Si un animal puede de algún modo proteger sus propios huevos y crías,
pueden producirse un corto número, y, sin embargo, el promedio de po-
blación puede mantenerse perfectamente; pero si son destruídos muchos
huevos y crías, tienen que producirse muchos, o la especie acabará por
extinguirse. Para mantener el número completo de individuos de una es-
pecie de árbol que viviese un promedio de mil años sería suficiente el
que se produjese una sola semilla una vez cada mil años, suponiendo
que esta semilla no fuese nunca destruída y que tuviese seguridad de
germinar en un lugar adecuado. Así, pues, en todos los casos el promed-
io de un animal o planta depende sólo indirectamente de sus huevos o
semillas.
Al contemplar la Naturaleza es muy necesario tener siempre presente
las consideraciones precedentes; no olvidar que todos y cada uno de los
seres orgánicos puede decirse que están esforzándose hasta el extremo
por aumentar en número, que cada uno vive merced a una lucha en al-
gún período de su vida; que inevitablemente los jóvenes o los adultos,
durante cada generación o repitiéndose a intervalos, padecen importante
destrucción. Disminúyase cualquier obstáculo, mitíguese la destrucción,
aunque sea poquísimo, y el número de individuos de la especie crecerá
casi instantáneamente hasta llegar a cualquier cantidad.
Naturaleza de los obstáculos para el aumento
Las causas que contienen la tendencia natural de cada especie al au-
mento son obscurísimas. Consideremos la especie más vigorosa: cuanto
mayor sea su número, tanto más tenderá a aumentar todavía. No sabe-
mos exactamente cuáles sean los obstáculos, ni siquiera en un solo caso.
Y no sorprenderá esto a nadie que reflexione cuán ignorantes somos en
este punto, aun en lo que se refiere a la humanidad, a pesar de que está
tan incomparablemente mejor conocida que cualquier otro animal. Este
asunto de los obstáculos al aumento ha sido competentemente tratado
por varios autores, y espero discutirlo con considerable extensión en una
obra futura, especialmente en lo que se refiere a los animales salvajes de
América del Sur. Aquí haré sólo algunas observaciones, nada más que
para recordar al lector algunos de los puntos capitales. Los huevos o los
animales muy jóvenes parece que generalmente sufren mayor destruc-
ción, pero no siempre es así. En las plantas hay una gran destrucción de
semillas; pero, de algunas observaciones que he hecho, resulta que las
plantitas sufren más por desarrollarse en terreno ocupado ya densamen-
te por otras plantas. Las plantitas, además, son destruídas en gran núme-
ro por diferentes enemigos; por ejemplo: en un trozo de terreno de tres
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pies de largo y dos de ancho, cavado y limpiado, y donde no pudiese ha-
ber ningún obstáculo por parte de otras plantas, señalé todas las planti-
tas de hierbas indígenas a medida que nacieron, y, de 357, nada menos
que 295 fueron destruidas, principalmente por babosas e insectos. Si se
deja crecer césped que haya sido bien guadañado -y lo mismo sería con
césped rozado por cuadrúpedos-, las plantas más vigorosas matarán a
las menos vigorosas, a pesar de ser plantas completamente desarrolla-
das; así, de veinte especies que crecían en un pequeno espacio de césped
segado -de tres pies por cuatro-, nueve especies perecieron porque se pe-
mitió a las otras crecer sin limitación.
La cantidad de alimento para cada especie señala naturalmente el lími-
te extremo a que cada especie puede llegar; pero con mucha frecuencia,
lo que determina el promedio numérico de una especie no es el obtener
alimento, sino el servir de presa a otros animales. Así, parece que apenas
hay duda de que la cantidad de perdices y liebres en una gran hacienda
depende principalmente de la destrucción de las alimañas. Si durante los
próximos veinte años no se matase en Inglaterra ni una pieza de caza, y
si, al mismo tiempo, no fuese destruída ninguna alimaña, habría, según
toda probabilidad, menos caza que ahora, aun cuando actualmente se
matan cada año centenares de miles de piezas. Por el contrario, en algu-
nos casos, como el del elefante, ningún individuo es destruído por ani-
males carnívoros, pues aun el tigre en la India rarísima vez se atreve a
atacar a un elefante pequeño protegido por su madre.
El clima desempeña un papel importante en determinar el promedio
de individuos de una especie, y las épocas periódicas de frío o sequedad
extremos parecen ser el más eficaz de todos los obstáculos para el au-
mento de individuos. Calculé -principalmente por el número reducidísi-
mo de nidos en la primavera- que el invierno de 1854-5 había destruido
cuatro quintas partes de los pájaros en mi propia finca, y ésta es una des-
trucción enorme cuando recordamos que el diez por ciento es una morta-
lidad sumamente grande en las epidemias del hombre. La acción del cli-
ma parece, a primera vista, por completo independiente de la lucha por
la existencia; pero en tanto en cuanto el clima obra principalmente reduc-
iendo el alimento, lleva a la más severa lucha entre los individuos, ya de
la misma especie, ya de especies distintas, que viven de la misma clase
de alimento. Aun en los casos en que el clima, por ejemplo, extraordinar-
iamente frío, obra directamente, los individuos que sufrirán más serán
los menos vigorosos o los que hayan conseguido menos alimento al ir
avanzando el invierno. Cuando viajamos de Sur a Norte, o de una región
húmeda a otra seca, vemos invariablemente que algunas especies van
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