió a mirarla a ella.

—Soy cirujano. Es cosa de familia, pero también es algo que he querido ser desde que tengo uso de razón. Ayudar a mis pacientes, curarles, que se pongan bien. Pero, aun así…

Se quedó callado, pensando. Barriss aguardó. Sabía lo que el chico estaba a punto de admitir, se lo había dicho la Fuerza alto y cloro. Pero era importante que saliera de él.

—Aun así —dijo Uli—. Hay una parte de mí que desea matar. Apresar a los que empezaron esta guerra y exterminarlos hasta no dejar ni rastro de ellos. Puedo sentir esa… rabia asesina. Yo… no es así como quiero verme a mí mismo.

Barriss sonrió con un gesto breve y triste.

—Claro que no. La gente decente no quiere recorrer ese camino. La buena gente, los que aman y se interesan por los demás, preferiría no tener esos sentimientos.

—Entonces, ¿cómo puedo librarme de ellos?

—No puedes. Has de admitirlos, pero no permitir que te controlen. Los sentimientos no vienen etiquetados como «buenos» o «malos», Uli. Te sientes como te sientes.

Sólo tú eres responsable de tus actos. Ahí es donde entra la libertad de elección. Incluso la Fuerza, un gran poder del bien, puede utilizarse para hacer el mal.

—¿Ese es el «Lado Oscuro» del que he oído hablar?

Barriss frunció el ceño.

—Los Jedi hacen referencia al «Lado Luminoso» y al «Lado Oscuro», pero lo cierto es que sólo son palabras, y la Fuerza está más allá de las palabras. No es maligno, tampoco es bueno… sólo es lo que es. El poder en sí no corrompe, pero sí que puede alimentar una corrupción ya existente. Un Jedi tiene que elegir constantemente entre un camino y el otro. Dime una cosa:

—Si tuvieras la oportunidad de encontrarte cara a cara con el Conde Dooku, y tuvieras el poder de matarle… ¿lo harías?

Él lo pensó durante lo que pareció largo rato. Barriss podía oír el arrullo de los arbustos graznadores, el elevado y agudo zumbido de los chinches ígneos que revoloteaban a su alrededor y el sonido hueco de las pisadas descalzas de un ishi tib en un charco de fango cercano.

—Probablemente no —dijo Uli.

—Ahí lo tienes.

—Pero no estoy seguro de que no llegara a hacerlo. Después de todo, es el responsable directo o indirecto de un genocidio planetario, de la destrucción de cosas como el museo de la Luz de Tandis Cuatro…

—Eso es cierto. Pero, por otro lado, ¿conoces las Variaciones de Vissëncant, de Bann Shoosha?

El asintió.

—Tienen menos de dos años de antigüedad y ya se consideran una de las grandes obras musicales del milenio.

—Eran de las favoritas de Zan Yant. Esa música se compuso para celebrar la huida de la familia de Shoosha de Brentaal. Si esa batalla no hubiera tenido lugar, los Variaciones no existirían.

Uli pareció confundido.

—¿De verdad crees que una obra de arte vale lo que miles de vidas?

—Probablemente no. No estoy diciendo que sea así, sólo digo que las cosas no son difíciles. De eso se trató realmente, ¿no? De tomar decisiones y de saber vivir con las consecuencias.

—Si supongo que es así —dijo el en un tono inseguro.

Barriss encendió el sable láser de nuevo.

—Bueno —dijo a Uli mientras retomaba su entrenamiento—. Es… lo que hay.




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