Medstar II: Curandera Jedi Michael Reaves y Steve Perry Versión 1



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Había un par de asuntos de los que Kaird debía ocuparse antes de planear su regreso triunfal a su planeta natal. Lo primero era asegurarse de que Thula y Squa Tront se establecieran de forma segura en la conexión que llevaba de los campos de bota a los contenedores de almacenamiento en los cargueros de Sol Negro. Entre otras cosas, eso significaba que debían caerle en gracia a Nars Dojah, responsable de suministros, un viejo e irascible twi'leko. Por suerte, los twi'leko se contaban entre las muchas especies que caían bajo el efecto de las feromonas de las falleen. Por desgracia, Dojah lo sabía, motivo por el que no se fiaba de Thula. Durante la entrevista incluso llegó a insistir en ponerse un respirador con filtros. Todo esto se lo contaría luego, entre risas, Thula a Kaird, o a Hunandin, el kubaz, a ojos de todos los que pasaban por la cantina.

—Me da la impresión de que esto te divierte —dijo Kaird molesto—. Si Dojah no te contrata por ese prejuicio te garantizo que mis jefes no sonreirán en lo más mínimo, y yo tampoco.

—Sí te reirás —le garantizó la falleen—. No he terminado de contarle. Kaird se apoyó en el respaldo.

—Vale, diviérteme.

—Las investigaciones que ha realizado Dojah sobre la química corporal de los falleen son incompletas. Yo puedo emitir también análogos proteínicos que funcionan mediante el contacto corporal en lugar de a través de los órganos olfativos.

Kaird sonrió, y los sensores de su máscara lo tradujeron una vez más en el equivalente kubaz, enrollando su colgante morro como si fuera una probóscide.

—Entonces… pese a que no podía oler tu aroma, ejerciste el mismo efecto.

—Así es.


La falleen apuró lo que le quedaba del daiquiri Lado Oscuro que estaba tomando y se apoyó en el respaldo, con los músculos tensos bajo la piel de finas escamas. Kaird pudo sentir su propia libido revolviéndose. Era increíble: genéticamente, debía de ser tan compatible con la reptiloide como con el ADN de la bota, pero, aun así…

Kaird vio que la falleen le miraba y sonreía ligeramente. Obviamente, no necesitaba leer la mente de su socio para saber lo que pensaba. Él se aclaró la garganta y se giró hacia el umbarano.

—¿Y tú?

—Ningún problema —dijo Tront entre susurros—. Tengo un puesto fijo de procesador de datos de envío. El desvío de pequeñas cantidades de bota no supondrá dificultad alguna.



—Me alegra oír eso. Por desgracia, creo que esta semana no podremos cumplir Con la cuota exigida por Sol Negro. La explosión de la MedStar reventó uno de los compartimentos de almacenamiento designado para nuestro propósito, y perdimos un envío considerable de contrabando congelado en carbono. Y, como sin duda sabréis ya, la actual fluctuación de temperatura ha diezmado gran parte de la cosecha local. Necesitaremos obtener en los próximos tres días otros doscientos kilogramos de material procesado. Por suerte, las cosechas de los Uquerner 7, 9 y 14 suelen desviarse hacia aquí para su envío.

Tront abrió los ojos ligeramente.

—Es una cantidad considerable para moverla sin llamar la atención, sobre todo tan pronto —señaló hacia la ventana y a la interminable nevada—. Este extraño fallo en el funcionamiento de la cúpula dificulta todo todavía más.

—Lo sé —dijo Kaird—, pero así están las cosas. Con el asesinato del último agente enviado aquí, y la actual táctica separatista de avanzar tomando los campos de cultivo, mis superiores se están poniendo nerviosos. Estarnos en una situación inestable y he recibido órdenes de maximizar los beneficios mientras sea posible.

Tront frunció el ceño.

—¿Conoces la fábula del Kåhlyt Cristalino, Hunandin?

Kaird negó con la cabeza.

—Una parábola popular de M'haeli. Un granjero se encuentra con un kåhlyt, una inofensiva criatura ovípara, Con la maravillosa habilidad de poner cristales rubat con forma de huevo cada ciclo lunar. El granjero vende los cristales y comienza a acumular riqueza, pero su mujer se impacienta. No quiere esperar para hacerse rica, así que mata al kåhlyt y lo abre para: quitarle todos los cristales de una vez por todas.

Kaird realizó un gesto de impaciencia.

—¿Y…?


—Y lo único que encuentra son las entrañas de un kåhlyt, ni cristales ni nada —Tront dio un delicado sorbo a su copa—. Puede que tus superiores no hayan oído esta fábula, amigo Hunandin. No es sabio matar al kåhlyt que pone los cristales rubat.

—Quizá no —respondió Kaird—, pero tampoco es muy inteligente tirar a un nexu de la cola, lo cual equivale a decir al nuevo subjefe que no.

Thula se movió, inquieta.

—He oído hablar del mal genio del subjefe —miró a Tront y se encogió de hombros—. Squa y yo lo conseguiremos, no te preocupes.

—Excelente —Kaird se levantó, arrojó un par de créditos a la mesa y salió de la cantina.

Avanzó por el recinto cubierto de nieve, pensando. Por su bien, más les valía a Thula y a Tront cumplir con la cuota de contrabando. Ahora que Kaird había tomado la decisión de abandonar Sol Negro y regresar a Nedij, cualquier cosa relacionada con dudas u obstáculos le ponía muy nervioso. Cuanto antes embarcara en alguna nave para abandonar Drongar de una vez por todas, mejor.

Y que el Huevo Cósmico se rompiera sobre cualquiera que se interpusiera en su camino.
~
I-Cinco había conseguido arreglar unos calefactores de batería para la sala de operaciones, para que al menos no se congelara la sangre de los pacientes. Un pequeño androide AG había sido reprogramado y enviado al tejado para ir quitando nieve y evitar que se acumulara sobre la fina estructura, lo que podría acabar enterrando a todo el mundo. El androide había recibido órdenes de dejar unos pocos centímetros de la blanca sustancia para que actuara como aislante, por extraño que eso pudiera parecer.

Jos cortaba, grapaba y pegaba a los soldados heridos, pero de forma tan mecánica como el androide del techo retiraba la nieve. Tolk no le había llamado, y tenía un nudo de miedo en el estómago.

Vaetes había acudido en persona a comunicarle lo poco que sabía sobre la explosión en la MedStar. Nada era seguro, pero el coronel anunció en tono lacónico todo lo que sabía mientras Jos operaba.

—Un sello hizo explotar uno de los puertos externos, posiblemente un impacto de micrometeoro, aunque se desconoce cómo pudo atravesar los escudos. El estallido provocó un cortocircuito en el sistema eléctrico de la nave. El monitor del sistema apagó el suministro de potencia, pero, no se sabe cómo, un contenedor de químicos volátiles derramó su contenido y el vapor de ese vertido se prendió, haciendo explotar otros materiales inflamables del almacén. Hubo una explosión secundaria que hizo saltar todo por los aires. Los controles automáticos dejaron escapar esa sección, pero hayal menos doce muertos.

A Jos se le secó la garganta.

—¿Tolk?


Vaetes negó con la cabeza.

—No lo sé, Jos. El intercomunicador de la nave se encuentra en estado de emergencia, y no permiten la entrada o salida de llamadas hasta que lo tengan todo bajo control. El piloto de un transporte me ha comunicado la cifra de muertos. Son los cuerpos que pudo contar en el espacio cuando salieron por la grieta del casco. Todavía no hay informes sobre las bajas de a bordo. En cuanto sepa algo más…

—Ya. Gracias.

El campo estéril tenía un calefactor que casi nunca se empleaba en aquel planeta, pero el androide quirúrgico que ayudaba a Jos lo había puesto al máximo, así que al menos tenía las manos calientes.

Pero el frío que sentía en el resto de su cuerpo no era nada comparado con el que sentía en el alma.

Tolk…


No podía estar muerta. Ningún universo podía ser tan cruel como para permitir semejante broma macabra. Después de trabajar tanto durante tanto tiempo, tras curar tantos heridos, tras salvar tantas vidas, era inconcebible que la vida que más le importaba en el mundo se perdiera.

¿De verdad lo crees?

Tengo que creerlo, se dijo Jos a sí mismo. Tengo que creerlo.

Uli se acercó a él.

—He terminado con lo mío —dijo—. ¿Te ayudo?

Jos dejó que la enfermera le limpiara la frente y negó con la cabeza.

—Estoy bien.

No recordaba haber dicho una mentira más enorme en toda su vida, pero lo cierto era que el chico no podía hacer nada para ayudarle, en ningún sentido. Tenía que seguir trabajando. Extirpó, cauterizó quemaduras, amputó y unió miembros, puso torniquetes, drenó heridas, taponó hemorragias…

Los pacientes pasaban por debajo de sus manos, y Jos siguió trabajando, con la esperanza de que las heridas ajenas le sirvieran de calmante.
~
En la cantina, Den Dhur trabajaba a destajo. Pidió que le devolvieran cada favor que se había ganado desde que llegó el primer día a aquel maldito planeta. Todas las copas a las que había invitado a los técnicos y al resto del personal, todos los usos no autorizados de su intercomunicador que les había permitido para que pudiesen llamar a sus familias, camadas, manadas y demás, los créditos que había prestado hasta el día de cobro… Suplicó, rogó y se quejó sin vergüenza alguna. Aquélla era una verdadera noticia, y él necesitaba acceder a ella.

Los datos iban apareciendo poco a poco, y acababan por encajar. Den los ordenaba.

Por un mecánico ugnaught de trasbordador se enteró de que una de las secciones de suministro que había expulsado su contenido al vacío había sido la de almacenamiento de pequeñas piezas de electrónica. Piezas que, según el mecánico, eran los armonizadores y los estabilizadores de cristales de sustitución que los técnicos de la cúpula estaban esperando para detener la incesante nieve. Piezas que formarían parte de la lluvia de meteoros que iluminaría el firmamento en cuanto entraran en contacto con la atmósfera.

Por un androide de comunicaciones cuyo turno coincidió con el accidente, antes de que lo afectara el estado de emergencia, Den supo que había 186 seres trabajando en las cubiertas afectadas. Algunos de ellos consiguieron traspasar las puertas antes de que se sellaran automáticamente. Otros no. Seguramente habría bolsas de aire en la sección afectada, salas que podían cerrarse y sellos herméticos que podían activarse, pero estando desconectados los sistemas de apoyo vital, la temperatura bajaría rápidamente, y no entraría en ellas ni calor ni aire mientras no se parchearan los efectos de la explosión.

En los casilleros de desastre había trajes de emergencia, en su mayoría trajes de finoevacuación con un suministro de aire limitado, pero no había forma de averiguar cuánta gente consiguió uno de ésos.

Por un piloto de trasbordador kubaz, Den obtuvo un recuento actualizado de cadáveres. Al menos veintiséis cuerpos congelados flotaban a la deriva en las inmediaciones de la MedStar.

—Ha tenía que ser una peazo explosión para que soltara a tanta banda, tío —dijo el piloto, con la trompa curvándose y desenrollándose de miedo.

Y eso fue todo lo que pudo obtener con algo de sustancia. En la MedStar había algunos miembros de ese Uquemer, amigos de la partida de sabacc como Tolk y Merit y, por lo que sabía, existía la posibilidad de que ambos estuvieran entre los muchos atrapados o, peor aún, quizá se hubieran convertido en esculturas de hielo retorcidas y quebradas, en órbita alrededor de la accidentada nave. Den era periodista y había visto morir a amigos y conocidos en escaramuzas por toda la galaxia, pero eso no lo hacía más fácil. Tenía que ponerse en modo objetivo y desembarazarse de sus sentimientos personales si quería llevar aquella misión a buen término. Pero últimamente aquello era cada vez más difícil. Cuando Zan Yant murió, le dolió mucho, más de lo que había creído posible. Una cosa era hacerse el cínico ante la gente que tenía alrededor, quitárselo todo de encima con la típica actitud «¿y yo qué culpa tengo?», y otra cuando estaba a solas consigo mismo, sin nadie que le observara. No era tan fácil como cuando era joven y estaba pagado de sí mismo y se sentía inmortal.

Den se sentó y se tomó un matabanthas detrás de otro, como si fuera a morir al día siguiente, preguntándose para cuánta gente conocida ésa sería una verdad literal. Aunque acababa de llegar una partida de heridos, la cantina estaba llena de gente que no tenía más sitio al que ir y estaba allí esperando nuevas noticias, buenas o malas.

Teedle se acercó rodando.

—¿Quieres otra, cari?

—No. Estoy bien.

Mientras la pequeña androide se alejaba, Den contempló su taza. Bien.

Era una palabra que cada vez encontraba menos útil para hablar de sí mismo.

Quizá fuera hora de retirarse del campo de batalla, encontrar algún planeta tranquilo en alguna parte, dedicarse a las noticias locales y dejar las Zonas de guerra para los jóvenes que seguían pensando que eran gloriosas y emocionantes. Si, las grandes historias podían encontrarse, incluso en planetas como Drongar, supuestamente lejos de donde estaba la «acción», pero cada vez todas empezaban a hablar de lo mismo: de la guerra. Muchos seres muertos, amputados, heridos; todo para mayor gloria de la República. Más detalles en la próxima edición de noticias…

Alzó una mano para llamar a Teedle. Quizá necesitaba otro trago. Al menos, las copas son algo que puedo decidir no tragarme. Hasta cierto punto…


~
Barriss entró, sacudiéndose la nieve de la túnica, y vio a Den sentado solo en una mesa, mirando su vaso vacío. Se acercó a él.

—¿Te importa que te acompañe?

Él sonrió achispado y señaló la silla que tenía enfrente.

—¿Qué te gusta, jedi? Yo invito.

—Gracias, pero nada —ella se sentó—. Tengo que volver enseguida a la SO. ¿Se sabe algo más?

Él se lo contó y Barriss asintió. Cuando el suceso tuvo lugar, ella no sintió una perturbación en la Fuerza, y eso le disgustó muchísimo. Había días en los que, durante las batallas en la superficie del planeta, ella había leído con una precisión milimétrica las corrientes etéreas que se arremolinaban. Se decía que el Maestro Yoda podía percibir grandes perturbaciones a parsecs de distancia… A veces, incluso de cosas que todavía no habían ocurrido, aunque Barriss no sabía si creérselo. Pero de la explosión de la fragata en órbita ella no había recibido ni un ligero temblor. Era sólo una padawan sí, pero seguía tomándose su insensibilidad como un error personal. Estaba segura de que Obi-Wan Kenobi o Anakin Skywalker lo habrían percibido do inmediato. Ella había vivido con la Fuerza desde que tenía uso de razón, bastante más tiempo que Anakin. ¿Cómo podía no haber sentido aquello?

—¿Estás bien? —preguntó Den.

Ella asintió. No tenía sentido agobiarle. Él no podía hacer nada para ayudarla. El pequeño sullustano negó con la cabeza como si supiera que le estaba mintiendo, pero no dijo nada.

Entonces, quizá porque no se lo esperaba, la Fuerza surgió repentinamente en su interior, imbuyéndola de una certeza que la dejó de piedra: La explosión de la MedStar no fue un accidente.

El periodista debió de captar la expresión de su cara:

—¿Qué pasa?

Barriss respiró hondo, intentando recuperar su centro. La absoluta seguridad del dato la había estremecido, y fue incapaz de recuperar el habla durante un momento.

Tenía que hacer algo con aquello. Tenía que contárselo a alguien. No a Den, no a un periodista, sino a otra persona. Alguien que estuviera en posición de hacer algo al respecto.

Era la misma convicción que había sentido cuando aquel transporte exploto en el aire, meses atrás, antes de la reubicación. Jamás habían encontrado al responsable de aquello. Ella le expreso sus sensaciones al coronel Vaetes, que fue cortes pero expeditivo con ella, ya que, obviamente, prefería fiarse de pruebas más sólidas que lo que él consideraba misticismo. Quizá se mostrara un poco más abierto de mente aquella vez. Aquel acto de sabotaje era mil veces peor que el último. Había que hacer algo.




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