Tierra. La corteza lunar está también por completo libre de agua, y es pobre en todas
las sustancias que se funden a temperaturas relativamente bajas, mucho más pobre
de cuanto lo es la Tierra. Esto es una indicación de que la Luna, en cierto tiempo, se ha
visto, rutinariamente, sometida a elevadas temperaturas.
Supongamos, pues, que la Luna, en un momento de su formación, hubiera tenido una
elevada órbita con su afelio grosso modo en su actual distancia al Sol, y en su perihelio
en las proximidades de la órbita de Mercurio. Debió de haber orbitado de esta forma
durante unos cuantos miles de millones de años antes de que una combinación de
posiciones de la misma Tierra, y tal vez de Venus, tuviesen como resultado la captura
de la Luna por parte de la Tierra. La Luna abandonaría su posición de pequeño planeta
para convertirse en un satélite, pero su superficie mostraría aún las señales de su
anterior perihelio parecido al de Mercurio.
Por otra parte, los cristales pueden ser el resultado del calor local producido por el
bombardeo meteórico que dio nacimiento a los cráteres de la Luna. Ahora bien, en el
improbable caso de que la Luna se hubiese fisionado desde la Tierra, serían el
resultado del calor producido por ese violento acontecimiento.
En realidad, todas las sugerencias acerca del origen de la Luna parecen igual de
improbables, y los científicos han llegado a murmurar que si la evidencia del origen de
la Luna se considera con cuidado, la única conclusión posible es que la Luna no es
realmente fuera de aquí, una conclusión, no obstante, que significa exactamente que
deben continuar buscando pruebas adicionales. Existe una respuesta, y hay que
encontrarla.
La Tierra como líquido
El hecho de que la Tierra esté formada por dos componentes fundamentales —el
manto de silicatos y el núcleo níquel-hierro, cuyas proporciones se asemejan mucho a
141
las de la clara y la yema de un huevo— ha convencido a casi todos los geólogos de que
el globo terráqueo debió de haber sido líquido en algún tiempo de su historia
primigenia. Entonces su composición pudo haber constado de dos elementos líquidos,
mutuamente insolubles. El silicato líquido formaría una capa externa, que flotaría a
causa de su mayor ligereza y, al enfriarse, irradiaría su calor al espacio. El hierro
líquido subyacente, al abrigo de la exposición directa, liberaría su calor con mucha más
lentitud, por lo cual ha podido conservarse hasta ahora en tal estado.
Como mínimo podemos considerar tres procesos a cuyo través pudo la Tierra haber
adquirido el calor suficiente para fundirse, aun partiendo de un estado totalmente frío,
como una agrupación de planetesimales. Estos cuerpos, al chocar entre sí y unirse,
liberarían, en forma de calor, su energía de movimiento (energía cinética). Entonces, el
nuevo planeta sufriría la compresión de la fuerza gravitatoria y desprendería más calor
aún. En tercer lugar, las sustancias radiactivas de la Tierra —uranio, torio y potasio—
producirían grandes cantidades de calor, para desintegrarse a lo largo de las edades
geológicas. Durante las primera fases, cuando la materia radiactiva era mucho más
abundante que ahora, la radiactividad pudo haber proporcionado el calor suficiente
para licuar la Tierra.
Pero no todos los científicos aceptan el hecho de esa fase líquida como una condición
absoluta. Particularmente el químico americano Harold Clayton Urey cree que la mayor
parte de la Tierra fue siempre sólida. Según él, en una Tierra sólida en su mayor parte
podría formarse también un núcleo de hierro mediante una lenta disociación de éste.
Incluso hoy puede seguir emigrando el hierro desde el manto hacia el núcleo, a razón
de 50.000 t/seg.
EL OCÉANO
La Tierra resulta algo fuera de lo corriente entre los planetas del Sistema Solar al
poseer una temperatura superficial que permite que el agua exista en los tres estados:
líquida, sólida y gaseosa. Cierto número de mundos más alejados del Sol que la Tierra
están esencialmente helados, como, por ejemplo, Ganimedes y Calisto. Europa posee
un glaciar con una superficie que recubre todo su mundo y debe de existir agua líquida
debajo, pero todos los demás mundos exteriores tienen sólo insignificantes trazas de
vapor de agua en su superficie.
La Tierra es el único cuerpo del Sistema Solar, por lo menos según sabemos hasta
ahora, que posee océanos, una vasta colección de agua líquida (o cualquier líquido en
general, si venimos al caso), expuesto a la atmósfera por arriba. En realidad, debería
decir océano, porque el Pacífico, el Atlántico, el índico, el Ártico y el Antartico, son
todos ellos océanos incluidos en un cuerpo conectado de agua salada, en el que la
masa de Europa-Asia-África, los continentes americanos, y los pequeños cuerpos como
la Antártida y Australia pueden considerarse islas.
Las cifras estadísticas referentes a este «océano» son impresionantes. Tiene un área
total de 205 millones de kilómetros cuadrados y cubre más del 71 % de la superficie
de la Tierra. Su volumen, considerando que la profundidad media de los océanos tiene
3.750 m, es, aproximadamente, de 524 millones de kilómetros cúbicos, o sea, 0,15 %
del volumen total del Planeta. Contiene el 97,2 % del agua de la Tierra, y es también
nuestra reserva de líquido, dado que cada año se evaporan 128.000 km3 de agua, que
revierten a la Tierra en forma de lluvia o nieve. Como resultado de tales
precipitaciones, tenemos que hay unos 320.000 km3 de agua bajo la superficie de los
continentes, y unos 48.000 km3 sobre la superficie, en forma de lagos y ríos.
Visto de otra manera, el océano es menos impresionante. Con lo vasto que es, ocupa
sólo el 1/4.000 de la masa total de la Tierra. Si imaginamos que la Tierra tiene el
tamaño de una bola de billar, el océano representaría una película despreciable de
humedad. Si uno se abre camino hasta la parte más profunda del océano, no nos
encontraríamos más que a 1/580 de la distancia del centro de la Tierra, y todo el resto
de esa distancia sería primero rocas y luego metal.
Y, sin embargo, esa despreciable capa de humedad lo significa todo para nosotros. Las
142
primeras formas de vida se originaron allí, y, desde el punto de vista de la simple
cantidad, los océanos aún contienen la mayor parte de la vida de nuestro planeta. En
tierra, la vida se halla confinada a escasos metros de la superficie (aunque las aves y
los aviones puedan hacer temporalmente salidas desde esa base); en los océanos, la
vida ocupa permanentemente todo el reino, hasta profundidades de 12 kilómetros o
más en algunos lugares.
No obstante, hasta años recientes los seres humanos han ignorado las profundidades
oceánicas, y en particular el suelo oceánico, como si el océano estuviese localizado en
el planeta Venus.
Las corroientes
El fundador de la oceanografía moderna fue un oficial de Marina americano llamado
Matthew Fontaine Maury. A sus 30 años se lesionó en un accidente, desgracia personal
que trajo beneficios a la Humanidad. Nombrado jefe del depósito de mapas e
instrumentos (sin duda, una sinecura), se obligó a sí mismo a la tarea de cartografiar
las corrientes oceánicas. En particular estudió el curso de la Corriente del Golfo, que
investigó por vez primera, en 1769, el sabio americano Benjamín Franklin. La
descripción de Maury se ha hecho clásica en oceanografía: «Es un río en el océano.»
Desde luego, se trata de un río mucho más grande que cualquier otro. Acarrea mil
veces más agua por segundo que el Mississippi. Tiene una anchura de 80 km al
principio, casi 800 m de profundidad, y corre a una velocidad superior a los 6 km por
hora. Sus efectos de caldeamiento llegan hasta el lejano y septentrional archipiélago
de las Spitzberg.
Maury inició también la cooperación internacional en el estudio del océano. Fue la
inquieta figura que se movió entre bastidores en una histórica conferencia
internacional celebrada en Bruselas en 1853. En 1855 publicó el primer libro de
oceanografía: Geografía física del mar. La Academia Naval en Annápolis honró a este
investigador tomando, a su muerte, el nombre de Maury. Desde la época de Maury, las
corrientes oceánicas han sido cuidadosamente cartografiadas. Describen amplios
círculos, hacia la derecha, en los océanos del hemisferio Norte, y, hacia la izquierda en
los mares del hemisferio Sur, en virtud del efecto Coriolis.
La Corriente del Golfo no es más que la rama occidental de una corriente que circula
en el sentido de las agujas del reloj en el Atlántico Norte. Al sur de Terranova, se dirige
hacia el Este a través del Atlántico (la deriva noratlántica). Parte de la misma es
rechazada por la costa europea en torno de las Islas Británicas y hacia la costa
noruega; el resto es repelido hacia el Sur, a lo largo de las orillas del noroeste de
África. Esta última parte, pasa a lo largo de las Islas Canarias, en la corriente de las
Canarias. La configuración de la costa africana se combina con el efecto Coriolis para
mandar la corriente hacia el Oeste a través del Atlántico (corriente norecuatorial).
Alcanza así el Caribe, y el círculo comienza de nuevo.
Un gran remolino en sentido contrario a las agujas del reloj mueve el agua a través de
los bordes del océano Pacífico, al sur del Ecuador. Allí, la corriente, sorteando los
continentes, se mueve al Norte desde el Atlántico hasta la costa occidental de
Sudamérica, llegando incluso al Perú. Esta porción del círculo es la corriente fría de
Perú o de Humboldt (llamada así por el naturalista alemán Alexander von Humboldt,
que fue el primero que la describió hacia 1810).
La combinación de la línea costera peruana se alia con el efecto Coriolis para mandar
esta corriente hacia el Oeste, a través del Pacífico, exactamente al sur del Ecuador (la
corriente sudecuatorial). Parte de este flujo se abre paso a través de las aguas del
archipiélago indonesio en dirección al océano índico. El resto se mueve hacia el Sur,
pasando por la costa este de Australia, y luego vuelve de nuevo hacia el Este.
Estos remolinos de agua no sólo ayudan a mantener de alguna forma la temperatura
oceánica, sino, indirectamente, también la de las costas. Existe aún una desequilibrada
distribución de la temperatura, pero no tanta como ocurriría sin la presencia de las
comentes oceánicas.
143
La mayor parte de las corrientes oceánicas se mueven con lentitud, incluso más
lentamente que la Corriente del Golfo. Pero incluso a esa baja velocidad, se ven
implicadas tan grandes zonas del océano que se mueven enormes volúmenes de agua.
Enfrente de la ciudad de Nueva York, la Corriente del Golfo impulsa el agua hacia el
Noroeste, pasando por una línea prefijada a un promedio de unos 45 millones de
toneladas por segundo.
También existen corrientes en las regiones polares. Las corrientes que siguen la
dirección de las agujas del reloj en el hemisferio Norte, y en el sentido opuesto en el
Sur, ambas consiguen mover el agua de Oeste a Este en el reducto de los Polos del
círculo.
Al sur de los continentes de Sudamérica, África y Australia, una corriente rodea el
continente de la Antártida de Oeste a Este a través del ininterrumpido océano (el único
lugar de la Tierra donde el agua puede derivar del Oeste al Este sin encontrar tierra).
Esta deriva de poniente en el Antartico es la mayor corriente oceánica de la Tierra,
desplazando cerca de 100 millones de toneladas de agua hacia el Este a través de un
punto dado, cada segundo.
La deriva de poniente en las regiones árticas queda interrumpida por las masas de
tierra, por lo que existe una deriva norpacífica y una deriva noratlántica. La deriva
noratlántica es rechazada hacia el Sur por la costa occidental de Groenlandia, y las
gélidas aguas polares pasan por Labrador y Terranova, por lo que se llama corriente
del Labrador. La corriente del Labrador se encuentra con la Corriente del Golfo al sur
de Terranova, produciendo una región de frecuentes nieves y tormentas.
Los lados occidental y oriental del océano Atlántico son un estudio de contrastes. El
Labrador, en el lado occidental, expuesto a la corriente del Labrador constituye una
auténtica desolación, con una población total de 25.000 personas. En el lado oriental,
exactamente en la misma latitud, se hallan las Islas Británicas, con una población de
55.000.000 de habitantes, gracias a la Corriente del Golfo.
Una corriente que se mueva directamente a lo largo del Ecuador no está sujeta al
efecto Coriolis, y puede avanzar en línea recta. Una corriente así, poco ancha y
moviéndose en línea recta, se localiza en el océano Pacífico, avanzando hacia el Este
durante varios miles de kilómetros a lo largo del Ecuador. Se la llama corriente de
Cromwell, tras su descubrimiento por parte del oceanógrafo norteamericano Townsend
Cromwell. Una corriente similar, algo más lenta, fue descubierta en el Atlántico, en
1961, por el oceanógrafo norteamericano Arthur E. Voorhis.
Pero la circulación tampoco se confina sólo a las corrientes superficiales. El que las
profundidades no puedan mantener una calma total resulta claro según varias formas
indirectas de evidencia. En realidad, la vida en la parte alta del mar consume de
continuo sus nutrientes minerales —fosfatos y nitratos— y lleva consigo estos
materiales a las profundidades después de su muerte y, si no hubiera circulación, no
volverían a ascender nunca más, con lo que la superficie quedaría agotada de estos
minerales. Por otra parte, el oxígeno suministrado a los océanos por absorción desde el
aire no se filtraría hacia las profundidades en un índice suficiente como para mantener
la vida allí si no existiese una circulación de convección. En realidad, el oxígeno se
encuentra en la adecuada concentración en el mismo suelo del abismo. Esto sólo se
explica suponiendo que existen regiones en el océano en donde se hunden las aguas
ricas en oxígeno de la superficie.
El motor que pone en marcha esta circulación vertical es la diferencia de temperatura.
El agua de la superficie del océano es enfriada en las regiones polares y, por lo tanto,
se hunde. Este flujo continuo de agua que se hunde se extiende a todo lo largo del
suelo del océano, por lo que, incluso en los trópicos, las aguas del fondo son muy frías,
muy cerca del punto de congelación. Llegado el momento, el agua fría de las
profundidades sube a la superficie, porque no tiene otro lugar adonde ir. Tras
ascender, el agua se caldea y deriva hacia el Ártico o el Antartico, donde se hunde de
nuevo. La circulación resultante se estima que conseguiría la mezcla completa del
océano Atlántico, si algo nuevo se añadiera para que formase parte de esto, en unos
144
1.000 años. El gran océano Pacífico conseguiría tal vez lograr esta mezcla completa en
2.000 años.
El Antartico es mucho más eficiente en suministrar agua fría que el Ártico. La Antártida
tiene una capa de hielo diez veces mayor que el hielo del Ártico, incluyendo la masa de
hielo de Groenlandia. El agua que rodea la Antártida, que es gélida por el hielo que se
derrite, se extiende hacia el Norte en la superficie hasta que encuentra las aguas
cálidas que derivan hacia el Sur desde las regiones tropicales. El agua fría de la
Antártida, más densa que las aguas cálidas tropicales, se hunde por debajo en la línea
de convergencia antartica, que en algunos lugares se extiende tan al Norte como hasta
los 40° S.
La fría agua antartica se extiende a través de todos los fondos de los océanos llevando
consigo oxígeno (puesto que el oxígeno, como todos los gases, se disuelve con más
facilidad y en mayores cantidades en agua fría que en la caliente) y nutrientes. La
Antártida («la nevera del mundo») fertiliza así los océanos y controla el clima del
planeta.
Las barreras continentales complican esta descripción general. Para seguir la
circulación, los oceanógrafos han recurrido al oxígeno como trazador. Mientras el agua
polar, rica en oxígeno, se hunde y se extiende, este oxígeno disminuye gradualmente a
causa de los organismos que hacen uso del mismo. Por lo tanto, midiendo la
concentración en oxígeno de las aguas profundas en varios lugares, se localiza la
dirección de las corrientes profundas del mar.
Esos mapas han mostrado que una de las corrientes principales fluye desde el océano
Ártico hacia el Atlántico por debajo de la Corriente del Golfo y, en dirección opuesta,
otro fluye desde el Antartico hacia el Atlántico Sur. El océano Pacífico no recibe un flujo
directo desde el Ártico, pues el único paso es el poco amplio y muy somero estrecho de
Bering. Por lo tanto, constituye el extremo de la línea del flujo profundo marino. El que
el Pacífico norte constituya el callejón sin salida del flujo global, es algo que se muestra
por el hecho de que sus aguas profundas son muy pobres en oxígeno. Grandes partes
de este enorme océano se encuentran muy débilmente pobladas de formas vivientes y
constituyen el equivalente de las zonas desiertas en las partes terrestres. Lo mismo
puede decirse de los mares casi bloqueados por tierras como el Mediterráneo, donde la
plena circulación de oxígeno y nutrientes se encuentra parcialmente ahogada.
Una prueba más directa de esta descripción de las corrientes marinas profundas se
obtuvo en 1957, durante una expedición oceanógrafica conjunta britániconorteamericana.
Los investigadores emplearon un flotador especial, inventado por el
oceanógrafo británico John Corssley Swalow, que está previsto para mantener su nivel
a una profundidad de más o menos un kilómetro y medio, y equipado por un artilugio
para mandar ondas sónicas cortas. A través de estas señales, el flotador puede
arrastrarse mientras se mueve con las corrientes marinas profundas. De este modo, la
expedición rastreó la corriente marina profunda en el Atlántico, a lo largo de su borde
occidental.
Los recursos del océano
Toda esta información adquirirá importancia práctica cuando la población en aumento
del mundo se vuelva hacia el océano en busca de más alimentos. Las «granjas
marinas» científicas requerirán conocimientos acerca de estas corrientes fertilizantes,
lo mismo que los granjeros terrestres necesitan conocimientos de los cursos de los
ríos, del agua subterránea y de las lluvias. La actual cosecha de alimentos marinos —
unos 80 millones de toneladas en 1980—, con una cuidadosa y eficiente administración
puede incrementarse (según estimaciones) a más de 200 millones de toneladas por
año, dejando a la vida marina el margen suficiente para mantenerse a sí misma de
forma adecuada. (Naturalmente, se da por supuesto que no continuará nuestro curso
actual de despreocupación, dañando y contaminando el océano, particularmente en
aquellas porciones del mismo —cerca de las riberas continentales— que contienen y
ofrecen a los seres humano la mayor porción de organismos marinos. Hasta ahora, no
sólo estamos fracasando 'en racionalizar un uso más eficiente de los alimentos
145
marinos, sino que disminuimos su facultad de mantener la cantidad de alimentos que
cosechamos en la actualidad.)
El alimento no es el único recurso importante del océano. El agua marina contiene en
solución vastas cantidades de casi todos los elementos. Hasta 4 mil millones de
toneladas de uranio, 330 millones de toneladas de plata y 4 millones de toneladas de
oro se hallan en solución en los océanos, pero en una dilución tan grande que
imposibilita su extracción práctica. Sin embargo, tanto el magnesio como el bromo se
consiguen en la actualidad del agua del mar a escala comercial. Además, una
importante fuente de yodo la constituyen las algas secas, las plantas vivientes que,
previamente, han concentrado el elemento del agua marina en una proporción tal que
los humanos nunca podrán imitar provechosamente.
Del mar se extraen materias más prosaicas. De las relativamente someras aguas que
bordean Estados Unidos, se consiguen cada año 20 millones de toneladas de cascaras
de ostras, que se utilizan como valiosísima fuente de piedra caliza. Por añadidura, 50
millones de metros cúbicos de arena y de grava se extraen de una forma parecida.
Esparcidos por las porciones más profundas del suelo oceánico se encuentran nodulos
metálicos que se han precipitado a partir de algunos núcleos tales como guijarros o
dientes de tiburón. (Se trata de algo análogo, en el océano, a la formación de una
perla de un grano de arena en el interior de una ostra.) Por lo general se les llama
nodulos de manganeso porque son muy ricos en este metal. Se estima que existen
31.000 toneladas de tales nodulos por cada kilómetro cuadrado del suelo del Pacífico.
No obstante, el obtenerlos en ciertas cantidades es bastante difícil, y su solo contenido
en manganeso no los hace de utilidad en las condiciones actuales. Sin embargo, los
nodulos contienen también un 1 % de níquel, un 0,5 % de cobre y un 0,5 % de
cobalto. Esos constituyentes menores hacen a los nodulos más atractivos de lo que
serían de otra forma.
¿Y qué hay del 97 % de los océanos que es en realidad agua, más materiales en
disolución?
Los estadounidenses emplean 30.000 metros cúbicos de agua por persona y año, para
beber, para lavarse, para la agricultura, para la industria. La mayoría de las naciones
son menos generosas en su uso, pero, para el mundo en general, se emplean 18.000
metros cúbicos por persona y año. Sin embargo, toda esa agua debe ser agua dulce.
Así, pues, el agua marina carece de valor para estos fines.
Naturalmente, existe una gran cantidad de agua dulce en la Tierra en sentido absoluto.
Menos del 3 % de toda el agua de la Tierra es agua dulce, aunque eso aún representa
unos 120 millones de metros cúbicos por persona. Pero las tres cuartas partes no
están disponibles para su uso, pues se mantiene apartada en los casquetes de hielo
permanentes que cubren el 10 % de la superficie terrestre del planeta.
El agua dulce de la Tierra, pues, se reduce a unos 30 millones de metros cúbicos por
persona, y es constantemente repuesta por las lluvias, que representan hasta 1,5
millones de metros cúbicos por persona. Podríamos argüir que la lluvia anual se eleva
a 75 veces la cantidad empleada por la raza humana, y que, por lo tanto, sigue
habiendo una gran cantidad de agua dulce.
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