Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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El 24 de septiembre de 1873, al inaugurar la estatua de Belgrano en la Plaza de Mayo, pronunció su "discurso de la Bandera", en el cual, después de haber descrito, cantado y vaticinado la insignia nacional, aludiendo con amargura a las tiranías y guerras fratricidas, mostró ante el estupor del público, en aleccionador contraste, la bandera que había tomado en Palermo cuando se adelantó desde Caseros sin considerar el peligro de hallar resistencia, y encontró ese pabellón que en su hechura caprichosa ostentaba el “Mueran los salvajes unitarios”. La había guardado para sí, en acto de indisciplina, como trofeo propio. Presidente de la Nación, la exhibía ahora tal si la hubiera conservado para este fin profetizado veinte años atrás al recorrer la casa de Rosas. Hoy se conserva en el Museo a su memoria, en Buenos Aires.

Sobre el final de su mandato, en 1874, y durante la campaña de Nicolás Avellaneda, debe soportar la revolución de los nacionalistas. Tras el asesinato en Villa Mercedes del general Ivanovsky, que había sido enviado por Parra a la Rioja para garantizar la libertad de sufragio y controlar de maniobras fraudulentas al general José Miguel Arredondo, partidario de Mitre.

Éste último, luego de tomar la provincia de Córdoba se dirigió a San Luis y a Mendoza donde lo esperaba en defensa el Coronel Amaro Catalán al frente de las milicias provinciales. El 29 de octubre de 1874, Arredondo derrotó a los a los milicianos mendocinos y dio muerte a Catalán. Sublevó Cuyo y ocupó la Ciudad de Mendoza derrocando a los gobernadores de Mendoza y San Juan. Poco después llegó a Mendoza Julio A. Roca, sorprendiéndolo por retaguardia en Santa Rosa, y obligándolo a rendirse. La totalidad de los revolucionarios fueron muertos o tomados prisioneros pero Roca, al saber que Arredondo iba a ser fusilado, lo dejó escapar a Chile.

Mitre, por su parte, se había puesto al frente de los revolucionarios en Buenos Aires y fue derrotado en La Verde y confinado en Luján, tras juicio militar y destitución, La batalla de Santa Rosa y La Verde significaron el final de la revolución de 1874 y de las campañas militares de las guerras civiles con batallas a campo abierto.

Nicolás Avellaneda asume la presidencia el 12 de octubre de 1874.

Al finalizar el gobierno del señor Parra, el país cuenta con 100.00 niños en sus escuelas, 70.000 más de los que había en 1868, 140 bibliotecas populares distribuidas por todo el país, la creación colegios nacionales en San Luis, Jujuy, Santiago, Rosario y Corrientes y de las escuelas normales de Paraná y Tucumán. Escuela de Ingenieros de Minas de San Juan y la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas y la Academia de Ciencias de Córdoba, con el Observatorio astronómico .Las vías férreas fueron prolongadas en 750 km. El telégrafo en todas las provincias. El cable submarino puso al país en comunicación con los Estados Unidos y con Europa. Fue nacionalizado el sistema postal. Se proyectó la construcción del puerto de Buenos Aires obra confiada al ingeniero Fernando de Lesseps. Se habían incorporado al país 70.000 inmigrantes.

En su último mensaje de gobierno de 1874, el señor Parra se ufana en presentar la nueva fisonomía del país lograda por su administración:
“El paisaje a lo largo de las grandes vías de comunicación y de las márgenes de los grandes ríos, se accidenta con las chimeneas de fábricas de reciente establecimiento y todos los signos de la cultura e industria que recuerdan y repiten las escenas rurales de los países más avanzados, todo esto logrado a pesar de las grandes crisis que debió solventar, levantamientos de caudillos provincianos, epidemia de fiebre amarilla, la guerra del Paraguay. Representan necesidades, aspiraciones y esfuerzos, que necesitan satisfacerse y realizarse en un porvenir inmediato.”
Si el normalista ha de darle crédito a las estadísticas de la historia, durante su gestión de gobierno el señor Parra inauguró 1.117 escuelas, una, cada dos días.

Toma un breve descanso en su casita de Carapachay, en el Delta y vive de sus ingresos como coronel. Con ahorros formados por su administrador, Manuel Ocampo, puede comprar una casa en la calle Cuyo 53, que hoy lleva su nombre, donde se instala con su familia.

En el mismo año de 1874, a su pedido, el presidente Avellaneda le concedió finalizar las obras del el Parque 3 de Febrero, en los terrenos de Palermo de la que fuera la casa de Rosas; asimismo, las del Arsenal Naval de Zárate, ambas iniciativas de su gobierno. También conformó su deseo de ser ascendido a general, mérito cuestionado por facciones hostiles y ridiculizado por la prensa del “Mosquito” y del “Antón Pirulero”. Sólo tres años después el Senado prestó acuerdo a su designación.

Su defensa fue esta vez la publicación de “Introducción a las memorias militares y foja de servicio de … General de División” en cuyo pórtico emplazaba¨


¡A man in the military profesión, is worthy in proportion as he is sensible, cultivated, industrios and moral. To be brave is essential, but not sufficient to make an officer.”

Gen. Hazen. U. S. A.



(The School and the army in Germany and France.)

El normalista percibe en sus palabras, la profunda nostalgia de un hombre viejo por una gran epopeya de la cual no dan cuenta ni actores coetáneos ni testigos; pese al avance de las vías férreas que intentan suprimir las distancias y asimilar jurisdicciones frente a una naturaleza rebelde a la cultura, que sigue ostentando la fisonomía solemne, triste y muda de la llanura, la opacidad majestuosa de los Andes y el curso sereno de los grandes ríos hacia el estuario de Plata. Su tesón no declina y cuestiona:

“¿Qué haría hoy Quiroga con sus bandas de descamisados, aunque pudiera lanzar otra vez el grito de religión o muerte?”

Y en su empeño confía que la locomotora suplantará al caballo, el telégrafo al chasque, y el ganado silvestre por el cultivo del suelo, y razas humanas colonizándolo.

“¿Qué figuras de titanes suministrarían en aquella lucha de descomposición los nombres de Aldao, el fraile guerrero; de Facundo Quiroga, llamado el tigre de los Llanos; de Rosas, el astuto lobo, que no pertenecen a las categorías ordinarias de la sociedad moderna? ¿Cómo explicar la impotencia de espadas como las de Lavalle, Acha, Paz, Lamadrid y tantos héroes que la América acataba y vinieron a oscurecerse entre las nubes de polvo que levantaban los jinetes de la Pampa? Sucedía que a los guerreros se tornasen en escritores, cambiando la espada en punzante buril y dejando a veces páginas que valían batallas, como si sembraran ideas regeneradoras, donde sólo se veían ruinas u osamentas. Este es el carácter distintivo de aquellas guerras civiles que principiaron por matanzas, y acabaron por razonamientos, y cuya grande batalla en la morada del tirano en quien se resumen todas las resistencias coloniales, o las creadas por los desperdicios de la guerra de emancipación, proclama la unidad de país tan subdividido, y una Constitución nacional bajo las principios y condiciones que reconocen los pueblos modernos para organizar gobiernos regulares.

“Mientras que aquella historia universal de la gran guerra civil, que principia con la abdicación de Rivadavia, no se escriba, la opinión de cada época no verá de tan vasto cuadro sino lo que tiene más cerca. Los grandes centros de población son los focos activos de la opinión pública dominante; y es singular como los hombres y los sucesos figuran en este escalafón de grados que la opinión contemporánea acuerda. Sin ir más lejos, caído Rosas, sus sucesores son el objeto de la pública execración; pero separado Buenos Aires de la masa general de los pueblos, la ambición y la necesidad de la propia defensa requieren un ejército, y fuerza es revivir los grados dados por Rosas como base, añadiéndoles los jefes y oficiales orientales, venidos con el Ejército Grande y algunos jefes de la Independencia. Los que militaron con Lavalle son admitidos con restricciones, y más tarde los del general Paz que hicieron la guerra del Brasil apenas eran nombrados por cuanto quedaron en la Confederación. Al fin, y cuando con la reintegración y constitución de la República, todos estos diversos ejércitos se funden en uno, los guerreros de la Independencia, mediante un sobresueldo, recuperan su puesto de honor en la lista militar.

“Nosotros los viejos, hace decir a los restos de Salamina, acusamos a esta ciudad. Tantos combates nos darían derecho a ser alimentados por ella, al fin de nuestra vida. Lejos de eso, somos maltratados, implicados en procesos, abandonados a las burlas de los jóvenes oradores, aunque seamos sordos y demasiado débiles ya para llenar una flauta con nuestro soplo debilitado por la edad. Poseidón debía protegernos, pues no nos queda más apoyo que un bastón. Balbuceando con voz senil delante de la piedra del Tribunal, no vemos sino la sombra de la justicia, mientras que el acusador que quiere conciliarse a los jóvenes, nos abruma con su dialéctica, y arrastrándonos ante los jueces nos confunde a cuestiones, tendiéndonos celadas de palabras. Su agresión turba, anonada y despedaza al pobre Fithon, el cual inhabilitado por la edad, enmudece, y es condenado a pagar la multa, lo que le hace decir a sus amigos, con las lágrimas en los ojos: “¡Me quitan lo que tenía para pagar mi sepultura!” Decid si no es infamia esto. ¡Pues qué!, el clepsidro mata al anciano blanco de canas que en la ardiente refriega tantas veces se cubrió de glorioso sudor, y cuyo coraje salvó la patria en Maratón”

“Pueden ser significativas las semblanzas de situación, y no deja de serlo seguramente el hecho denunciado por Aristófanes, de que es la juventud ateniense la que así insulta las canas de Salamina y Maratón, justificando hoy como entonces el pedido de los ancianos, de que “en adelante no pudiesen los viejos ser acusados sino por los viejos, y los jóvenes por los jóvenes.”


Pero aún entonces el señor Parra no cedía en su trajinar laborioso. En 1875 es nombrado director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Funda la revista "La educación en la Provincia de Buenos Aires" para reencauzar teóricamente e impulsar la creación de escuelas. A la muerte del senador sanjuanino José María del Carril, fue elegido para ocupar el puesto vacante, cargo mandato que desempeñó durante cinco años consecutivos, simultáneamente con su colaboración en El Nacional y en Tribuna y la Dirección de escuelas; hasta su renuncia en 1879, pese a que desde 1876 se manifiestan los signos de enfermedad.

Su renovado esfuerzo por superar la depresión y el desencanto impulsan al señor Parra con nuevos bríos a continuar la lucha. Acompaña a Avellaneda a trabajar sobre la cuestión de límites con Chile que se ha agravado.



Datos interesantes que aporta Félix Weinberg:
“Nuestra industria, con los tropiezos imaginables, había comenzado seriamente su marcha. En 1875 los empresarios de Buenos Aires se agrupan para defender sus intereses comunes en un Club Industrial Argentino. Esta entidad organizó dos años más tarde una nueva Exposición Industrial, que funcionó con el asombro de propios y extraños y que conmoviera la opinión pública. Superando la indiferencia, los prejuicios y desde luego la competencia extranjera, la industria argentina fue conquistando adeptos. Vicente Fidel López, Carlos Pellegrini, Miguel Cané. Lucio V. López, José Hernández, Estanislao Zeballos, entrarían en una larga y porfiada polémica para defender el derecho del país a su industrialización e independencia económica. El ya citado Club Industrial, en reconocimiento de su infatigable acción industrialista, tanto desde el gobierno como desde el llano nombró como socio honorario al señor Parra en 1877.”

Dar la cara
Tres sesiones ocupó el Dr. Guillermo Rawson en declarar cargos contra el señor Parra, similares en gran parte a los que le espetaran sus contemporáneos en cada oportunidad que se mencionaba su nombre. Rawson era un comprovinciano, diez años más joven, hijo de un distinguido médico norteamericano y de una dama de la más prestigiosa sociedad sanjuanina. Egresó médico a los 23 años y por sus valores y prestigio alcanzó una banca en la legislatura. Combatió a Benavides quien lo puso preso en 1853. Un año después fue elegido diputado a la Confederación, luego senador por San Juan en Buenos Aires.

Durante la presidencia de Mitre será ministro del interior y hasta candidato a la Presidencia de la República, pero concluirá dedicándose íntegramente a la medicina y a la higiene pública.

El señor Parra, cumplido ya su período presidencial, desde la banca en reemplazo de del Carril, en las sesiones del 13 y 15 de julio de 1875, dio su réplica a estos cargos, que el normalista revisó atentamente asumiendo las respuestas como si estuvieran dirigidas a un discente. Era indudable que el señor Parra había adoptado para su exposición una actitud docente, enmarcándola en una previa definición de términos, a lo cual pudiera acomodarse el normalista como en años escolares, tomando apuntes y desarrollando cuadros sinópticos. En primer término registró las expresiones de la siguiente forma:
Guerra a muerte.

Guerra civil.

Guerra de montonera

Guerra de policía.

Guerra extranjerizante.

Guerrita de Jurguta.
Derecho de gentes.

Partidarios políticos.
Revolución.

Motín.

Delito de sedición.

Violación de la ley.

Insurrección.

Acto de violencia.

Acto de fuerza.
Prisionero de guerra.

Consejo de guerra verbal.

Juicio previo.
Ejecución.

Fusilamiento.

Lanzamiento.

Degüello.

Exhibición de la cabeza en la pica.

Descuartizamiento.

Profanación.

Horca.

Guillotina.

Decapitación.

Garrote.
Irregularidad.

Represalia.

Justicia.

Venganza.

Suplicio.

Suplicios legales.

Ad terrorem.
Cueva de ladrones.

Bandido.

Vándalo.

Asesino.

Salteadores.
Criminalidad.

Asesinato.

Crimen.

Puñalada.
Gobierno.

Reglamento.

Lenguaje de la tierra.

Ley.

Proclama.

Instrucciones.

Ordenanzas.
Director de la guerra.

Invasión.

Intervención.

Amnistía.
Tiranía.

Despotismo.
Código civil

Código criminal.
Mesura.

Fuerza moral.

Debate.

Discusión.

Discurso.

Cuestión.

Violación de las reglas del debate.

Enmienda.
Entuerto.

Calumnia.

Verdad.

Honor.
Presuponía ponerse de acuerdo con los vocablos para discriminar los hechos. En segundo término, probarlos. Según el señor Parra, lo que le había motivado a utilizar su derecho a la palabra en el parlamento era de su propio interés:
“… es decir, el interés que un hombre debe demostrar siempre por dejar su nombre bien establecido, explicando sus actos, en la vida pública, cuando se le ha puesto en la necesidad de explicarlos.”
…y así se expresaba

“El Coronel Virasoro no ha sido asesinado, no: no es esa la palabra: ha sido muerto, o en un lenguaje más propio, murió de tal manera; murió peleando, por ejemplo.”

“El asesinato es un crimen realmente, que tiene preparación, alevosía, engaño, sorpresa, etc., por motivos criminales. Pero la muerte en un duelo no es un asesinato; y en un encuentro así de hombres ambos están en la misma situación. Pero en el caso de Virasoro, y debo explicarlo en justicia a mis compatriotas, estaba mezclado todo el partido liberal que hoy día sigue las ideas del señor senador, mi colega [por Guillermo Rawson], sin escapar uno de sus miembros, inclusas sus familias, las señoras más respetables. Es un hecho horrible, efecto de la desesperación y el orgullo, diré así, de una sociedad aristocrática, porque ese defecto tiene San Juan, que estaba entonces gobernado por un Pro-cónsul.”

“Virasoro era un paisanito audaz atrevido, que era la primera vez que se iba a encontrar entre familias cultas, y como he dicho aristocráticas y muy orgullosas; tuvo la desgracia de ofender desde el primer día hasta el último, todos los sentimientos de aquel pueblo; y yo no conozco en la historia americana ni un hecho tan terrible ni escenas tan dramáticas.”

“Para explicar mejor, cómo no le conviene a este caso la palabra asesinato, agregaré algo más. Virasoro estaba prevenido y retaba al pueblo. A lo mozos liberales les decía que les había de poner crinolinas; por cobardes y por habladores; y a todas estas voces era un sacerdote el que las hacía correr por la ciudad.”

“Las señoras mismas preparaban los cartuchos, y los artesanos más distinguidos y los jóvenes más importantes de San Juan, se preparaban a la lucha.”

“Él sabía que era una guerra a muerte entre él y el pueblo, y la provocaba.”

“De noche, dormía en su casa, con 10 o 12 sujetos chilenos, porque sanjuanino ninguno se le acercaba. Era un joven alegre, amigo de tertulias y pasaba muy buenos ratos con ellos. Dormía sobre la azotea, y tenía a su lado a su señora y a la de Hayes, a su hermano y varios correntinos. Hombres valerosos, si cabe, como lo mostraron porque nadie cedió en el momento del peligro.”

“No tenía soldados; pero tenía 75 fusiles, puestos en línea y cargados.”

“En el momento del combate, su señora se ocupaba de cargar los fusiles así se descargaban los revólveres y las pistolas, porque de todo se echó mano.”

“Había un señor Galíndez, me parece, un antiguo federal, que había llegado por casualidad con cuatro o cinco hombres que había traído consigo y enfrente, en un terreno que pertenece a la familia de Zaballa, dormía un escuadrón para guardarles.”

“Ya se deja ver que no es un asesinato sino un combate a muerte que se preparó.

“Combate horrible: por la calle, por los fondos de la casa, por todas partes; así murieron todos los que lo sostenían.”

“Yo he visto la casa ¡cómo estaba de balas! no tenía una pulgada la muralla que no estuviese señalada.”

“No reclamo por las palabras, sino simplemente por su mal uso, excesivo, y este mal uso de las palabras: irregular, asesino, asesinato y crimen, es lo que trae todo el fondo del debate.”

“Si cada palabra determinase un caso y se explicase como debe, resultaría que no tendríamos ahora nada más que hablar.”



Cartas íntimas
Manuel R. García Mansilla recopiló la correspondencia que su padre Manuel R. García, ministro argentino en los estados Unidos y el señor Parra, sostuvieron durante el período 1866-1872. Éstas aportan al normalista fragmentos del íntimo pensar de Parra en su forma más personal y durante el apogeo de su vida pública, confiados a un hombre alejado geográficamente de la política y de los acontecimientos nacionales. La publicación de 1907 incluye respuestas y colaboraciones del doctor García, considerado un hombre sincero, imparcial y modesto.

El intercambio, de inicio, intenta desarrollar y regularizar lo que la historia les ha impuesto como “federación”. “No hay gobierno posible sobre lo ingobernable” afirma Parra: “una rueda que se agita en el aire”, y señala las causas que favorecieron la descomposición política del carácter colonial impreso por España a sus habitantes. Obraron la desagregación de la sociedad y las distancias enormes entre los centros poblados, las ideas liberales de resistencia al poder y la imitación de sus convenciones. Ni saavedristas ni revolucionarios constituyeron para él la república sino más bien disolvieron la sociedad. Ambos bandos actuaban llevados por un sentimiento del orden y no por el conocimiento de los hechos que debían poner en orden. Fueron dos revoluciones: una contra España y otra, la de unos cabildos que querían imponer sus decisiones.

La Junta convoca a diputados de las provincias que reunidos pretenden formar otra junta con resultado ruinoso; erigen un directorio y demoran la formación de un congreso para la creación de una autoridad ejecutiva. Rechazan diputados de la Banda Oriental, porque son de Artigas, y ésta se hace independiente. Los hombres ilustrados seguían aferrados a malos modelos y no sabían gobernar ni fundar nada, desquiciando el concepto de la aquiescencia de la autoridad.

La federación entonces ha salido del gaucho, del rancho, del aislamiento de la provincia, de la barbarie. No es que el pueblo se interesara en alguna forma de gobierno sino que no le interesaba ninguna. Cada provincia reconcentrada en sí misma creó relaciones de alianza de caudillos, de tratados, de guerra, hasta que el gobierno de Rosas incorporó la nación. Quienes siguieron a su caída, con sentido práctico aceptaron el hecho de la federación.

Escribe el señor Parra;
“La República Argentina es uno de aquellos enfermos robustos, de cuya salvación nos asombramos, cuando nos cuentan las barbaridades que curanderos y médicos hicieron con él. Uno puede sanar de la enfermedad natural; pero salvar del arsénico que le ha estado dando el médico es un poco más difícil.”

“Hemos llegado al fin a la federación. ¿Somos capaces de ser federales? Antes de responderle, le haré una pregunta que le dejará parado. ¿Es que nosotros somos algo? Pero gauchos mezcla de indio y de español barbarizado como lo son los cuatro quintos de la población; provincias sembradas aquí y allí al acaso, ignorantes, no son cosa constituíble”.

“¡¡Entonces el despotismo, el gobierno fuerte! Si ensayolo, como Rosas, dándole de barato la suma del poder público, como se le dan nueve tantos en diez a un chambón, y póngale un partido culto aliado, generales de la independencia, y a lo lejos, o en Montevideo una prensa, un mosquito, un señor Parra por ejemplo que le esté cantando al oído, en todos los tonos, diez años, tirano, salvaje e ignorante, etc., etc. ¿Sabe lo que vamos a constituir y merece el trabajo de hacerlo? ¿Un vasto y rico pedazo de la tierra, con ríos como el Plata, con llanuras como la Pampa, con montañas como los Andes? ¿Sabe lo que es la federación? La única forma humana de gobierno, el remedio a los defectos de la república romana, el resultado final de la lucha en que la Inglaterra aseguró las libertades que traía en germen la edad media, perdieron los hugonotes en Francia y los comuneros en España, y no supieron recuperar los revolucionarios que volvieron a perder la batalla por su propia culpa.”

“Nosotros hemos llegado a la meta, y por lo que a mí respecta, yo trataré de que los unitarios no nos vuelvan a hacer tomar el mar, después que ya estamos en el puerto. ¿Larguemos el ancla, por el contrario? ¿Es que hay una república unitaria? ¿Dónde la ha visto usted? ¿En Francia? Dos veces se ha desmoronado el edificio sin base. Tendría usted para hallarle modelo que remontar hasta Venecia que era la continuación de Roma; pero los napoleones le saldrán al atajo, y le dirán es imperio Roma, y no patriciado. Persiguen una quimera. El gobierno es un hecho histórico. Nadie ha inventado gobiernos sino Sieyes y Robespierre. Los Estados Unidos son un largo hecho histórico que principia en Guillermo el conquistador; pero una vez que este hecho toma sus formas definitivas, es como la locomotiva del vapor, que todas las naciones tienen que adoptarla en sus últimos perfeccionamientos porque esa es su forma experimentada, eficaz y segura.”


El normalista no puede dejar de transcribir sus hallazgos. Las palabras del señor Parra se impone sobre sus tímidas apreciaciones con la fuerza de una expresión hipnótica y vehemencia desbastadora. Inhibido de intentar un análisis se rinde a la pasión de sus argumentaciones desordenadas, verificadoras del ardor que consumía inacabablemente su vivir.
“Aún no me ha llegado un libro que he pedido de Quinet. en que parece que los franceses empiezan a caer del burro como decimos, y reconocer sus errores pasados, en cuanto a convención, Junta de salud pública, destrucción del poder y prerrogativa real, y todo ese cúmulo de errores que de la anarquía los ha llevado derecho al despotismo, creyendo de la mejor buena fe que estaban dando libertad al mundo. Pondréle un caso. Recuerda usted la famosa frase de Sieyes. ¿Qué es el pueblo? (tercer estado). Nada. ¿Qué debe ser? Todo. La frase era feliz. No tenía más inconveniente sino que ella guillotinaba a la nobleza y al clero, desde el día que se lanzó a correr aquella horrible palabra. Y Sieyes era un pobre clérigo, sin antecedentes. ¿No están todavía los franceses gritando contra los federalistas girondinos? ¡Pues ahí es nada! Si los federalistas triunfan entonces, salvan la Francia, dándole, al pueblo, en cada parte del territorio fuerza de resistencia y base de libertad; en lugar de reconcentrar en París toda fuerza sin contrapeso, para que el primer pasante le apreté el pescuezo a París, y adiós libertad. A la Inglaterra y al mundo la salvaron los castillos de los nobles, desde donde puede hacerse resistencia al arbitrario de uno. Los lores eran mil cabezas de familias libres; y bastan mil hombres que puedan mantenerse libres, para someter a los déspotas.

Disolviendo y rescatando las antiguas provincias, la Revolución francesa, destruyó toda base posible de un gobierno moderado, por el pueblo. Hasta nosotros nos hemos salvado por el mismo expediente. Cuando Rosas se alzó con el poder, una liga de San Juan, Córdoba y San Luis se propuso resistir y fue aplastada. Siguióle la liga del norte La Rioja, Tucumán, Salta y Catamarca, que sucumbió, Corrientes salió a la parada. Tuvímonos fuertes en Montevideo diez años. Arrebatámosle a Urquiza; eliminamos a éste: resistimos en Buenos Aires, y acabamos por organizar el gobierno”

“Si me dejo ir, le escribo en lugar de carta el libro más desordenado, más confuso y más absurdo. Espere a que lo haga con reposo. A veces creo que he encontrado una verdad nueva; y tiemblo de que me haga pedazos la crítica savante. Pero me tranquiliza mi propia oscuridad, y la idea de que escribo solo para mi país, no para proponerle cambios, reformas, revoluciones, en virtud de tal teoría sino simplemente para revelarle lo que ignoraba M. de Pourçegnac y es que sin saberlo ha hecho prosa y excelente prosa en darse, sin quererlo, la constitución final, para fundar el gobierno en sus bases naturales y con los contrapesos que se han descubierto también por casualidad, cual es el sistema federal, que permite a una nación extenderse sobre un gran territorio, sin necesidad de dar al gobierno tendones de acero para mover tan poderosa máquina aquí, tan descuadernada armazón en nuestro país. Si lograra mostrarles a nuestros federales del día anterior y del siguiente que esa constitución que creen hija de vicisitudes singulares y anormales es el trabajo regular y metódico de una sociedad abandonada a sí misma, y que siguiendo desenvolvimientos lógicos, naturales y necesarios llega en medio siglo, a lo que los norteamericanos llegaron en siete, ¿no habría hecho una buena obra? La verdad es que no obstante mi suficiencia, cada vez estoy seguro de que no

soy capaz de obra tan grande. Me falta instrucción y método.”


Una carta desde Londres, fechada en mayo de 1883, sirve para resumir el pensamiento de Mauel García sobre temas generales de sus epistolarios.
“Apreciado compatriota: Si no he contestado a usted agradeciéndole el ejemplar de su libro sobre las razas, ha sido porque deseaba comunicarle las impresiones que recibía con su detenida lectura. Leído el libro me encuentro con esta dificultad, ¿por dónde empiezo y adónde acabo? Su libro es como ciertos puertos que encierran centenares de puertos, o como los canales interminables de nuestras islas del Paraná. Abraza usted tantísima perspectiva, que desafío al más intrépido las analice por completo.

Concretándome pues a algunas, le diré que me parece exactísimo cuanto usted dice apreciando las causas de nuestra pasada anarquía y consiguiente popularidad de ciertos personajes, expresión de su estado social dispuesto por los colonizadores para una cristalización perdurable de ignorancia, de idolatría, y de estagnación moral y material. Un puñado de hombres de inteligencia e instrucción, adquirida más que en los libros, en el estudio y observación sagaz de los hombres (el mejor libro para el estadista, y el menos estudiado), abrió a la América nuevos senderos, rompiendo las ligaduras que la traían atada al cadáver de la Metrópoli.

Para esa revolución, contaran aquéllos con la nobleza de su causa, que con los medios de arraigar sólidamente la regeneración liberal. Las masas bárbaras atraídas por individualidades de su especie, es decir, por encomenderos políticos,

exploradores de pueblos, como aquéllos no fueron de indios, preponderaron desde Méjico hasta el Plata, retardando los monstruos llamados Francia, Artigas,

Ramírez, e tutti quanti. Hace usted un servicio a la historia poniendo en el pilori a personajes a quienes un fanatismo patriótico levanta estatuas que no pueden sostenerse sin pedestales de sangre y de lodo.

Mientras no estemos educados y tengamos la instrucción general y adecuada a cada grupo social no hemos de ser libres. Mientras impere el culto del odio, no

hemos de formar patria. Mientras no concurran todas las fuerzas sociales al mantenimiento de la paz, a la facilidad de las comunicaciones, al aumento de la

población y cruza y perfección de nuestras razas, no hemos de realizar el desideratum del patriotismo bien entendido que sólo dura apoyándose sobre sólidas bases morales. Y recalco sobre este punto dominado por el más profundo convencimiento de que no son posibles buenos gobiernos ni pueblos libres, con elementos sociales corrompidos y con prácticas corruptoras. Mire usted al resto de nuestra América, dígame si Washington podría gobernar con los medios y los instrumentos de los Puriola, los Ventanilla o los mandones que por tantos años han imperado en el Paraguay, Bolivia. Fortes creatur Fortes et bonis.

De usted afectísimo amigo.

M. G.



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