Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Interregno
“Desde mi llegada a Buenos Aires he buscado en las islas del Paraná un pedazo de tierra adonde retirarme un día como he vivido en mi pobre provincia, a la sombra de los árboles, cultivando plantas y aspirando el ambiente embalsamado de la vegetación y las flores.”
Cuando en 1818 Francisco Javier Muñiz reveló la zona, por encargo de Juan Martín de Pueyrredón, todo estaba en estado salvaje. Juan María Gutiérrez se interesó también por la región, pero era a Marcos Sastre, radicado en San Fernando tras la persecución de Rosas, a quien el señor Parra le atribuyó la visión racional y progresista, introduciendo al Delta de un modo novelesco en el prólogo de “El Tempe Argentino” en 1858, título que alude a la región de la antigua Grecia.
"Allá lejos, muy lejos, me decía yo, yacen las encantadoras islas bañadas por las aguas del Paraná, el Uruguay y el Plata, donde reina eterna primavera, donde el azahar regala con su suave aroma los sentidos, donde en la copa del ceibo y del ombú se posan las aves de mágico plumaje, donde la brisa columpia el aéreo palacio del camuatí, y mil pintadas mariposas liban el néctar de las flores
En su terreno, allí en el Delta, el señor Parra construyó su refugio, una pequeña casa de madera y techo de tejas, con paredes construidas con tablas prefabricadas, a la usanza norteamericana.

Soñar el Delta como el Nilo para el Egipto, las islas como una Venecia para la cultura, en un ambiente privilegiado por la naturaleza, y a las puertas de Buenos Aires, era todo uno con su anhelo nostálgico y el necesario sosiego para su espíritu.

Escribía a su amigo Posse en enero de 1874
“He pasado un mes en las islas, uno de los más serenos y activos de mi vida. Levanto una casita, planto un jardín, navego y vuelvo con entusiasmo a mis sueños juveniles. Es posible que me quede por ahí, si logro como espero hacerme la residencia, más bella que estos lugares pueden proporcionar. No me sobra dinero para tener coche y casa montada en Buenos Aires. No vuelvo a San Juan por tu experiencia allí. No quiero viajar ni legaciones. Tengo árboles colosales, bote y vapores de tránsito y tendré lo que constituye la vida rural, civilizada y real sin mucho dinero con esperanza de ganarlo con sus productos y sobre todo vivir tranquilo, y según mis gustos. ¿Que hay en Tucumán que pueda engalanar la isla, en plantas o enredaderas? Mándame pues semillas, pues otro sistema costaría algo y eso entra en el plan de evitar siempre que se pueda. Si pescas un loro manso y hablador no haría mala figura”.
Encuentra el normalista para sí, en este interregno del señor Parra, un ansiado intervalo de serenidad. Respuestas, entre tantos cronicones, sobre este hombre desorbitado y tierno, visionario y sencillo, laborioso y sensible, práctico y bucólico.

Sorprende el epistolario íntimo con el amigo, donde el farragoso lidiar institucional abre brechas para que circulen como en su delta, aguas cálidas y fertilizantes, para cada semilla de amor que madurará no importa que sea ya, sino cuando todos puedan gozar de sus frutos y magnificencias. Generosidad pura del sembrador para el cual hay un mañana, del educador que proyecta su fe en la renovación y continuidad de la vida.


“… con un sobrino que sale para Buenos Aires en el mes entrante te mandaré el loro más hablador que conozcas… Lamentable es que te encuentres sordo para oírle sus gracias. También llevará las semillas de los árboles y enredaderas que pides para poblar tu isla, que algún día visitaré para que conversemos a la sombra contándonos la deplorable historia de nuestra vida pública.”
“Me olvidaba decirte que he visto aquí un árbol que –se dice de Tucumán- que se cubre de enormes racimos de flores moradas violetas. Es uno de los más bellos árboles que he visto; y si pudiera obtener millones de plantas, sería el más vistoso ornato del Paseo. En todo caso ordena que empiecen a para más tarde a preparase en cajones plantíos o trasplantes de todo lo que convenga, pues esta obra durará años… “
“… … el tiempo avanza y la estación de plantas se pierde. Mucho he perdido aguardando tu llegada. Veamos si podemos repararlo. La ley hace que la flora argentina deba estar representada en el Parque y Tucumán es nuestro jardín. Luego Tucumán tiene que estar representado en sus árboles, flores y orquídeas, etc. Necesito pues que te pongas en campaña para hacer meter en cajones todos lo árboles de ornato y arbustos y cuanto pueda contribuir al mejor éxito de la idea. Creo que hay tiempo antes que broten. El profesor de agricultura y sus alumnos pueden ayudarte, admirablemente, tanto para la elección, como para el embalaje que es lo esencial y si cabe la clasificación botánica….
… No se como anda la política. Ayer debió decidirse la cuestión de aceptación de los Diputados de Buenos Aires. No se que historia de nombrar secretario dividió la a mayoría de alsinistas que quieren una cosa y de Avellanedistas que quieren otra, a más de cada Diputado que quiere también lo que le place…”
“… te mando semillas de enredadera que he juntado hasta hoy, quedando pendiente el compromiso para las que vengan después. Van también semillas de palo borracho que me has pedido últimamente; todo acumulado en un cajoncito. El loro tan anunciado lleva en sus alforjas todo aquello y el conjunto te será presentado por un joven, D. Rodolfo Obejero que se ha formado dentro de mi familia, que es amigo, pertenece al alto comercio de este mercado, un hombre de bien, y como tal te lo presento a tu consideración y amistad incluyendo lo que pertenece a tu viejo y cariñoso amigo. José Posse.”
Indicaciones para la conservación del loro hablador

Tucumán Agosto 31.1874


“Mi querido Parra.

“Te he mandado una maravilla con el loro que tratas tan injuriosamente de animal. Aquí los loros valen dos y tres pesos y debía ser un portento ese que tienes cuando he pagado 25$ por él. Sucede siempre que al cambiar el clima, de la naturaleza y de objetos y de personas desconocidas les viene el mutismo. Mi hija Manuela llevó dos loros muy habladores que cayeron en una profunda pena: el uno murió de melancolía, y el otro al año recién recobró el habla.

Si has conservado enjaulado al loro has hecho una barbaridad, La jaula no fue sino un accidente de trasporte. Es necesario que lo hagas dormir dentro mientras haga frío. Para que esté libre y contento hazlo colocar en una estaca clavada en la pared; así se ha criado. No le den cosas grasosas a comer. Pan en agua, papas hervidas, pero frías, naranjas y semillas de zapallo, dándoselas pegadas al corazón de la fruta para que él las extraiga; todo eso es su alimento favorito. Cuando recobre su alegría y su lengua le pedirás perdón de rodillas por haberlo tratado de animal. Tuyo. Posse

Buenos Aires. Noviembre 22 de 2876


Señor Don José Posse

Mi estimado amigo

Esta carta te la enviará Da. Josefa Lavalle de Cobo, hermana del ilustre General, que en busca de Salud se ha dejado tentar por las descripciones de los diarios y va a hacerles una visita.

Como amiga muy particular mía, y no conociendo a nadie allí, te la recomiendo para que la atiendas en todo aquello que a su situación de forastera ha de estimar mucho, es decir, facilidades para encontrar casa en el campo supongo donde querrá pasar la temporada. Escribo lo mismo al Sr. Padilla, contando con que mire como asunto de interés público que acuda gente a visitar su provincia.

Te mando un fuerte lio de mimbre de dos clases, el uno, el amarillo para canastar, y el otro para sunchos y ligaduras. Ambos, dividida cada vara en estaquillas de a cuarta, plántalos a distancia de tres a orilla de alguna sequia de aguas corrientes. Llevan el brote de Diciembre y prenderán todos.
Fue en 1841 cuando el señor Parra y José Posse, un exiliado tucumano con quien había hecho amistad, ambos malhumorados, intemperantes, francos, explosivos, marcharon decididos hacia los Andes a reunirse con las tropas de Lamadrid para participar en su lucha contra Rosas. Su euforia se transformó en decepción al llegar a la cumbre y tener que asumir inesperadamente la consumación de la derrota, obligándose entonces a socorrer a las fuerza dispersas que divisaron ascendiendo la ladera.

La amistad entre estos dos hombres duró toda la vida

Sólo en una oportunidad hubo una desavenencia entre ambos, por la cual el señor Parra, hecho excepcional, no tuvo reparos ni orgullo en pedir disculpas. Vale recordar. Sucedió que, en un artículo para “El Nacional” sobre las provincias del norte, a falta de material, Parra subrayó párrafos de una de las cartas del amigo, y los cajistas, componiendo en lo oscuro, no vieron las marcas del lápiz y publicaron todo el texto. Posse, sorprendido al leer el periódico, reaccionó enviando una enfurecida carta a su amigo, reprochándole que sus escritos no estaban destinados a “El Nacional” sino que eran para él. La carta publicada contenía apreciaciones personales y su imprevista edición le había significado, decía, dejarlo "desnudado en plena calle" de Tucumán. Luego de otras manifestaciones, Posse se despedía: "Señor Pelao, no sea tan tilingo en adelante".

En suma, era:


“… obra del acaso, de la estupidez de los cajistas y correctores y de mi abandono. Es toda la satisfacción que puedo darte. Acéptala en su verdadero valor. Escríbeme lo que quieras, seguro de que no tengo la indiscreción voluntaria que las apariencias mostraron".
Una colección publicada por el Museo Histórico, que cubre la correspondencia entre ambos desde 1854 hasta 1880, testimonia de una relación de cariño y respeto, sin corteza y sin cautela, sin renuncios ni ofensas. Frente a esto, el joven normalista, aún poroso y fresco sin hondos recuerdos ni pasado, por su fácil y espontáneo compañerismo pese a saber poco de historia, creyendo entender mucho sobre la amistad, reconcilia las ambigüedades de su vínculo con el señor Parra.
“De mis relaciones con mis amigos nada tengo que decir; tengo algunos, muy pocos; pero ¡cuánto les debo! He sido servido por muchos, he podido a mi turno servir a otros. Muchas amistades se han roto por mi culpa y por la ajena; y en cuanto a mis enemigos, porque también los enemigos son relaciones sociales, jamás he herido a ninguno en su honor, aunque muchas veces he humillado su amor propio.”

Últimas alternativas políticas del señor Parra
Contra nuevas avanzadas indígenas Alsina diseña su política de fronteras haciendo cavar una zanja que lleva su nombre e implicando el esfuerzo de miles de trabajadores, él mismo supervisara a caballo, obsesivamente hasta el agotamiento de su salud. Julio A. Roca, jefe de la frontera del Río Cuarto, proponía en lugar de ello una acción ofensiva.

El Ferrocarril del Sur llega a Azul. El gobierno se aprovisiona de fusiles Rémington, carabinas de repetición y otros pertrechos fabricados en Norteamérica. Arriba el primer barco frigorífico a Buenos Aires.

Se negocia la conciliación entre Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, y Adolfo Alsina, concertando intereses comunes. No era auspiciosa para Parra esta componenda que le significaba la derrota de la autoridad y el triunfo de la anarquía sobre la lógica democrática de un buen gobierno, la cual debía consistir en oficialismo y oposición, libertad electoral, diversidad y representación. Predijo al presidente que esa solución transitoria para su mandato ocasionaría nefastas consecuencias. La muerte prematura de Alsina complica aquellas actuaciones. Avellaneda terminará su período en medio de una guerra civil con intervención de la provincia de Buenos Aires.

Carlos Tejedor, su gobernador provincial y candidato presidencial con apoyo mitrista, enfrentará al gobierno nacional creando milicias como contingente de la Guardia Nacional, oponiéndose a la federalización de la ciudad de Buenos Aires como capital de la República. El otro candidato que se perfila es Julio Argentino Roca, Ministro de Guerra. Avellaneda declara que no volverá a Buenos Aires mientras subsista la insurrección y constituye el gobierno en Belgrano. Coincidentemente renuncia el Ministro del Interior y Avellaneda designa al señor Parra, quien acepta en octubre de 1879 renunciando al senado y a la Dirección de Escuelas. Renueva con ello sus ambiciones por la presidencia, posicionándose frente a Tejedor en violenta controversia epistolar y contra Roca mediante intervenciones provinciales tratando de desbaratar la liga de gobernadores que lo apoyan. De resultas, tendrá en contra la alianza de ambos.

La rebelión tejedorista es derrotada en Puente Alsina, Los Corrales y Constitución, por las tropas comandadas por Racedo. Tejedor renuncia a la candidatura como gobernador; sus tropas son desarmadas por el vice gobernador, José María Moreno.

Coincidentemente, el ejército iniciaba batidas contra los caciques Nanmuncurá, Pincén y Catriel.

Alberdi vuelve a Buenos Aires en ese año, tras 41 de ausencia. A poco arribar se le brindó una recepción de honor en la Universidad en la que fue aclamado por los estudiantes. Por esos días, se entrevistó con el presidente Avellaneda y el flamante ministro del Interior, señor Parra. El encuentro de los dos contrincantes fue cordial, en un clima de reconciliación que culminó con un emocionado abrazo. El diario El Nacional comentó: "sus luchas tenaces y ardientes polémicas eran las de dos enamorados de una misma dama, nada menos que la patria".

El 28 de mayo de 1880 el señor Parra es designado para pronunciar un discurso en el acto de llegar al muelle de las Catalinas, las cenizas del General D. José de San Martín.

Poco después el señor Parra abandona el ministerio para aceptar la candidatura a presidente ofrecida por la Asociación de Jóvenes Unión Nacional. Su fracaso en esta puja contra Julio Roca es total, no obtuvo un solo voto en el colegio electoral que proclama a su adversario. A la decepción se suma el incremento de su sordera. Pide ser escuchado como ministro renunciante. De su elocución comentará La Prensa¨
“… ha sido y será un tremendo polemista. Busca con desesperación al enemigo, lo crea y lo ataca con desesperación y gozo. Quería pelear, peleó y fue vencido. Su conducta ha sido escandalosa y es un testimonio irrecusable de decadencia y de despecho.”
Roca, a su vez.
“”El cuyano pensó que todo el mundo se iba a inclinar sobre su soberbia. Pero se vio burlado por su inmensa vanidad y rabia. Es un ególatra demente cuyo sable ya no corta, que debió retirarse como pantera herida e impotente. He vencido al viejo crápula y desagradecido sin saber yo nada de historia, leyes, ni constituciones.”
Tras la renuncia del señor Parra, Avellaneda continuó en política educacional la línea trazada en el período en que fue su ministro. Se recibieron las primeras promociones de las escuelas normales de Paraná y Tucumán; se inauguraron en Corrientes, Santiago del Estero, San Luis y Rosario nuevas escuelas para preparar a futuros maestros. En la renovación de diputados de 1880, dos tercios de legisladores eran egresados de esas aulas. Se abrieron establecimientos de Enseñanza Superior de Agronomía en Salta, Tucumán y Mendoza, y en San Luis de Ingeniería Civil y Minería. Se creó la Universidad Nacional de Córdoba, la segunda de la Argentina. En cuanto a la primera, la de Buenos Aires, se había organizado en 1874, en  cinco Facultades: Derecho y Ciencias Sociales, Filosofía y Humanidades, Matemáticas, Ciencias Médicas y Ciencias Físico- Naturales.

Alberdi que asistió a las agitaciones de la época tiene 70 años; no obstante, en apenas cuatro semanas compone su libro, “La República Argentina consolidada en 1880” saludando la unidad definitiva que acaba de conseguirse con la federalización de Buenos Aires.

El normalista contempla ahora la suerte del señor Parra. No ha sido feliz la situación a la que lo condujera la excesiva confianza en sí mismo y la propuesta de una juventud irreflexiva. Aquellos mismos jóvenes que lo convocaron retiran al fin su candidatura. Pese a la depresión y amargura que ocasionan el fracaso y las limitaciones de la salud y los sentidos, no cede en su afán de ser historia y encauzar los rumbos de su país, sacarlo de la trampa en que siente caerá. Su aspiración es moral, digna, decente, popular. Está convencido que él hubiera sido la autoridad para todos, la Constitución restaurada, la Ley, la fuerza.

El 12 de octubre Avellaneda ha terminado su mandato y Julio A. Roca jurado como presidente. Buenos Aires es desde noviembre de 1880 Capital de la República. La Dirección de escuelas de la provincia pasó a convertirse en la Superintendencia de la nación. Roca designa al señor Parra en 1881 Superintendente junto a un Consejo consultivo formado por la casi totalidad de sus enemigos. Supone precipitarlo a un foso de leones. Parra hace y deshace sin dar cuenta a nadie. El conflicto se presenta muy pronto.

Avellaneda es designado rector de la Universidad de Buenos Aires y posteriormente senador por Tucumán, promueve la ley universitaria.

Se firma con Chile un tratado de límites fronterizos según las altas cumbres andinas.

El señor Parra tiene 70 años. Su popularidad y la simpatía, como inevitable atracción por su fama y su persona, aumentan. El Círculo Médico, después de la muerte de Darwin, le solicitó celebrar una conferencia pública en su memoria. El autor tuvo sólo una semana para preparar ese discurso que fue leído en el Teatro Nacional del 30 de mayo de 1881. Los recuerdos personales de los recopiladores de su obra y la investigación minuciosa de las impresiones periodísticas de la época coinciden en que:
“… la producción se impuso desde el primer momento obteniendo el aplauso unánime de todos los diarios sin excepción, calificándole, amigos indiferentes o adversarios, de discurso monumental. El numeroso público de damas y caballeros que tuvo la fortuna de oír esa conferencia, a más de ser sorprendido por los conocimientos revelados en un trabajo casi improvisado, quedó muy impresionado por el arte exquisito de la lectura, dándole valor y claridad a los conceptos, en el tono de la conversación de salón, e infinita gracia y galantería a las picantes alusiones y anécdotas que hacían accesible al auditorio a un asunto tan árido.” (Alberto Palcos)1
En 1881 el señor Parra participa activamente en la redacción de la Ley 1420 de Educación Común, primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica, que se sancionará en 1884. De inmediato arreció la oposición católica, desacatando algunos obispos la ley y prohibiendo a sus fieles que enviaran sus hijos a las escuelas estatales. Se le imputaba a Parra de sacrílego y corrompido. El gobierno estuvo de su lado, sancionó a los obispos rebeldes y expulsó del país al nuncio papal.

En 1883, el señor Parra había viajado con Aurelia Vélez a Montevideo, invitado por la Escuela de Artes y Oficios. Tenía entonces 74 años. En esos días en Montevideo participaba de reuniones, visitaba colegios, discutía con científicos y en las horas libres se reunía en el hotel con los amigos y quedaba conversando hasta tarde. Por su sordera hablaba casi a los gritos. Sus risotadas e insultos retumbaban en el hotel. Paul Grousac, que por azar allí se alojaba, no dejó de asombrarse por la vitalidad de ese hombre, por la energía que desplegaba incluso cuando estaba callado, pintándolo posteriormente en sus escritos, como un animal político extraordinario.

Fue interesante para el normalista saber que Rubén Darío motejó a Grousac “condestable de la crueldad”. Nacido en Toulouse en 1848, a los dieciocho años, llegó a Buenos Aires con una carta de recomendación. Fue ovejero, pedagogo, periodista, inspector, protegido de Nicolás Avellaneda y amigo de Carlos Pellegrini y Roque Saenz Peña, historiógrafo, crítico deletéreo de arte, estilista y director de la Biblioteca Nacional durante cuarenta y cuatro años. Fue respetado, misterioso y temido, sarcástico, irónico y burlón. Autoritario, mordaz y vapuleador sin clemencia.

Su perfil cierra con sus juicios críticos. Escribió que Parra “ha sido periodista y casi podría afirmarse que no ha sido otra cosa”. Sancionó que Facundo, civilización y barbarie es “un librejo mal escrito y peor compaginado pero que, desde el sólo título, formula clarísima la solución del problema nacional que durante años hemos perseguido”. Compara al señor Parra con Quirón, el centauro preceptor de Aquiles y amigo de los héroes. Mitad genio. Mitad bestia. Al cabo, la personalidad más intensamente original de la América latina.

El discurso del señor Parra en la Escuela Normal de Montevideo, fue agresivo para las congregaciones religiosas que llegaban desde Europa. Se cuenta que Paul Grousac, modificó a su pedido y por consejo de Aurelia, el texto del discurso a ser publicado en los periódicos. No fue más suave la crónica suya, aunque sí valorativa:
“Esa calvatrueno de calabaza con abultada jeta que parece magullar las palabras cautivaba en 1883 a los uruguayos alternando puños de sal gruesa con preceptos de alta sabiduría.”
El tratamiento desenfadado del señor Parra contra el catolicismo oficial obedecía en oponer el cristianismo al clericalismo. No hablaba ni como filósofo ni metafísico, ni pretendía explicar al individuo, definir a Dios o las relaciones entre el hombre y la divinidad, sino fijar las conexiones entre religión y estado, de modo que pudiera asegurarse el progreso social. Nunca negó la necesidad de la enseñanza religiosa aunque sus escuelas fueran laicas. Establecía como un hecho indiscutible que en todos los países católicos, donde no hay tolerancia religiosa o garantías para la emisión del pensamiento, el pueblo adolece de una ignorancia profunda en materia de religión, y que no es menos cierto que, en los países donde hay tolerancia, el pueblo católico es muy instruido en materia religiosa. Agregaba que, en los países y en los tiempos en que había reinado la intolerancia, el clero católico descuidó sus deberes docentes, desmoralizándose, degradado y hecho ignorante, mientras que, donde quiera que ha habido tolerancia para las otras creencias, como también para la libre emisión del pensamiento, el clero desplegó una grande actividad doctrinaria, los fieles han aprendido a ser católicos y la moral pública y privada ganó con ello.

Una de sus más briosas polémicas contra los clericales, es la que sostuvo aquel año contra el doctor Pizarro, clara manifestación de su carácter que se expresa en párrafos desbordantes de cólera, ingenuidad y orgullo:


“Cómo ha de ser -había escrito en su de usted- no puede saberlo todo; y cualquiera que lo conozca a usted se convencerá fácilmente de que lo que usted ignora se puede hacer, no diré un libro, sino muchos libros, como para repletar con ellos de bibliotecas populares a la república entera”.

“Razón tenía en este cálculo el doctor Dídimo, si se atiende a que la biblioteca del British Museum contiene un millón y cien mil libros cuyo contenido ignora el señor Parra, pero puesto que el doctor Pizarro apela al testimonio de los que conocen el señor Parra, daremos aquí el de todos sus amigos, y es que desde que lo conocen lo han encontrado siempre leyendo o escribiendo; que no pasea, ni visita, ni asiste a teatros, ni banquetes, ni juega para divertirse; que hace medio siglo lee en francés, inglés, italiano castellano, etc.- todo lo que puede leer un estudioso; que sus bibliotecas contienen cuatro grandes estantes de libros ingleses y cuatro enormes de franceses, etc. Concédenle sus émulos talento (para negarle instrucción) y gran memoria para ocultar bajo esa palabra, que recuerda todo lo que ha leído, oído y escrito en sesenta años. En los Estados Unidos sería citado con orgullo como un self made man, En Alemania, un tal hombre sería tenido por un sabio, como Lincoln, Franklin, Garfield y mil más. Aquí es un charlatán, y en Córdoba es reputado de animal”…


En concordancia con su valía, le cupo una misión cultural oficial encargada por el presidente Roca en 1884, para suscribir un acuerdo entre Argentina, Uruguay, Chile y Colombia, para traducir al castellano obras importantes de la cultura occidental, proyecto del cual era autor el mismo señor Parra. A su vez Roca mandó al Congreso una recomendación para que se reinscribieran sus Obras Completas. Parra, evidentemente congratulado, recogió en su viaje a Chile nuevas muestras de gratitud y reconocimiento, siendo asistido por los hijos de Manuel Montt. Parra y Montt, aparte del contacto directo y las acciones compartidas, mantuvieron una relación epistolar entre 1941 y 1979, iniciada un 21 de julio cuando el primero le solicita dinero para atender gastos destinados a la atención de la salud de su padre, y que se prolonga hasta setiembre de 1879 en que Montt reitera una invitación a Chile, urgiéndole su viaje por los achaque de su vejez. Tenía razón pues moriría a los pocos meses. Las cartas continuaron sin embargo con los hijos de Montt hasta la muerte de Parra en 1888.

Antes de regresar a su país hizo escala en Santa Rosa de los Andes donde el vecindario lo homenajeó como al maestro de vieja escuelita, dejando él unas flores en la tumba de María Jesús del Canto Avendaño, madre de Faustina. El pueblo de San Juan también lo recibió con honores, volcándose a las calles. Asistió como invitado especial a la inauguración de la Casa de Gobierno, donde pronunció un discurso. Entre los sonidos del Himno Nacional y las campanas del pueblo, se quebró en sollozos. Su glorificación era indiscutible. Por ley del 12 de septiembre, a iniciativa del gobierno, se dispone la publicación de sus Obras. Alcanzarán 52 volúmenes y un índice, estimándose lo no publicado en varias decenas de tomos.

En el seno del Consejo consultivo persistían los conflictos contando sus miembros con la posición del Ministro de Educación, fanático clerical. Por las desavenencias continuas el señor Parra concluye renunciando al cargo de superintendente, pero sus sabrosas polémicas arrastran también al ministro. Resume: “La guerra hay que hacerla alegremente”.

En tanto se ha creado el Registro Civil y fundado la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. La ley de territorios organizó las tierras ganadas al indio. Nacieron La Pampa, Río Negro, Neuquén y luego Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Chaco, Formosa y Misiones.


“Una de las tareas fundamentales cumplidas por el Estado nacional consolidado a partir de 1880 fue la de continuar con las prácticas de los anteriores gobiernos de aplicar una política sistemática de transferencia de tierras públicas a manos privadas a través de la donación, la venta o la recompensa por servicios prestados a la Nación. La concentración de la tierra en pocas manos y la expansión de las grandes propiedades fueron las consecuencias más conocidas de estas políticas, incrementadas a partir del avance de las fronteras internas por las campañas militares de ocupación de los espacios indígenas.”
Las fricciones en el senado continuaron y sus críticas alcanzaron al mismo Presidente Roca, a quien desde la prensa lo apoyaba por su defensa del laicismo pero a su vez le reprochaba duramente su nepotismo y la falta de moralidad administrativa. Roca pretende acallarlo con un decreto que prohíbe a los oficiales superiores de las fuerzas armadas realizar críticas públicas a oficiales de mayor jerarquía, a lo cual responde Parra pidiendo su baja del Ejército y fundando al año siguiente, el 1º de diciembre de 1885 el diario “El Censor”, último de sus periódicos, desde donde recrudece la oposición al gobierno. Allí, publica también relatos de Aurelia Vélez de sus viajes por Europa, Egipto y Palestina.

Aplacado temporalmente por las señales de su enfermedad y declinación, compra en Mar Chiquita de Junín un terreno junto a la laguna; tras compenetrarse de la zona, solicita a las autoridades que lo nombren juez de paz de Junín, sólo para salvar a las garzas y flamencos rosados de aquella región, que estaban en peligro de ser muertos, desarrollando a sus fines la formación de un balneario.

En el ínterin las señales del tiempo obraron también sobre Alberdi, que ha perdido sus energías tras soportar nuevos ataques por su proyectada designación de ministro diplomático, y contra la edición oficial de sus Obras, liderados por Bartolomé Mitre desde la Nación, Resuelve volver a Francia. Sus últimos años son muy penosos; para vivir acepta el cargo de comisario argentino de inmigración en París. Por razones de salud, renuncia posteriormente. Soporta unos días espantosos y fallece en una casa de sanidad de Neuilly, Francia, en julio de 1884.

La salud del señor Parra también está quebrantada pese a sus intentos de mostrarse sano y fuerte. El 14 de junio de 1886 partió hacia las termas de Rosario de la Frontera en la provincia de Salta. A su regreso continuaron las visitas diarias a casa de Aurelia quien lo persuadió de cerrar el “Censor” y preocuparse más por su salud. Ella tenía ahora 51 años. Se habían amado durante veintiséis años, desafiando la sociedad de su tiempo y soportando las consecuencias de la osadía.

La crónica consigna alguna gratificación más para la pareja: la asistencia al teatro Politeama donde desde las primeras filas contemplaron la interpretación deTheodora por Sarah Bernahrdt, y gozaron del placer de saludarla luego en su camarín, conversando con ella en perfecto francés.

Un nuevo intento político fue aceptar la candidatura a diputado por San Juan, pero acabó derrotado con fraude frente a un ignoto jefe de policía.

“Conflictos y armonías de las razas en América es obra de sus 74 años. En 1886 publica “Vida de Dominguito”.

Propio de su naturaleza y amor propio fue suponer mérito para una nueva campaña presidencial, aun sin partido propio. La Convención de Partidos postuló a Manuel Ocampo, amigo, apoderado y administrador personal. Parra, convencido, renunció a sus aspiraciones y tuvo la energía y gratitud de apoyarlo.

Roca, en 1886, postula para presidente un concuñado, el cordobés Miguel Juárez Celman, liberal de corte aristocrático, impulsor de la separación de la Iglesia y el Estado, y a Carlos Pellegrini como vicepresidente, ex Ministro de Guerra y Marina de Roca, fundador del Jockey Club.

El 12 de octubre de ese año, al asumir el mando Celman expuso con claridad las ideas que regirían su gobierno: respeto por la ley para que la sociedad pueda emprender el camino del progreso y fundamentalmente, fomento de la instrucción pública y de la inmigración para corregir lo que consideraba “el turbio entendimiento de pueblo argentino.” Construyen el dique San Roque e inauguran la primera parte de las obras del puerto de Buenos Aires según el proyecto de Eduardo Madero, ordenó la construcción del Teatro Colón y de edificios públicos. Se dicta la ley de matrimonio civil y crea el registro para el control de nacimientos, matrimonios y defunciones, responsabilidades que habían concernido a los curas párrocos, lo que deriva en tensión entre católicos, librepensadores y masones. Pero su presidencia inaugura un tiempo de economía dispendiosa por la cual se acrecienta el despilfarro y el déficit presupuestario.

El normalista interpreta que el curso de los acontecimientos desemboca en tiempos donde se desmadran las mejores intenciones del señor Parra. El balance de pagos fue desfavorable y en consecuencia aumentaron los empréstitos que llegaron en ese período al doble de lo tomado desde 1862. Se abusó de la emisión por bancos garantidos, que desde noviembre de 1887 podían hacerlo por ley, acogiéndose a estas facilidades, más de 20 entidades. Los resultados fueron desastrosos; la económica de Juárez Celman está reflejada en la política de privatización ferroviaria: la del Oeste tenía 892 km. de rieles distribuidos en 13 líneas y ramales; las del Andino y la de Central Norte llegaban a 1.877 km. Las tres líneas argentinas se vendieron a compañías británicas. Cundieron contra su gobierno acusaciones de corrupción basadas en la concesión de obras a personas de su círculo íntimo y especulación inmobiliaria.

Una de las principales figuras de la oposición fue el senador Aristóbulo del Valle, patrocinante en el 80 de la candidatura de Parra para una segunda presidencia, a lo que se suma en 1889, el nacimiento de la Unión Cívica de la Juventud que culminaría con la formación de la Unión Cívica acaudillada por Leandro Alem. La crisis financiera acentuó el malestar político y el 13 de abril de 1890, del Valle denunció en el Senado que, además de las emisiones públicas de moneda papel, circulaban otras emisiones clandestinas. El 26 de julio de 1890 estalló la revolución, primera reacción cívico militar activa, agresiva, de la voluntad popular deseosa de convertirse en factor de poder, pero ignorante de los medios para cumplir su  propósito. Ante la renuncia de Juárez Celman en agosto, Carlos Pellegrini asumió la presidencia de la República hasta 1892. Durante su gestión se fundó el Banco de la Nación Argentina como medio para resolver los embates de la crisis económica que afectaba al sistema bancario, una medida consecuente con la posición proteccionista e industrialista que lo caracterizó.

El estudiante cierra con este período la primera etapa de su panorama histórico y se concentra en la vejez de su protagonista.

En 1887 a sus 76 años, el Señor Parra se había trasladado al Paraguay buscando un mejor clima para su salud. Gracias a su retiro no debió sufrir la ambiciosa fiebre de bienes materiales y lujo que ganó a la aristocracia bajo los gobiernos de la última década del siglo XIX. La obtención inescrupulosa de ganancias, la especulación disfrazada de forma de progreso y el fraude se enseñoreaba en las clases pudientes porteñas. La gente bien con sus viajes a París se apartaban cada vez más de la preocupación por la educación, el trabajo y las necesidades sociales. Se recuerda el retruque de Parra a un estanciero que sostenía que Buenos Aires jamás aceptaría una enseñanza común para todos por ser “una sociedad muy aristocrática” a lo que señor Parra respondiera: “Sí, una aristocracia con olor a bosta.”

Con la caída de Rivadavia se derrumbó la enfiteusis, pero había continuaba en pié la práctica de las donaciones con las formación de grandes latifundios. Según Avellaneda doscientas noventa y tres personas poseían tres millones cuatrocientos treinta y seis leguas de tierra y el señor Parra afirmaba que cincuenta y dos mil millas cuadradas, tres veces la superficie de Inglaterra, estaban en manos de 82,5 propietarios.

Hacendados responsables de una economía exportadora de crecimiento hacia fuera, orientada al mercado mundial, que convertía a la América en un criadero de vacas y que reducía a la población a peones para arriar ganado y enviar millones de libras de carne a dos diplomáticos en Europa, habiendo quien las consuma en el país, como decía ocurriría en los Estados Unidos.

En realidad su concepción agraria era contraria al latifundio y a la oligarquía ganadera de la provincia de Buenos Aires. Muy lejos de ser estanciero, su única experiencia rural, entre tantas cosas que había sido, provenía de una fugaz experiencia como viñatero en San Juan. No obstante, en la memoria presentada al Instituto Histórico de Francia en 1953 se evidencia su conocimiento sobre la cuestión de la propiedad de la tierra inspirada en el sistema de administración de las tierras baldías que aplicó el Congreso de los Estados Unidos, posición que adoptara.

Tuvo siempre la convicción de que para desarrollar el país debiese previamente limitar el poder de los latifundistas y transformar el desierto en un vergel agrícola de pequeños propietarios. Tal concepción se complementaba con la idealización de una inmigración europea y norteamericana, a cuyos granjeros había conocido y admirado. La gigantesca geografía sería domesticada por una sociedad agraria étnicamente blanca, igualitaria y democrática, que barrería con el cruel empuje arrollador de los pueblos aborígenes, imponiendo al espacio ocupado su impronta y su civilización.

El señor Parra pensaba como un agricultor contra la barbarie e insolencia ganadera, que impedía la radicación del habitante y la formación de municipios. Finalmente su lucha había obtenido en 1857 el apoyo de las cámaras de la legislatura para una ley de tierras de su autoría que hizo posible el fenómeno de colonia agrícola de Chivilcoy. Fruto de este logro es la frase de su anhelo: “Haré cien Chivilcoyes”

El 3 de octubre de 1868, Chivilcoy, transformada en una ciudad populosa y próspero partido agrícola, le dedicó una fiesta. Allí expresaría:


“ … Porque ésta es la diferencia entre el filósofo que contempla las civilizaciones muertas en mundos antiguos, y la imaginación del estadista americano, que está improvisando sobre esa tierra virgen mundos nuevos, sociedades viriles, ciudades opulentas, campiñas floridas.”

“¿Quién no ha dotado a su país en sus horas de esperanza con prodigios de las artes, de la agricultura y de la civilización? ¿Quién no tiene sus rasgos de poeta y sus predicciones de vate inspirado, hasta que viene la realidad prosaica de nuestra agitada vida y nos borra con ruda mano el bello cuadro que nos habíamos forjado?”


La reforma agraria basada en el ideal farmer de tenencia de la tierra había sido su principal y esperanzadora arma. Pero había perdido en ese combate desigual. Por una parte, con su gran chasco por la inmigración extrajera que sobrevino, a la cual también calificó de “barbarie”, desnuda de nacionalismo como de moneda y equipaje, sin suficiente arraigo ni identificación con la Nación, que desdeñando las condición de ciudadano no reconocía dependencia, patria, lengua y que convirtiera al país, con su afluencia, en una república de extranjeros con una pequeña minoría de argentinos. Por otra, la ausencia de una política de inmigración, que incumplía las promesas que ofreciera de una tierra que laborar, obligando, en cambio, al hacinamiento de los inmigrantes en los suburbios.

Con lucidez, poco antes de su muerte, hablando de sí mismo en tercera persona, afirmó: “fueron las leyes agrarias en las que fue más sin atenuación, derrotado y vencido por las resistencias, no obstante que a ningún otro asunto consagró mayor estudio”.

Había logrado sembrar las bases para rescatar a los hombres de la ignorancia, pero se lamentaba de haber sido derrotado en su lucha para librarlos de la miseria mediante la propiedad de la tierra.
La tierra es siempre en historia la fuerza que da nueva vida a los titanes. Los Gracos hubieran salvado a Roma, si hubiesen podido hacer pasar sus leyes agrarias. Y esto es cierto hasta en lo moral. La tierra sostiene largo tiempo en cada localidad las tradiciones, las costumbres, las ideas recibidas, los hábitos que tantas resistencias oponen a la nivelación de la humanidad y a la distribución general de los humanos progresos. Una vez que quise darme cuenta de la lucha entre la civilización y la barbarie entre nosotros parecióme hallarla en el aspecto físico del suelo, de hábitos e ideas que engendra, y alguna verdad debían encerrar aquellas cortas páginas, puesto que han sido aceptadas como esclarecimiento de los hechos.”


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