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mar de Mármara, y el mar Negro. El mundo de habla griega abarcaba un área amplia
y diversa; algunas de las poleis más prósperas y poderosas estaban lejos de la Grecia
peninsular, tales como Siracusa en Sicilia y Cirene en Libia.
Alrededor de este «mundo griego» había grandes y poderosos estados tales
como el imperio cartaginés en el norte de África, el antiguo reino de Egipto y el
imperio persa, con todos los cuales los griegos tenían amplios contactos, amistosos y
hostiles. Otras civilizaciones basadas en ciudades-estado eran la etrusca en el centro
de Italia y la fenicia en las regiones llamadas después Líbano y Palestina. Al norte
estaban las sociedades de la edad de hierro menos conocidas y semiurbanas como la
tracia y la escita.
La gran mayoría de las poleis griegas no eran decididamente democráticas
como la Atenas del siglo V; aunque en el siglo IV muchas tenían una constitución
democrática, esto no implicaba una democracia radical. Algunas, en efecto, tenían un
derecho de sufragio limitado, basado con frecuencia en la propiedad, o incluso una
oligarquía (oligarchia, «el gobierno de unos pocos»). Casi todas las ciudades-estado
habían rechazado los gobiernos monárquicos en un primer momento, aunque,
algunas, particularmente en Sicilia, estaban gobernadas por «tiranos» (tyrannoi),
dictadores que habían tomado el poder por la fuerza, pero no eran necesariamente
incultos u opresores, y que disfrutaban incluso de un cierto apoyo popular. Esparta,
excepcional entre los estados griegos meridionales, mantenía una monarquía dual,
pero sus reyes operaban principalmente como jefes militares y estaban sometidos a
un control político. En el norte, había monarquías de habla griega como el Épiro
(Epirus), Iliria y Macedonia, mientras que en áreas como Tesalia (Grecia centro
oriental) y Caria (Asia Menor suroccidental), el siglo IV vio el surgimiento de
poderosas dinastías familiares que gobernaban desde un centro urbano que era
también una polis. Asimismo, otras ciudades eran a veces súbditas de reyes
extranjeros, como las ciudades griegas del Asia Menor, que durante buena parte del
período clásico estuvieron obligadas a pagar tributo a los reyes aqueménidas de
Persia.
1
Las formas culturales estaban asociadas muy estrechamente con la Grecia
clásica: la literatura, los sistemas políticos, la filosofía, etc., que se desarrollaron en
diferentes ciudades-estado durante el período arcaico (c. 700-480); pero los avances
más espectaculares tuvieron lugar en Atenas a finales del siglo V en un momento en
que gobernaba un imperio que comprendía cientos de otras ciudades griegas. La
derrota de Atenas por Esparta a finales de la guerra del Peloponeso en 403 no señaló
una ruptura definida en la historia política o cultural; los espartanos no destruyeron
Atenas y en pocos años era otra vez una potencia importante. Se sucedieron muchas
décadas de cambiantes alianzas y guerras, cuando, junto a las ya sólidas poleis de
Atenas, Esparta y Corinto, una cuarta, Tebas en Beocia, se hizo poderosa por un
tiempo. Con la ayuda de los persas, los espartanos trataron de imponer un tratado de
paz entre los estados griegos beligerantes, pero esto no prosperó. El poder de Tebas
llegó a su apogeo en el 371 cuando derrotaron a los espartanos en Leuctra, en
Beocia: en los siguientes años una serie de invasiones del Peloponeso dirigidas por
los tebanos llevó a la liberación de Mesenia (el Peloponeso suroccidental) del
dominio de Esparta y a una pérdida de la influencia espartana, confirmada por una
batalla indecisa en Mantinea en Arcadia oriental (362). En estas décadas el imperio
ateniense del siglo V fue resucitado en una nueva forma, llamada la Segunda
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Confederación Ateniense; en teoría era menos opresiva que su precedente, pero cayó
víctima de las revueltas de sus aliados.
Entretanto, una nueva potencia en Grecia septentrional estaba causando
preocupación a las ciudades del sur. Filipo II (r. 360/359-338) estaba haciendo de
Macedonia una potencia económica, militar y económica y buscaba dominar la
Grecia continental. En 338, después de dos décadas de guerra, estableció su
hegemonía con la victoria de Queronea en Beocia. Entonces dio inicio a la liga de
Corinto, una alianza de todas las ciudades griegas (Esparta se mantuvo al margen)
con él mismo como jefe (hêgemôn); oficialmente su propósito era hacer la guerra al
imperio persa, pero era también el instrumento de la dominación macedónica. Se
establecieron guarniciones en ciertas ciudades.
Se han visto con frecuencia las guerras entre los griegos a inicios y mediados
del siglo IV, y la subsiguiente derrota griega por Macedonia, como la muestra de lo
obsoleto del sistema de las ciudades-estado; se ha considerado incluso que la batalla
de Queronea marca el «fin de la polis», aunque otros lo han situado en fechas
distintas, más tardías, como el fin de la guerra de Cremónides en la década del 260.
2
Esto es demasiado prematuro. En efecto, el siglo IV trajo el surgimiento de las ligas
federales y la restauración del poderío persa sobre los griegos del Asia Menor
occidental, de modo que desde cierto punto de vista «la ciudad-estado independiente
había entrado en decadencia mucho antes de la batalla de Queronea», pero es claro
que «la polis en el verdadero sentido de la palabra existió y prosperó durante todo el
período helenístico y el romano» —por «verdadero sentido» se entiende una
colectividad política que se autogobierna (sea totalmente independiente o no) y que
es también un estado y tiene un centro urbano.
3
No sólo tiene el siglo IV un mejor derecho que el V a ser la edad de oro de la
democracia ateniense, sino que uno de los rasgos más marcados del reinado de
Alejandro fue la adopción de las instituciones democráticas (promovidas por él en
Jonia: Arriano, 1, 17; Austin 4; Austin 5, BD 2, Syll3 283; Tod, 192). La tendencia
continuó bajo sus sucesores. Las formas políticas características —la asamblea
popular, los magistrados elegidos o sorteados, el consejo de representantes, y así
sucesivamente— se difundieron en la mayoría de las ciudades. Por supuesto, la
forma no es lo mismo que el contenido, y se ha afirmado a menudo que la
democracia bajo los reyes macedonios era una farsa. Pero a medida que el «hábito
epigráfico» se difundió en el mundo griego recientemente ampliado, las ciudades que
tenían procesos democráticos de toma de decisiones esculpieron en piedra sus
determinaciones públicas en un número cada vez mayor. El lenguaje de los decretos,
originalmente imitados de Atenas, fue adaptado para expresar las variantes locales de
la democracia; pero en un sentido amplio vemos un proceso normalizado, por el que
las propuestas emanan de los funcionarios de la ciudad, el consejo o la asamblea, y
debe ser ratificado por el voto popular para que tenga validez.
4
Aunque, en ciertas coyunturas durante el período helenístico, la participación
popular en el gobierno de Atenas estaba limitada o incluso suspendida, la ciudad
usualmente funcionó como una democracia activa hasta el siglo II y posteriormente.
Aun cuando los ricos, como parece haber sido probable, controlaban la democracia
con más fuerza que en la Atenas clásica —de modo que, como expresaba Aristóteles,
los estados con forma democrática podían actuar más como oligarquías (Política, 4,
1292 b 15)—, se ha observado sobre Atenas en los siglos III y II que «La impresión