Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e


Hay un himno de amor y esperanza, se le escucha en la hora profunda, su alegría a raudales inunda, el espíritu joven que avanza



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Hay un himno de amor y esperanza,
se le escucha en la hora profunda,
su alegría a raudales inunda,
el espíritu joven que avanza.

La Escuela Normal es la madre
que nutre en su seno la mente abnegada
del joven maestro, que en hora sagrada
enseña a los niños belleza y verdad.

Oye, joven, la voz que te incita
al deber, al estudio incesante.
Sé el diamante que bruñe al diamante,
sé mañana más sabio y mejor… mejor

Seamos obreros de nobles designios,
la Patria nos guía, nos rige la Ciencia.
Nos da en el estudio tenaz la conciencia
de fe, de trabajo, de amor y amistad.

El himno conjugaba aspectos del esclarecimiento vocacional que había intentado a través de la figura de Domingo Faustino Sarmiento: patriotismo, sensibilidad, honor, honradez, bravía, fortaleza, talento, inteligencia, intrepidez, esfuerzo, pasión, ingenio, humor, humildad, orgullo, creatividad, perseverancia, multiplicidad de aptitudes, ser mentor, educador, consejero, expresar la ternura, el amor; contar con una madre valerosa que es hogar, escuela y patria …

Los alumnos del Mariano Acosta de aquella década de los 40 cursaban apadrinados por la imagen del prócer, emplazada en lo alto de una de las paredes del patio interno asistiendo a los recreos de los normalistas. Para ellos desde siempre había estado allí, como patrono fundador de la institución y símbolo definitivo de la vocación docente.

Esa mañana era una ocasión especial; el ejecutivo había decretado la suspensión de los actos conmemorativos a la persona de Sarmiento, un signo más de una época difícil que se acercaba peligrosamente a la eclosión. Al “Día del maestro”, fecha tradicional, lo habían convertido por la tendencia rosista del gobierno, en una fecha común, negro en el almanaque oficial, sin actos ni discursos, sin cánticos ni homenajes, razón política que había caído sobre los estudiantes como una afrenta.

La actitud protestaria gestó una convocatoria en el patio central, desobediencia olímpica que consistía simplemente, quizá por primera vez, en congregarse autónomamente ante a la imagen del prócer y cantar su Himno. A capela, sin el acompañamiento del arte pianístico ni la severa dirección del profesor de música, con orgullo, controlada furia, alta entonación y firmeza en la dicción, ante la sorpresa satisfecha y permisiva del resto de las autoridades y del personal:
“Fue la lucha, tu vida y tu elemento; 
la fatiga, tu descanso y calma; 
la niñez, tu ilusión y tu contento, 
la que al darle el saber le diste el alma.

Con la luz de tu ingenio iluminaste 


la razón, en la noche de ignorancia.
Por ver grande a la Patria tú luchaste
con la espada, con la pluma y la palabra.

En su pecho, la niñez, de amor un templo 


te ha levantado y en él sigues viviendo. 
Y al latir, su corazón va repitiendo: 
¡Honor y gratitud al gran Sarmiento! 
¡Honor y gratitud, y gratitud!

¡Gloria y loor! ¡Honra sin par 


para el grande entre los grandes, 
Padre del aula, Sarmiento inmortal! 
¡Gloria y loor! ¡Honra sin par!”
Desde lo alto, la figura y espíritu de Sarmiento, bien podría repetir añejas exclamaciones:
“¡Santas aspiraciones del alma juvenil a lo bello y perfecto! ¿Dónde está entre nuestros hombres el modelo práctico, hacedero, posible, que puede guiarlas y trazarles un camino? Los predicadores nos proponen los santos del Cielo para que imitemos sus virtudes ascéticas y sus maceraciones; pero por más bien intencionado que el niño sea, renuncia desde temprano a la pretensión de hacer milagros, por la razón sencilla de que los que lo aconsejan se abstienen ellos mismos de hacerlos. Pero el joven que sin otro apoyo que su razón, pobre y destituido, trabaja con sus manos para vivir, estudia bajo su propia dirección, se da cuenta de sus acciones para ser más perfecto, ilustra su nombre, sirve a su patria ayudándola a desligarse de sus opresores, y un día presenta a la humanidad entera un instrumento sencillo para someter los rayos del cielo, y puede vanagloriarse de redimir millones de vidas con el preservativo con que dotó a los hombres, este hombre debe estar en los altares de la humanidad, ser mejor que Santa Bárbara, abogada contra rayos, y llamarse el Santo del Pueblo.”
La cuestión política no concluyó con la promoción. El normalista tenía ya su título y practicaba la enseñanza con alumnos privados, un conjunto de párvulos corridos unos de las escuelas por inconducta y otros, excluidos de las aulas por el partidismo paterno contra la doctrina oficialista que dominaba los programas de enseñanza. Fue su propio progenitor quien sorpresivamente, como el pragmático Dalmacio Vélez Sarsfield o el resignado general Carlos Paz cargando con la divisa punzó, le impuso un encuentro frente a la locación de una unidad básica y sin más prolegómenos le instó afiliarse al partido gubernamental, sin cuyo trámite - y era cierto- no podría obtener un puesto nacional. Afiliaciones que fueron incineradas poco tiempo después cuando la revolución provocó la caída de ese gobierno reiniciándose nuevos período de caudillaje militar.

Pero aquel día su subordinación fue una ruptura. El lamentable unísono del ingreso al edificio desdibujó sus existencias. Lo experimentó como en la irrealidad de un sueño. Por un momento no supo si era con su padre o sólo él quién o quiénes cruzaban ese umbral, con más convicción por los medios que por los fines. Pudieron haber sido dos sujetos identificados de una manera oscura, no en real coincidencia, anuladas mutuamente sus individualidades como el eco de una sociedad sometida. Si se trataba solamente de él, perdida la alteridad tras la alucinación desvanecida del soñante, entonces estaba solo; despertaba sin que nadie en verdad lo hubiera convocado allí, impulsado o convencido; no existía un otro que convalidara, afirmara o lo aferrara en un criterio.

Instante de enajenación semejante al desmayo pero con la intuición de un algo que sobrevive al arrobamiento y reubica al ser en una posibilidad que desconocía.

Superado el desconcierto la necesidad de confrontación dejó de ser. De pronto era responsable. Desaparecía el mentor y la tentación de argüir en él: padre, genio, numen, que iluminara facetas evanescentes de un itinerario que pudo haber recorrido seducido, atrapado, particular, cercado tal vez, limitado, pero que al fin, con su silencio, desembocaba en una puerta a otra vida, la suya, que sólo a él le correspondía abrir.

Mas había una sentencia recogida en su frecuentación al señor Parra, su Sarmiento exiliado, destierros al que sumaba ahora a su padre.

“Aunque nuestra alma sea inmortal, la vida, en los estrechos límites que la naturaleza ha asignado al hombre, es pasajera. Pero la especie humana se perpetúa hace mil siglos, dejando tras sí, entre el humo de las generaciones que se disipan en el espacio, una corriente de chispas que brillan un momento, y pueden, según su intensidad y duración, convertirse en luminares, en llama viva, en rayos perpetuos de luz, que pasen de una a otra generación, y se irradien de un pueblo a otro, de un siglo a otro siglo, hasta asociarse a todos los progresos futuros de la sociedad y ser parte del alma humana.”


Debía reconocer que aquella puerta abierta al camino de la propia vida permanecería ignota y cerrada al hombre privado de escuela, ya que su hallazgo y apertura había sido para él posible por gracia de sus padres, que le habían deparado maestros en la infancia, a cuyos inmensos y santos servicios habría de consagrar su reparación con la obligación de un deber sagrado.


Apéndice

Conferencia sobre Darwin



"Señoras y Señores:

He sido invitado por el Circulo Médico, para dar en su nombre testimonio solemne de respeto y admiración a uno de los más grandes pensadores contemporáneos, al observador más profundo, al innovador más reflexivo y tranquilo, al más humilde y honrado expositor, y para decirlo todo, a Darwin, muerto a la edad de ochenta y tres años de la vida más laboriosa, dotando a la ciencia en los últimos, de libros cada vez más profundos, como si temiera llevarse consigo el secreto de sus últimos estudios, no obstante dejar el siglo lleno de su nombre.

Con este recuerdo, con saber que los comienzos de su ilustre carrera fueron estas Pampas Argentinas y aquel Estrecho de Magallanes y la Tierra del Fuego por él explorados, puedo estar seguro de la indulgencia de los que me hacen el honor de escucharme; y en las simpatías de las señoras, si agrego que Darwin ha terminado su larga y laboriosa carrera rodeado de su familia, criada como él en la simplicidad de la vida de campo inglesa, tan confortable como inteligente.

A nadie debe tomar de nuevo esta noble manifestación en honor de uno de los más grandes ingenios de nuestros tiempos, porque con harta frecuencia y para honor nuestro, grandes nombres que figuran en los anales de los progresos de las ciencias, se ligan a nuestra historia y a nuestros progresos también.

Figura entre ellos, en primera línea, el ingeniero Azara, que instigado por la abundancia de sus colecciones, se forjó un sistema de clasificación de aves y cuadrúpedos, que vino a ser casi una repetición del de Linneo. Bonpland es el primer emigrante francés que penetra en esta América con Humboldt, y se queda hasta su muerte en Corrientes. D'Orbigny precedió a Bravard, y ambos han descrito la Pampa, atribuyéndole diverso origen geológico. Hoy ya es conocida con el nombre de formación pampeana, como una última página de la creación, cubierta de jeroglíficos que nuestros paisanos traducen ya, y como los fellahs de Egipto, faraones y momias, venden megateriums, clyptodones, milodones y caballos antiguos, que no respondieron al llamado, puesto que no se salvaron en el Arca de Noé.

Tenemos, en fin, entre nosotros, al sabio Burmeister, el primer paleontólogo, que escribe desde nuestra patria, la Historia de la Creación, mientras ultima que el sabio Gould prepara la última edición de Los Cielos, corregida y aumentada considerablemente, desde nuestro Observatorio de Córdoba.

¿Por qué no habremos de asociarnos a los que en el resto del mundo tributan homenaje a la memoria de Darwin, sí todavía están frescos los rastros que marcan su paso por nuestro territorio, y es uno de nuestros propios sabios?

Designado para hablar sobre cosas que tocan a las ciencias naturales y sobre las doctrinas de un gran naturalista, me siento más a mis anchas con los miembros del Circulo Médico, que con el numeroso público que esperará tal vez oír de mis labios una luminosa exposición de las ideas que hacen de Darwin la piedra de escándalo en cuanto al origen y descendencia del hombre. Pero los jóvenes facultativos iniciados en las ciencias que concurren al ejercicio de su profesión, saben a qué atenerse a este respecto y lo que mejor saben es que carezco de autoridad para emitir opinión sobre materias que salen, o no entraron en el campo de la vida pública que ha sido mi provincia especial.

No saldré, pues, de mi terreno trillado.

Pudiera decir, señores, que me era familiar el nombre de Darwin desde hace cuarenta años, cuando embarcado en la Beagle que mandaba Fitz Roy, visitó el extremo Sur del Continente, pues conocí el buque y su tripulación y desde luego el Viaje de un Naturalista que hube de citar no pocas veces hablando del Estrecho. Recordaréis que nunca me mostré muy celoso de nuestras posesiones australes, porque no las creía dignas de quemar un barril de pólvora en su defensa, reprobando se montase con fantásticas descripciones la imaginación de estos pueblos que esperan todavía hallar el Dorado, por nuestros padres buscado en vano en esas mismas regiones, a fin de no tener una guerra en rescate de aquel Santo Sepulcro de las tradicionales ilusiones.

II

No me atrevería a tener opinión propia sobre la teoría fundamental de Darwin, en presencia de mi ilustre amigo el sabio Burmeister, que no la acepta como comprobado sistema de la naturaleza, desechándola por ser efecto de un procedimiento no científico, por cuanto no parte de hechos reconocidos e incontrovertibles, para elevarse de su existencia a la causa que los produce.

Opinaba lo mismo hace diez años el naturalista Agassiz, que tan profundos estudios hizo sobre el sistema glaciario; y a más de lo que le oí a ese respecto en Cambridge, declarolo así en términos precisos, que constan de una Conferencia impresa. -Me preguntaban, decía, "qué objeto me lleva al emprender mi viaje de exploración al río Amazonas: naturalmente, aumentar mis colecciones de peces para mis estudios; pero el interés que me arrastra, es la esperanza de poder demostrar que no se funda en hechos la teoría del transformismo".

En otra parte fija bien su doctrina, diciendo: "Todas las derivaciones de las especies conocidas, no son para nosotros monstruosidades; y la ocurrencia de éstas, bajo influencias perturbadoras, añade, para mi modo de ver, nueva evidencia de "la fijeza de las razas".

Debo agregar, para que más se aprecien sus posteriores declaraciones, que hallando infundada la idea de transformación de las especies, "estaba persuadido, decía, de que a menos que pueda demostrarse que las diferencias entre las razas de negros, de blancos y de indios son inestables y transitorias, está en contradicción con los hechos dar común origen a todas las variedades de la familia humana, y en desacuerdo con los principios científicos, hacer diferencias entre las razas humanas y las especies animales, en un punto de vista sistemado."

Un sabio de la altura de Agassiz, y montado sobre esta teoría científica del diverso origen de las razas, no viene muy dispuesto a dejarse guiar por la primera indicación en contrario.

Al ver indios y negros, no puede resistir, empero, a la tentación de comparar a los unos con la estructura del babuino, a los otros con la del chimpancé.

Concluye, sin embargo, su expedición con pasmosos resultado, y en una carta al Emperador del Brasil, dándole las gracias por la generosa protección que a su empresa ha prodigado, hace esta reseña, que por lo breve y grandiosa, puede repetirse ante nuestro público, y también porque se halla incluida en un libro escrito por la señora de Agassiz, lo que hará que las presentes se interesen en la obra de una dama.

"Estimo en más de mil ochocientas, dice, las especies de peces que poseo actualmente, y llegarán a dos mil. No insistiré en lo que hay de sorprendente en esta variedad de especies de peces en las aguas del Amazonas y tributarios, bien que me sea difícil familiarizarme con la idea de que el "Amazonas nutre el doble de especies que el Mediterráneo y un número más considerable que el Atlántico de polo a polo.

Pero no es sólo el número de especies lo que sorprenderá a los naturalistas. El hecho de que en su mayor parte están circunscritas en límites restringidos, es más sorprendente todavía; y no dejará de tener una influencia directa sobre las ideas sobre el origen de que se difunden al presente los seres vivientes."

No recuerdo que ninguno de los partidarios de las ideas de transformismo, haya tenido en cuenta esta declaración de Agassiz, e ignoro si él la ha adoptado después francamente, como Lyell aceptó la existencia del hombre fósil, después de haberla negado veinte años.

Los ríos tributarios del Amazonas alcanzan a seiscientos, casi todos navegables, y en cada uno hay tres divisiones de especies de peces, unos que habitan la embocadura, otros el centro, y otros hacia las fuentes, sin mezclarse entre sí, mientras que hay otras especies que recorren zonas y remontan por sus afluentes. Pudiera decirse de éstos que son los miembros del gobierno de la nación amazónica, y los otros, constituyen los provincianos.

Debemos suponer que el Criador amaneció muy de buen humor, el quinto día, y miró con ojos muy benignos al Brasil, para echar de luna sentada, mil ochocientas especies diversas de peces en el Amazonas, y tan bien disciplinados, que hasta hoy conservan los lugares asignados a cada especie.

Darwin ha simplificado el trabajo, con la explicación de la variabilidad de las formas orgánicas, según sus necesidades y colocación. Es un hecho conocido que lo que lo indujo sospecharlo, fue una pajarilla, chilena de origen, que encontró en el archipiélago de los Galápagos, el cual sin dejar de ser el mismo, había modificado su pico en corto, largo, grueso o delgado, según que en su localidad hallaba insectos, semillas, granos, o nueces duras para comer; bien así como el eucaliptos, único árbol casi de la Australia, y que nos es tan familiar, ha adquirido cien formas, según que el terreno es pantanoso, o de secano, de valle o de montaña.

Bástenos, pues, aquella casi confesión del que venía arrastrado al Amazonas, por la esperanza de hallar pruebas que no encontró para combatir la idea del transformismo, para que nosotros que nos contentamos con menos especies de peces en nuestros ríos, y que podemos alegar en nuestro favor la opinión de nuestro naturalista paleontólogo de Mercedes, señor Ameghino, que opina como Darwin sobre el mismo terreno que aquel recorrió, para no tener mucha vergüenza de creer que hemos sido todos los presentes monos y monas!... muy monas!...,y entre nosotros muchos que con razón propia creen, practican y prueban las doctrinas del ilustre sabio, con la circunstancia de que se enriquecen con su creencia, cosa que no nos sucede a todos los que creemos en el progreso humano.

Los inteligentes criadores de ovejas son unos Darwinistas consumados, y sin rivales en el arte de variar las especies.

De ellos tomó Darwin sus primeras nociones, aquí mismo, en nuestros campos, nociones que perfeccionó dándose a la cría de palomas, que es en Europa el arte de nacer variedades a merced de la fantasía del criador.

También aquí fue donde vio en los potrillos cintas en las patas, que parecen indicar la descendencia del caballo doméstico, o su parentesco con la cebra o el caguar, cintas que después desaparecen.

Hay en nuestro país centenares de estancieros, criadores de ovejas y de otros animales. Entre aquellos descuellan los Pereira, Duportal, Chás, Ocampo, Olivera, Casares, Kemmis, Dowry, que leen de corrido a Darwin con sus puntos y comas, cuando trata de la variación por la selección natural, pues ellos la hacen artificial, escogiendo los reproductores. Por lo demás, se les da un ardite de que desciendan a su vez los patrones de otra cruza y de otra selección.

Le hemos dado, pues, ciencia, y fama a Darwin, con los fósiles y las crías argentinas; y siguiendo sus indicaciones, se enriquecen nuestros estancieros.

Me parece que hay motivo suficiente para que seamos los Argentinos partidarios de la doctrina del transformismo, pues que nosotros transformamos una variedad de ovejas en otra. Hemos constituido una nueva especie: la oveja argentífera, porque da plata y porque es argentina además.

III

Como me exigiréis que dé una idea de lo que es en sí la nueva teoría y por qué razón les hace a algunos tantas cosquillas; y como los que me oyen no tienen más fe en mi especialidad en ciencias naturales que la que yo mismo tengo, me serviré de una explicación casera que dio el sabio Huxley en una conferencia en Londres, ante caballeros y señoras, para explicar esto mismo.

"Las investigaciones de los últimos tiempos, dijo, han revelado, en verdad, una gran riqueza de vida orgánica en las rocas. Han sido descubiertas de treinta a cuarenta mil especies de fósiles. No hay motivo para dudar de que aquellos seres vivieron o murieron cerca, o en los lugares en qué se les encuentra hoy, como no se puede dudar que son conchas las que se encuentran vacías en la costa del mar.

Lo que tenemos que hacer enseguida, es observar el carácter general de aquellos restos fósiles, y sobre todo hasta dónde las Floras y Faunas extintas, difieren de la Flora y la Fauna de nuestro tiempo.

Si dividimos el reino animal en órdenes, hallaremos que hay ciento veinte de éstas. ¿Cuántas órdenes de animales están absolutamente extinguidas?

Entre los mamíferos y las aves, ninguno se ha extinguido.

Pero cuando llegamos a los reptiles, de ocho órdenes, cuatro se han extinguido.

Entre los anfibios hay un orden extinguido.

Ningún orden de peces se considera extinguido, y no falta ningún orden de insectos.

Entre los crustáceos, sólo dos órdenes se echan de menos. De los parásitos y gusanos, siete existen, pero faltan tres órdenes: de los Equinodermos y de los Protozoos sólo hay uno, habiendo diez o doce extintas de las ciento veinte órdenes primitivas."

Ahora, en cuanto a la sucesión, Huxley a quien sigo, la ejemplifica gráficamente así:

"Suponed que tuviésemos que cavar un pozo vertical debajo de nosotros en dirección de las antípodas. Encontraréis en los diversos lechos que habremos de atravesar, restos de animales que se hallan en esos lechos y no en otros. Desde luego daremos con terrenos de acarreo, en que se encuentran grandes animales, elefantes, rinocerontes, tigres de caverna, lo que parecerá raro en Inglaterra.

Si cavamos más abajo, se encuentran restos de un ganado extraño, y en la arcilla llamada de Londres, restos de tortugas, palmas y otros grandes frutos tropicales, con conchas que no se encuentran ahora sino en los trópicos.

Si seguimos más abajo, encontraremos todavía cosas diferentes, restos de enormes lagartos, ichthyosauros, pterodáctylos, plesiosauros.

De aquí sale el principio de que en una serie de lechos de barro naturalmente dispuestos, los más bajos son los más antiguos, llegando a la conclusión de que cuanto más nos alejamos en tiempo, mayor diferencia se nota entre la vida vegetal y animal de una época y la que hoy existe.

De manera que si atravesásemos el enorme espesor de la costra de la tierra, y llegásemos a las rocas más antiguas, dejarían de encontrarse animales vertebrados, como cuadrúpedos, aves, peces; debajo sólo se encontrarían animales sin vértebras; y en las más antiguas rocas se harían cada vez más escasos, hasta que al fin en las que se suponen las más antiguas, la creación animal se reduciría a cuatro formas: la oldamia, -que no se sabe bien si es animal o planta un molusco- y Pos crustáceos.

Estos son los animales primitivamente criados."

Esta es la más concisa noción a que pueden reducirse por sus restos la paleontología, o la creación animal. Para ver con nuestros propios ojos las pruebas de estos hechos, basta asomarse al Museo de Buenos Aires, que es un verdadero cementerio de las pasadas creaciones.

Ha sucedido, pues, en esta parte de la historia natural, lo que sucedió con la astronomía. Las plantas y animales divididas por Linneo, Buffón, en géneros, subgéneros, especies, familias, variedades -¡qué cosa tan bella! ¡Qué Creación tan ordenada y tan sabía! - Pero Cuvier crea la anatomía comparada, y en el entretanto, se están desenterrando huesos de animales desconocidos en toda Europa, y resulta que ha habido elefantes, rinocerontes, hipopótamos debajo de Londres; y debajo de París antas como las que vemos en Palermo; pero estos animales no son precisamente los que viven hoy en África, ni en la India; pues más abajo, en otro lecho, hubo otro elefante que era más simple que el actual, de manera que el cachorro de elefante de hoy se parece al adulto de entonces; ley que ha observado Agassiz en las palmas, siendo la chica de una especie, el dechado de la grande de otra inferior en el orden inverso de sucesión, y todos vemos al eucaliptos de una especie al nacer, que cambia de aspecto a un momento dado de su crecimiento.

Resulta que los animales no han sido creados a un tiempo, mediando millares de siglos acaso entre las distintas capas; y que por ejemplo, no es el mismo elefante hoy, el que fue creado tres o cuatro veces antes con formas menos perfectas.

La anatomía comparada reveló otro hecho más, y es que el prototipo de los mamíferos es el mismo, traducido de diversas maneras, según que es hombre, perro, ave, tortuga: una espina dorsal, un cuello, cuatro piernas, terminadas hasta en el ala de las aves en tres, cuatro o cinco dedos.

La embriología descubre el mismo fenómeno en los diversos grados del feto humano, que en la gran masa de la creación animal.

Todos proceden de un huevo incubado fuera o dentro del cuerpo, según que el animal avanza hacia la perfección; siendo primero una masa como en los moluscos, y después un embrión, con la misma forma en el perro, el hombre, el gato, hasta un cierto momento en que cada uno sigue su camino, digámoslo así, diferenciándose según su género, y pasando en su desarrollo, por la clase de pez, de mamífero, respirando, hasta acabar en el bípedo... que nous voici!....

Todos estos son hechos incontestables, que nadie se atrevería a poner en duda hoy, sin ponerse en pugna con la ciencia. Ahora vienen las ideas de antiguo predominantes sobre la creación, a que ciertamente no responden los hechos, y vuelve otra vez el espíritu humano a encontrarse desazonado, desmontado, y sin base.

El caos se ha producido, y es necesario una ley que expliqué y una entre sí las veinte y seis creaciones que Elie de Beaumont ha podido contar, haciéndose acaso en millones de años.

Son dignas de examen las cándidas ilusiones de los pueblos primitivos.

¿Sabéis, señores, cómo llueve?

Pues ni yo tampoco; y mucho menos nuestros primitivos antecesores.

¡Cuán avanzadas deben estar las ciencias, para darse cuenta de cómo se reúne agua en el cielo y cae a torrentes a veces, como si ríos se desplomaran en cascadas.

Mi primera noción de la lluvia me la dio una niñita de once años, siendo yo menor que ella.

Atravesaban blancas nubes sobre el cielo azul celeste de una mañana de verano, y la niñita hizo esta observación mirándolas:

"Van al mar a alzar agua."

No lo olvidé jamás. En San Juan, al pie de los Andes, no se conoce el mar. Un niño ignorante, que no sabe leer, hijo de padres ignorantes, si nombra el mar es porque viene la palabra en el castellano, como la trajeron los pobladores europeos que lo habían atravesado. Yo completé, pues, mi teoría sobre la lluvia. ¡Ahora era claro para mí como la luz de dónde sacaban agua las nubes: iban a traerla del mar! ¡Y cosa singular! vosotros sabéis que esa es la verdad. Esta es la rotación del agua, en que no me detendré.

Pero el hombre primitivo debió tardar millares de siglos antes de comprender de dónde sacaban agua las nubes; como nunca comprendería cómo se tenían en el cielo los planetas.

La tierra estaba para él, apoyada en pilares sobre una tortuga; la tortuga nadaba sobre el abismo, y pare usted de contar.

Pero la ciencia explica las cosas de otro modo.

Al principio era difusa la luz increada, como se la ve todavía en la nébula de Origen y en las nébulas irreducibles en polvo estelar de la vía Láctea. La luz contenía la materia que dan las rayas espectrales, y desgarrándose, formó nebulosas que adquirieron rotación por la gravitación de las moléculas y fueron formándose soles, los que condensándose como el nuestro han ido dejando por la fuerza centrífuga, anillos ecuatoriales, como los que se ven aún en Saturno sin romperse, y que rotos, han ido creando los planetas Neptuno, Urano, Júpiter, que vienen quedando como jalones del espacio que ocupó primitivamente el sol, nebuloso, corno hay setenta millones de estrellas, que son otros tantos soles, centros de creaciones como la nuestra.

Newton puso orden en estos mundos, legislándolos; Laplace y Herschell han descrito la línea de sucesión y desarrollo. Mr. Gould está a la mira de la ejecución de esas leyes y de las novedades que ocurran en aquellos mundos inmutables al parecer, pero en eterno movimiento.

Hemos llegado a la Tierra, y tenemos que en lo infinitamente pequeño, ha ocurrido la misma sucesión de operaciones. Fue primero desecho o chispa escapada de la fragua del sol. Ardió un tiempo; se fue enfriando; pudiendo caer en líquidos los gases metálicos al núcleo de la bola que se venía formando por la rotación sobre su eje; sucediéndose la cal, la sal, la greda, etc., hasta que hubo una costra que permitió condensarse en nubes los vapores de agua, caer sobre la superficie y formar mares calientes de que salían islas, en el continuo oscilar de la costra, romperse, evaporarle los mares, volver a caer el agua, descubrirse tierras, y aparecer líquenes, helechos, palmas, coníferas, árboles, mono y dicotiledóneas, hasta los de nuestros tiempos; y a la vez en los mares, bancos de moneras, materia viva sin órganos, enseguida Amibas, la materia organizada en un núcleo, y después crustáceos, moluscos, peces, anfibios, cuadrúpedos, y cuadrumanos antropomorfos, y los últimos en su aparición en la tierra, los que aquí estamos en dos pies ya, pues hace tiempo dejarnos de vivir sobre los árboles, como todavía lo hacen los naturales de Australia sobre los eucaliptos. Es Darwin quien lo dice.

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