Ni siquiera se formulan tales preguntas. el pensamiento
apunta a combinaciones, arreglos y
organizaciones legales o ficticias. Se busca el remedio en la exageración y perpetuación de lo
que produce el mal. Porque, fuera de la justicia, que como lo hemos visto no es más que la
negación de lo injusto, ¿existe acaso alguno de aquellos arreglos legales, que no contengan el
principio de la expoliación?
LA LEY Y LA CARIDAD
Se dice: "He aquí a hombres que carecen de riqueza", y se apela a la ley. Pero es el caso que
la ley no es ubre que se llene por si misma o cuyos vasos lactíferos puedan surtirse en otra
parte, fuera de la sociedad misma. Nada ingresa al tesoro público, para beneficio de un
ciudadano o de una clase, que no sea aquello que otro ciudadano u otras clases han
sido forzados a poner en él. Si cada uno no retira otra cosa que el equivalente de lo ha
puesto, cierto es que la ley no resulta expoliativa, pero en ese casó nada hace en favor de
aquellos hombres que carecen de riqueza: no hace nada en pro de la igualdad de ingresos. No
puede ser elemento de igualización sino en cuanto quite a unos para dar a otros, y entonces se
convierte en instrumento de la expoliación. Examínense desde ese punto de vista el
proteccionismo de las tarifas aduanales, el derecho al trabajo, el derecho a la beneficencia, el
derecho a la instrucción, el impuesto progresivo, la gratuidad del crédito, el taller socializado, y
siempre se encontrará en el fondo la expoliación legal y la injusticia organizada.
LA LEY Y LA EDUCACION
Se dice: "He ahí hombres que carecen de luces", y se apela a la ley. Pero, la ley no es antorcha
que derrame a lo lejos claridad que le sea propia. La ley se extiende sobre una sociedad en la
que hay hombres que saben y otros que no saben; ciudadanos que necesitan aprender y otros
que están dispuestos a enseñar. No puede hacer más que una de dos cosas: o dejar que esa
clase de transacciones se efectúe libremente y que por el mismo medio libremente sean
satisfechas esa clase de necesidades; o forzar a ese respecto las voluntades y quitarle a
algunos lo necesario - para remunerar a los profesores encargados de instruir
gratuitamente a otros. Pero no puede hacer que en el segundo caso no exista atentado a la
libertad y a la propiedad, o sea expoliación legal.
LA LEY Y LA MORAL
Se dice: "He ahí a hombres que carecen de moral o de religión", y se apela a la ley. Pero, la ley
es la fuerza, ¿y acaso necesito decir cuán desprovista de sentido y violenta resulta la
pretensión de hacer intervenir la fuerza en semejantes asuntos?
Al. cabo de sus sistemas y esfuerzos parece que el socialismo, por más complaciente que
sea consigo mismo, no puede dejar de ser el monstruo de la expoliación legal. ¿Pero qué
hace? Lo disfraza hábilmente a los ojos de todos, hasta a los suyos propios, bajo seductores
nombres de fraternidad, solidaridad, organización, asociación. Y en razón de que nosotros no
pedimos tanto a la ley, porque no e3dgimos de ella sino justicia, el socialismo supone que
rechazamos la fraternidad, la solidaridad, la organización y la asociación, lanzándonos el
epíteto de individualistas.
Sépase pues que lo que rechazamos no es la organización natural sino la organización
forzada.
No es la asociación libre, sino las formas de organización que pretende imponernos.
No es -la fraternidad espontánea, sino la fraternidad impuesta.
No es la solidaridad humana, sino la solidaridad artificial, que no es otra cosa que un injusto
desplazamiento de responsabilidades.
No repudiamos la solidaridad humana natural bajo la Providencia.
CONFUSION DE TERMINOS
El socialismo, igual que las antiguas ideas de donde proviene, confunde el gobierno con la
sociedad. Por eso es que cada vez que nos oponemos a que el gobierno haga algo, saca de
ahí la conclusión de que no queremos en absoluto que aquello se realice. Como rechazamos la
instrucción por el Estado, luego, concluyen que no queremos instrucción.
Como rechazamos la religión de Estado, luego, no queremos religión. Como rechazamos la
igualización por el Estado, luego, no queremos igualdad, etc. Es como si se nos acusara de no
querer que los hombres se alimenten, porque rechazamos el cultivo del trigo por el Estado.
INFLUENCIA DE LOS INTELECTUALES SOCIALISTAS
¿Cómo ha podido prevalecer en el mundo político la curiosa idea de que pueda salir del Estado
lo que no está en él: el bien, la riqueza, la ciencia y la religión que en un sentido positivo
constituyen la prosperidad?
Los intelectuales modernos especialmente los de la escuela socialista, fundan sus diversas
teorías sobre una hipótesis común, y seguramente la más extraña, y la más pretencioso que
pueda abrigar un cerebro humano.
Dividen la humanidad en dos partes. La generalidad de los hombres, forma la primera parte; el
intelectual forma la segunda, y por mucho, la más importante.
Comienzan los escritores modernos por suponer que los hombres no contienen en sí mismo ni
un principio de acción, ni un medio de discernimiento; que están desprovistos de iniciativa; que
son materia inerte, moléculas pasivas, átomos sin espontaneidad; cuando mucho una
vegetación indiferente a su propia manera de existencia; susceptibles de adoptar al impulso de
una voluntad, de una mano externa, una cantidad infinita de formas más o menos simétricas y
perfeccionadas.
Luego, cada uno de ellos supone sin más ni más que él mismo es aquella voluntad y aquella
mano, actuando bajo los nombres de organizador, revelador, legislador, institutor o fundador,
que él es el móvil universal, el poder creador, cuya sublime misión es reunir en sociedad los
materiales dispersos que son los hombres.
Tomando tal punto de partida y a semejanza del jardinero que a su capricho poda sus árboles
en forma de pirámide, de sombrilla, de cubos, conos, vasos, husos o abanicos, cada socialista
según sea su quimera, poda la pobre humanidad formando grupos, series, centros, subcentros,
alvéolos, talleres socializados, armonías, clasificaciones. etc.